Este mes de agosto, P. y yo vamos a hacer una escapada a Londres y, coincidiendo también con el cambio político en todo el país, este libro de Ana Carbajosa me parecía oportunísimo para hacer el viaje con los ojos más abiertos. Le tengo un cariño especial a Reino Unido. He estado varias veces y en Bristol, Oxford y Londres tengo recuerdos señalados con marcadores de todos los colores en la agenda de mi memoria. Quizá por eso me duele especialmente el diagnóstico certero que hace la autora de este ensayo, y otra mucha gente, de la decadencia de los últimos años. Desde que la ciudadanía optara mayoritariamente por el Brexit, es decir, por autoaislarse y navegar a solas, todo va a peor en Reino Unido, «un país que antes mandaba y hoy no sabe ni colaborar ni compartir».
Una parte importante de esta decadencia se debe a la desafección política, provocada en parte por la distancia abismal entre la clase política dirigente y la pluralidad de los ciudadanos a los que se supone que deben representar. Ana Carbajosa hace una crítica jugosísima de los políticos elitistas, esos «niños con frac nacidos para triunfar», que se reparten el poder en uno de los países más clasistas del mundo. Un club selecto de hombres salidos de unas escuelas de élite solo aptas para chicos que los educan en la misoginia, la competitividad, el clasismo y la desfachatez. Sí, la desfachatez, esa conducta que tan reconocible nos resulta en tantos políticos, que consiste en no admitir nunca ninguna responsabilidad sobre los errores porque los contactos, la riqueza y un sistema judicial afín evitarán cualquier rendición de cuentas.
Mucho de lo que se cuenta en este ensayo es idiosincrático del Reino Unido, como el elitismo de los internados y universidades. Pero no he dejado de ver paralelismos con lo que estamos viviendo en España en los últimos años. El aumento de las listas de espera en la sanidad, el cierre de las urgencias en los centros de salud, las infraestructuras escolares que no se renuevan, la burbuja del precio de la vivienda o la desafección política y la desconfianza en las instituciones que lleva a millones de ciudadanos a votar a partidos ultra cuya ideología les vende un sentido de pertenencia mientras que sus políticas atacan sus medios de vida.
El Reino Unido está roto. Es una sensación común en todo el país. Roto por una clase política que ha perdido el contacto con la ciudadanía, roto por la centralización de la riqueza en Londres, roto por una desigualdad que destroza el tejido social y alienta la violencia contra el diferente, roto por los independentismos escocés e irlandés que más pronto que tarde terminarán consiguiendo sus objetivos, roto por una década larga de recortes que está haciendo añicos el estado del bienestar.
El Reino Unido es un país a dos velocidades, la de Londres y la del resto del territorio. Son también dos mentalidades, dos niveles de renta, dos percepciones opuestas de lo que significa ser británico. Todas las infraestructuras convergen en Londres, todo se decide en Londres... Para Londres. Como en otros países, como Italia, el descontento está estrechamente ligado a la geografía. La cohesión territorial de la riqueza hace tiempo que voló por los aires. Y no parece tener solución.
A todo esto se le añade la grieta de los nacionalismos. Escocia e Irlanda del Norte llevan desde el Brexit en ebullición política por su intención de independizarse del Reino Unido. Algo que no parece nada lejano, en la opinión de la mayoría de los analistas. Y que se ve con un asombroso desinterés desde Londres, esa megalópolis deslumbrante y multicultural que casi se parece más a Nueva York que a cualquier otra ciudad británica.
Tras el reciente cambio de gobierno, los retos de esta nueva etapa política son descomunales. Combatir la desigualdad creciente provocada por los recortes de servicios públicos, volver a representar a una clase trabajadora con sus escudos sindicales desarbolados y que se siente huérfana de representación desde hace casi medio siglo, encontrar fórmulas que den soluciones a las naciones minoritarias y mitigar la brutal brecha económica, cultural y de representatividad entre Londres y el resto del país. ¿Podrá este nuevo laborismo hacer frente a todas las grietas de este reino desunido y poner en marcha un cambio real que favorezca a la mayoría de la población británica?
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