"¡Cómo nos cuesta a las personas utópicas adentrarnos en las distopías!", me dice siempre Isabel, librera madre, cada vez que se nos ocurre leer alguna de estas últimas en mi club de lectura. Y es que es lógico, ¿por qué vivir el terror, la desolación, el hambre y la muerte de una distopía futurista pudiendo quedarse en las páginas amables de una novela llena de ideas felices? Yo tengo una posible respuesta a esa pregunta: porque las distopías son formas extremas de entender algunos presentes extremos.
Lo que escribió Octavia E. Butler en los años noventa del siglo pasado en su Parábola del sembrador a mí me ha recordado muchísimo, en muchos pasajes, a lo que había escrito John Steinbeck en 1939 en Las uvas de la ira: un exilio a lo largo de una carretera estadounidense en busca de un lugar en el que poder cultivar la tierra perdida. En el caso de la novela de Steinbeck, por la dust bowl o grandes tormentas de polvo que asolaron Oklahoma en los años treinta; y por la crisis climática que Butler ya predijo catastrófica en los noventa. En ambas novelas, California aparece de diferentes maneras. Es el paraíso al que llegar en los años treinta del siglo XX, la utopía. Y es el infierno del que huir en los años veinte del siglo XXI imaginado por Butler, la distopía.
Aunque aún hay voces que siguen clamando que la crisis climática es un invento moderno, la autora afroamericana ya estaba alertando sobre lo que pasaría en el futuro. Es verdad que su futuro es nuestro presente y que, para nosotros, la situación no es infernal, pero lo de la escasez del agua, las hambrunas por falta de terrenos cultivables y los exilios climáticos ya es una distopía presente en muchos países de nuestro planeta. Butler quizás fue una visionaria, o quizás miró la realidad con ojos de científica interesada en la ciencia ficción y la fantasía y quiso apropiarse de algunos elementos de ella para dejar constancia de su preocupación en su obra.
Sin embargo, a pesar de la dureza de la novela, en la que se plantean también temas como la lealtad a la familia o las relaciones interraciales, junto a otros como la violencia extrema, la pobreza más miserable o el abuso de drogas que destruyen generaciones completas, hay siempre un rayo de esperanza. Para la protagonista, Lauren, la esperanza está en el cambio, en seguir avanzando y en crear comunidad, una comunidad de sembradores que, como en la parábola bíblica, dejen semilla que caiga "en buena tierra, nazca y lleve fruto a ciento por uno".
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