lunes, 29 de julio de 2024

SENSIBILIDAD E INTELIGENCIA EN EL MUNDO VEGETAL

En nuestro planeta, los seres humanos y los animales representamos el 0,5 por ciento de la masa total de todos los organismos vivos. El 99,5 por ciento de la biomasa pertenece a organismos vegetales. Esta capacidad tan asombrosa para ocupar la casi totalidad de la superficie y dominar el planeta se debe a que son organismos refinados, adaptables e inteligentes en una medida que aún no somos capaces de cuantificar. Sin ellos, nos extinguiríamos en pocos meses. Ellos apenas notarían la diferencia sin nosotros. Quizá sea momento de empezar a prestarles la atención que merecen. 

Las plantas no tienen pulmones, pero respiran. No tienen boca, pero se alimentan. No tienen estómago, pero digieren. No tienen voz, pero se comunican. No tienen cerebro, pero son increíblemente inteligentes. Y demuestran una capacidad para resolver problemas mucho más sofisticada que muchos seres humanos. Y es que, por mucho que consideremos a las plantas como seres inanimados y usemos la palabra vegetal para definir a quien carece de capacidades cognitivas, nuestra especie ha llegado a lo que creemos que es la cúspide de la evolución organizándose de formas tan poco inteligentes que castramos conductas y capacidades por cuestión de género (ay, todos esos hombres cuya dignidad les impide hacer las tareas necesarias para procurarse alimento y ser autosuficientes) y discriminamos por raza, etnia, religión u orientación sexual todos los días en todas las partes del planeta. 

Hablando de dignidad, ¿no tiene un perro dignidad? ¿Y la vaca lechera a la que torturamos durante seis años hasta su muerte prematura para que podamos consumir una leche o un queso que un tercio de la población digiere mal? ¿Y el fresno del parque, ese cuya sombra te permite merendar con tus amigos una tarde de verano? ¿No merece que respetemos su dignidad? ¿No nos permite vivir mejor, respirar mejor, sentirnos mejor? E independientemente de lo que nos aportan los organismos vegetales: ¿no son seres sintientes, sensibles e inteligentes que merecen respeto?

Este libro responde a estas preguntas afirmativamente. Y nos anima a cambiar nuestra mirada sobre los organismos vegetales para reubicar nuestro lugar dentro de los seres vivos y para dejar de creernos los únicos seres inteligentes del planeta. «La idea de que el mundo vegetal se compone de seres vivos carentes de sensibilidad ha llegado intacta hasta nosotros desde la antigua Grecia». Sin embargo, las plantas no solo tienen los mismos cinco sentidos que tenemos los seres humanos. Tienen quince sentidos más, indispensables para existir y prosperar en un mundo en constante evolución. Y la verdad es que les ha ido increíblemente bien. Muchísimo mejor que a nosotros, si medimos el éxito por la capacidad de prosperar, expandirse, colonizar el planeta y adaptarse a los cambios. 

A diferencia de los animales, los organismos vegetales han evolucionado de tal modo que evitan concentrar sus funciones en una única zona, defendiéndose así del riesgo de que el mordisco de un herbívoro acabe con ellos. Las plantas son colmenas. Aprendieron muchos millones de años antes que nosotros que los individuos solos no sobreviven y que la única forma de salir adelante es colaborando unos con otros. Y lo hicieron creando estructuras orgánicas colaborativas. A diferencia de nosotros, una sola planta es múltiple, una pluralidad de inteligencias colaborando. Es un enjambre, una sociedad. Una familia. 

A un neófito en biología vegetal algunas cosas de este ensayo pueden sonarle extrañas. A mí me han parecido directamente ciencia ficción. Y he pensado que los escritores de ciencia ficción en realidad no necesitan estrujarse la imaginación para pensar inteligencias extraterrestres. Con estudiar la inteligencia de los organismos vegetales tendrían para montar infinidad de inteligencias no humanas fascinantes. Y es que las plantas son fascinantes. No solo nos dan oxígeno, paz, frescor, protección. Tienen capacidad para distinguir a los parientes de los extraños, a los amigos de los enemigos. Capacidad para asociarse y para competir. Para atacar y para defenderse. Para pedir ayuda y para buscar protección. Y este ensayo de Mancuso y Viola es un precioso e interesantísimo homenaje a un mundo cotidiano por descubrir. 





 

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