jueves, 18 de julio de 2024

QUIERO ESTAR DESPIERTO CUANDO MUERA

El escritor Atef Abu Saif estaba de visita en Gaza con su hijo de quince años para ver a su familia y amigos el 7 de octubre de 2023. Tras el brutal atentado de Hamás, tuvo la oportunidad de marcharse al día siguiente, pero decidió quedarse. Quería estar allí, con su gente. Su padre, sus hermanas. Como Viktor Klemperer en la Alemania nazi, se propuso dar testimonio hasta el final, fuera el que fuera. El trauma más grave y más reciente sufrido por los gazatíes había sido el del verano de 2014. Cincuenta y un días de bombardeos que destruyeron miles de edificios, mataron a más de dos mil personas y dejaron a unas diez mil desaparecidas entre los escombros. Nadie pensaba que esta vez pudiera ser peor. Nadie imaginaba hasta qué punto Israel iba a subir los límites del castigo colectivo. 

«Mediante la escritura, podemos mantener los lugares vivos, podemos dejar nuestros recuerdos de calles que ahora son escombros, las casas que ahora han sido aplastadas. Podemos no solo evitar que sean olvidadas, podemos crear un mapa para saber cómo deben ser reconstruidas. Reconstruidas como eran, en el lugar que sea». 

Este libro, escrito en forma de diario, está lleno de la luz de la valentía, desesperada valentía, que ilumina las tinieblas de la barbarie. Describe, día a día, lo que el autor vio, sintió y pensó durante los dos meses largos que permaneció en la Franja de Gaza con su hijo. El tiempo detenido entre los escombros y la irrealidad de las escenas bélicas. Los barrios enteros derruidos, irreconocibles, en los que flota el polvo y todo se ve gris de cemento roto, como decorados de una película de la segunda guerra mundial. Una película de la que no se puede escapar. Y en la que cualquiera puede morir en cualquier momento. 

«Para los gazatíes, la guerra es como el clima, algo que debemos atravesar constantemente. Está fuera de nuestro control; solo va y viene, desde el día en que nacemos. La mayor parte de los gazatíes jamás han salido de la Franja, no conocen una vida en que la guerra no sea norma, tampoco saben lo que es la libertad. Saben que es algo que quieren tener, pero que jamás han podido saborear». 

Estremecen las odiseas para conseguir pan o agua potable, los esfuerzos por calmar la ansiedad constante, ese caminar sobre un hilo de metal que es no saber si seguirás vivo dentro de diez minutos. Y la espantosa frustración por no tener acceso a anestesia y ver cómo tu sobrina, a la que han amputado las dos piernas y una mano por la explosión que ha matado a casi toda su familia, se retuerce de dolor y pide morir ella también para escapar del suplicio. 

«Al igual que la vida es solo una pausa entre dos muertes, Palestina es un tiempo suspendido en mitad de muchas guerras». Refugiados una y otra vez. El pueblo palestino lleva casi ochenta años siendo forzado a abandonar sus hogares una y otra y otra vez. Para las personas que han tenido que abandonar sus hogares por culpa de los ataques israelíes, esta podría ser entre la quinta y la décima vez que les fuerzan a hacerlo. Y, aunque la única victoria inmediata es la supervivencia, la única victoria posible a largo plazo es que esto no vuelva a repetirse nunca más. Que los palestinos puedan vivir en paz y libres en un estado que les garantice plenos derechos, como en el resto de países democráticos del mundo. 

Mientras tanto, «algunos niños han inventado una nueva e ingeniosa forma de asegurarse de que su historia sea contada, o al menos quede registrada, incluso después de haber sido despedazados por un misil israelí. Para que sus cuerpos sean reconocidos, han empezado a escribir sus nombres con marcadores en las manos y piernas. Comparten esta práctica en las redes sociales. Algunos incluso escriben los números de teléfono de sus familiares para que puedan llamarlos e informarlos de su muerte. Es casi imposible pensar que el mundo seguirá existiendo después de nuestra muerte, pero estos niños lo hacen: anteponiendo a sus seres queridos, con la esperanza de aliviar su sufrimiento salvándoles del purgatorio de no saber. También lo hacen, creo, por ellos mismos: la idea de morir y no ser llorado por nadie es insoportable». 

El importe íntegro de este libro va destinado a ayuda humanitaria para la Franja de Gaza. Vender este libro y recomendarlo es un acto de respeto hacia la valentía de Atef Abu Saif por contarlo y un acto de responsabilidad como seres humanos sensibles al dolor de nuestros semejantes. Ojalá este libro no existiera. Pero existe. Así que hagamos algo al respecto. 






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