viernes, 17 de julio de 2020

LA RUTA DEL CONOCIMIENTO

Me encantan los libros que se enlazan entre sí. En este ensayo, cuando leía sobre la influencia del cristianismo en la destrucción de la cultura clásica, escuchaba ecos de La edad de la penumbra, de Catherine Nixey; cuando me asombraba de la despoblación brutal de las ciudades y el caos de la Antigüedad tardía, me acordaba de El fatal destino de Roma, de Kyle Harper, con su incidencia en las epidemias y en la naturaleza como agente de cambio de la historia. Y cuando seguía la pista de los libros que, de copia en copia y de ciudad en ciudad fueron manteniendo la llama del conocimiento a lo largo de la Edad Media, no podía dejar de pensar en El infinito en un junco, de Irene Vallejo, y en sus descripciones apasionadas sobre cómo los libros, a lo largo de la historia, nos han hecho ser quienes somos. Todos estos libros se nutren y se complementan, y van formando poco a poco en mi cabeza un bosque de lecturas sobre el fin del imperio romano gracias al cual me voy haciendo una idea de la historia de la que viene nuestra cultura. La ruta del conocimiento trata de todo esto, y especialmente de qué afortunada manera y a través de qué peligrosos caminos nos han llegado hasta nuestros días las ideas científicas principales de la cultura clásica. 

Tras la caída del imperio romano, "el mundo de la erudición se trasladó gradualmente desde la esfera pública y secular a los silenciosos claustros de los monasterios". La vida política, social y religiosa cambió por completo. El mundo sufrió una transformación radical. Un romano del año 390 apenas habría reconocido no sólo su ciudad, sino toda su forma de vida, en 550. Probablemente se produjeran más cambios en esos ciento cincuenta años que en los quinientos anteriores o en los quinientos posteriores.

Debido al caos político, a la inseguridad y a las epidemias, las ciudades se despoblaron, perdiendo hasta un 90% de su población en apenas un siglo. El comercio se derrumbó debido a que dejó de haber una fuerza armada que mantuviera la seguridad de las comunicaciones. La geografía europea se disgregó y se parceló en pequeñas áreas de poder que enseguida empezaron a guerrear entre sí.

Las ideas del mundo clásico nos han llegado por muchas vías, cristianas y musulmanas, que se complementan y enriquecen. Y fue en las ciudades mixtas y fronterizas (Córdoba, Palermo, Toledo) donde a menudo se produjo el florecimiento cultural necesario para que las ideas de los más grandes científicos de la antigüedad fueran preservadas y desarrolladas.

La guerra del cristianismo contra la cultura clásica y sus centros de saber provocó la desaparición de toda una sabiduría, de cuyas cenizas se pudieron rescatar pequeños restos, que, copiados y traducidos una y otra vez a lo largo de los siglos nos han permitido conocer el mundo antiguo. Se hizo de noche para toda una cultura, y gracias a unos pocos valientes llevando de un lado para otro antorchas solitarias, nos ha llegado un reflejo de su luz hasta nuestros días.

La ruta del conocimiento es un viaje fascinante de miles de kilómetros por siete ciudades a lo largo de mil años, que sigue la pista de las ideas que han definido nuestra cultura occidental y explica cómo sobrevivieron al fanatismo religioso, la inclemencia del clima y el paso del tiempo. 




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