Antonio.- ¿Cómo iba a decírtelo? ¿Con qué palabras?"
En estas tres frases está condensada buena parte de esta obra de teatro. Y de la vida, en general.
Nombrar el dolor sirve para mitigarlo, o al menos, para volverlo visible. Palpable. De repente esa nebulosa que nos hacía la vida imposible se vuelve corpórea, y decimos ahí estás, te pillé, ahora me perteneces, aunque no tenga ni idea de qué hacer contigo. La mayoría nos pasamos la vida buscando nombrar el dolor, ponerle coto mediante palabras. Es un esfuerzo que dura toda la vida, un aprendizaje constante que nos permite abrirnos paso por la jungla de la felicidad y, si tenemos suerte, encontrar en ella un claro donde sepamos vivir.
Nombrar el dolor sirve para volverlo visible, pero a veces no acertamos a encontrar las palabras. A veces ni siquiera sabemos si hay palabras para nosotros, para nuestro dolor. En esta obra, Antonio no sabe qué palabras usar, no sabe si existen palabras para su dolor, palabras que él sepa pronunciar y que Beatriz, su mujer, pueda entender. No sabe quién es. Quién quiere ser. Y en el silencio que sigue a esa aceptación de su ignorancia irrumpen años de distancia, de hojas, de barro y de polvo.
Alberto Conejero siempre parece encontrar las palabras adecuadas. Ya sea para retratar a aquel amante de Lorca, probable destinatario de sus últimos sonetos de amor en La piedra oscura, o para sacar a la luz la vida eclipsada de Josefina Manresa, la viuda de Miguel Hernández, en su estremecedor monólogo Los días de la nieve. Alberto siempre sabe encontrar las palabras que les faltan a sus personajes para comprenderlos, para traerlos a la luz y retratarlos con una piedad y una ternura que me conmueven y descolocan.
"La gente muere y sólo queda su nombre. El amor muere y sólo queda su nombre. Por eso yo no hago más que repetir palabras, palabras como otros abrazan reliquias. Desde este lugar, desde esta luz que nunca se termina porque no puede terminarse".
Palabras para cuidar de los vínculos que nos hacen felices. Para protegerlos del paso del tiempo. Unas palabras oscuras, dichas en voz baja, pero tenaz. Una llama que vibra frágil en la oscuridad.
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