Formidable. Extraordinario. Elocuente, apasionado, delicado, furioso, desolador, lírico, apabullante. Voy apuntando adjetivos en el borrador de lo que luego será esta reseña así a lo loco, sin ton ni son. Y es que no salgo de mi asombro con este libro. Qué historia tan poderosa. Y qué bien contada. Con qué fuerza, con cuántas ganas. Roberto Saviano vive con escolta, amenazado por la Camorra desde la publicación de Gomorra, en 2006, libro en el que exponía parte de la estructura y forma de actuar de la organización mafiosa en Nápoles. Y el protagonista de esta biografía novelada es el juez Giovanni Falcone, asesinado junto a su mujer y tres guardaespaldas en 1992 tras haber contribuido decisivamente a perseguir el crimen organizado de la Cosa Nostra en Sicilia. El destino violento de Falcone, así como el de decenas de abogados, jueces, policías, fiscales, militares, generales y políticos antes y después que él, persigue a Saviano desde hace ya dieciocho años. Así que no es de extrañar que los ecos trágicos de esta historia hayan encontrado en su interior una caja de resonancia especialmente receptiva para transmitir como nadie la potencia de esta historia.
El éxito de Giovanni Falcone contra la Cosa Nostra consistió en la cooperación de los jueces y en la coordinación de sus pesquisas. A principios de los años ochenta, en plena guerra mafiosa (un conflicto sangriento que se cobraría más de mil víctimas en apenas dos años), los jueces sicilianos se reunían semanalmente para compartir los avances de sus investigaciones ante la posibilidad de ser asesinados por la mafia, como Cesare Terranova, como Rocco Chinnici, como tantísimos otros. Decían: "Si eso ocurre, lo que hayamos averiguado no debe perderse. Aunque uno caiga, la investigación prosigue. Aunque uno caiga, antes habrá pasado el testigo". Palabras que a mí me recuerdan a la resistencia contra los nazis o contra la dictadura franquista, palabras clandestinas de lucha contra un poder superior. Y, sin embargo, eran jueces oficiales nombrados por la República Italiana para luchar contra clanes mafiosos, ellos sí, clandestinos. El mundo al revés provocado por grupos muy organizados de criminales violentos.
Pero, lamentablemente, los jueces no solo luchaban contra la mafia. También tenían que hacer frente a la envidia, la mediocridad y la corrupción de sus pares, muchos de los cuales no dejaron de poner palos en las ruedas al trabajo de muchos años de jueces antimafia como Falcone o Borsellino, rebajando las penas o dejando en libertad a mafiosos encarcelados por ellos, que luego siguieron cometiendo delitos y atentando contra ellos.
Gracias, entre otros, al trabajo de Giovanni Falcone, se supo que la mafia siciliana tenía nombre: Cosa Nostra. Se supo que el problema de la mafia no eran hechos aislados, una mordida por aquí, un ajuste de cuentas por allí. "La mafia es organización, centralización, control, poder". Un Estado clandestino dentro del Estado. Con ramificaciones en casi todos los estratos de la sociedad. Que a veces suple al Estado y llega adonde este no llega. A veces, a menudo no tan clandestino. En los años ochenta costaba un mundo que los jueces, y no digamos ya la sociedad, se convencieran de que tenían que verlo así, como lo que era en realidad, y no como cuatro paletos locos pegando tiros.
Saviano conoce bien los caminos internacionales de la droga y el rastro de violencia, muerte y dinero que deja. Ya lo contó en su impactante Cerocerocero, que reseñé aquí en 2016. Así que conoce bien hasta qué punto Sicilia era el laboratorio de droga en Europa en los años ochenta. Si de allí salía tanta droga, también mucho dinero tenía que entrar. Seguir la pista del dinero, ese siempre es el camino para luchar contra el poder en la sombra. Y ahí entran en juego los banqueros, la mayoría de los cuales ponen el grito en el cielo cuando los jueces les piden transparencia. Y, luego, también participan los partidos políticos, en especial el conservador Democracia Cristiana, que, desde sus posiciones de poder, permiten y posibilitan que ese dinero sucio se limpie, se integre y, por qué no, crezca sin sobresaltos en la economía pública.
Cuando hay tanta gente implicada y beneficiada, gente con las manos manchadas de la sangre de las víctimas de la droga y de la violencia que genera, ¿cómo se para el mecanismo? "¿Se puede arrebatar el cuchillo de las manos a todo un país? Quizá no. Pero se puede cerrar la fábrica de cuchillos". O eso pensaba Giovanni Falcone. A eso aspiraba. Y por eso lo mataron.
Con un pulso narrativo magnífico que por momentos recuerda a The Wire, Saviano hace un retrato del juez Falcone con sus luces y sus sombras. Y el miedo, el miedo siempre como una sombra imprecisa que le acompaña a todas partes. Se negó a tener hijos porque sabía con casi total seguridad que lo matarían en un momento u otro, y "no se traen huérfanos al mundo". Convivía a menudo con una "sorda desolación, un leve temblor de las manos". ¿Será en esta acera donde me matarán? ¿Será esta llamada la que me anunciará el asesinato de tal o cual amigo juez o fiscal? No eran miedos infundados. Mataron a muchas de las personas con las que colaboró, a muchos amigos cercanos que compartían la lucha contra la mafia. E intentaron matarlo en muchas ocasiones, durante muchos años. Hasta que lo consiguieron.
"Los justos caminaban con una cruz negra pintada en la espalda". Italia se convirtió en un país de muertos famosos, de luchadores solitarios contra el gran poder mafioso. Giovanni Falcone fue un héroe a su pesar. Deseó con toda su alma no serlo. Vivir en un país que no lo necesitara. Irse de vacaciones con su mujer, tomarse un helado sin cuatro escoltas a su alrededor. Deseó vivir en un país sin mafia. Dejar de tener que poner el cuerpo. De convivir con la muerte. De estar solo. Erradicar ese veneno de su tierra amada. Su tierra enferma. "Desventurada la tierra que necesita héroes".
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