jueves, 18 de abril de 2024

GOBSECK

Tras haberme metido en el mundo de Balzac con La casa de El Gato Juguetón, ahora sigo con otra novela corta con la que crea a un personaje digno de una tragedia de Shakespeare. Y es que veo a este Gobseck codearse en mi cabeza con el Shylock de El mercader de Venecia, o con el Harpagón de Molière, incluso con el Torquemada de Galdós, cada uno con sus infinitas diferencias, pero todos representando el papel de avaro usurero en la literatura universal. Creo que, de una forma u otra, todos demuestran una frialdad perturbadora, una trabajada incapacidad para la empatía, solo interrumpida en la intimidad tras alguna transacción especialmente favorable por una "alegría oscura, una ferocidad de salvaje". Y, al mismo, todos son personajes profundamente humanos, aborrecibles pero a la vez vulnerables, victimarios pero a la vez víctimas también de todo tipo de situaciones que ponen patas arriba nuestra capacidad para juzgar, siempre tan pronta a encasillarlo todo.

La vanidad, los celos, el placer, la ambición. Hay una tragedia shakespeariana dentro de cada escena de la vida privada pintada por Balzac. La envidia y la pasión. Y una humanidad dolorosa y desaforada. Esta novela se lee en poco más de una hora y te deja pensando en la infinita profundidad emocional que se esconde tras los telones del teatro de nuestras vidas. Y de las vidas de la gente común, pobres y ricos, afortunados y desgraciados, del París posterior a la caída de Napoleón, una ciudad vibrante, que ya ha probado la fiebre de la revolución y de la libertad, y que no va a aceptar fácilmente la continuación de un antiguo régimen que solo pervive en unas instituciones caducas. 

Mi próximo Balzac ya va a ser una novela de las conocidas: Le Père Goriot, personaje que aparece nombrado ya en Gobseck. Y me encanta esto de ir enlazando novela tras novela y ver cómo encajan unas con otras como las piezas de un inmenso puzle, esta obra monumental llamada Comedia humana que, escena tras escena, quizá sea la mejor representación global de esa Francia decimonónica tan variopinta que tanto me ha atraído siempre. 





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