lunes, 9 de diciembre de 2024

EL PRIMER CASO DE UNAMUNO

Me lo he pasado pipa con esta novela detectivesca protagonizada por ¡Unamuno! La premisa me hacía mucha gracia, y tenía mucha curiosidad por ver qué tipo de detective podía ser el bueno de don Miguel, desde su puesto de rector de la Universidad de Salamanca. Y me ha encantado cómo Luis García Jambrina nos presenta a un Unamuno de cuarenta años, «fiero y erguido como un arco», de genio vivo y pocas palabras, que cita a sus clásicos griegos y latinos, venera a su Shakespeare y lee a escondidas novelas de Sherlock Holmes. 

También me ha gustado volver a las calles de una Salamanca en decadencia, empobrecida, con una elegancia que no puede ocultar el mal olor y el hastío provinciano. Una dama bella y altiva a la que le huelen los pies, como dice un personaje. Y es que el humor y la ironía están siempre presentes, y hacen que mucho rato haya leído esta novela con una sonrisa puesta, a pesar del drama. 

El autor ha partido de una anécdota real: un pueblo del campo charro llamado Boada, empobrecido por la expropiación de las tierras comunales en beneficio de un terrateniente, manda una carta al gobierno argentino para que los acoja y les dé trabajo porque en España solo hay miseria. La noticia tuvo mucha repercusión en la prensa de la época. Poco menos que de traición y de antipatriotismo fueron acusados los lugareños del pueblo por querer emigrar en masa a un país que no les maltratara tanto. Y, claro, cuando al día siguiente el terrateniente aparece muerto, ya entramos en la ficción con un Unamuno empeñado en defender el honor y la supervivencia de los habitantes de Boada. 

«Se trataba, al fin y al cabo, de investigar, que era algo que él también hacía como catedrático universitario, e investigar venía del latín investigare, que a su vez derivaba de vestigium, que significa "huella", "pista". Su misión, en definitiva, era seguir el rastro, buscar la verdadera realidad que se escondía detrás de las apariencias, lo que estaba oculto o más allá de la percepción directa de los sentidos; no era muy distinta a la tarea del filósofo o del filólogo, que para él eran lo mismo. La diferencia estribaba en que tal vez la vida o la libertad de algunas personas dependiera de sus hallazgos». 

Con una documentación minuciosa y un estilo velocísimo, el autor usa al personaje de Unamuno para contarnos una historia sobre aquellos que se benefician de la injusticia y las desigualdades y viven «con los ojos cerrados y la mente adormecida, sin el acicate de la duda ni el aguijón de la conciencia». En España, en 1905, solo los pobres y los revolucionarios van a la cárcel. Los mayores ladrones y asesinos cometen impunemente sus delitos parapetados tras sus lujosos despachos. Un siglo largo después la situación es tristemente muy reconocible. 

La intención del autor es que esta sea la primera novela de una serie protagonizada por este Unamuno impulsivo, bronco e idealista. Un verso suelto al que merece la pena seguirle la pista. 





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