lunes, 20 de julio de 2020

LAS VENCEDORAS

Solène es una abogada de éxito en el París actual que conoce la palabra precariedad como todo el mundo, por los medios de comunicación, pero que nunca se ha aproximado a su realidad. Blanche es una dirigente del Ejército de Salvación que, en 1925 y tras una vida entera dedicada a ayudar a los pobres, decide comprar un inmenso edificio en el centro de París para que sirva de refugio a mujeres excluidas de las sociedad. Este edificio pasará a llamarse el Palacio de la Mujer, y acogerá ininterrumpidamente hasta hoy en día a miles de mujeres que han sufrido alguna forma de precariedad. Allí, en sus pasillos interminables, en sus más de seiscientas habitaciones, confluyen las vidas de estas dos mujeres que, a pesar de sus diferencias, comparten un deseo común: tender una mano a las mujeres que lo necesiten.

La pobreza asusta. Separa a la sociedad en dos trincheras: los que tienen para comer y los que no. ¿Cómo mirar a los ojos a una mujer sin hogar cuando te vibra el iphone de última generación en el bolsillo? ¿Cómo entender la violencia que ha sufrido si tú formas parte de la indiferencia social que las condena? 

Como ya hizo en su anterior novela, La trenza, Laetita Colombani enlaza dos historias de dos mujeres a las que une una sensibilidad y un propósito común. Ambas perciben la suerte (y la condena) de sentirse una caja de resonancia del sufrimiento ajeno. Y la incomodidad del confort. Del dinero que les permite no pasar frío ni hambre ni tener miedo. A veces lo único que pueden decir es "estoy contigo, te acompaño", tender la mano, no irse, no mirar para otro lado, no dar lecciones ni consejos, sólo acompañar, estar ahí. Parece poco. Pero quién lo hace.

En este sentido, Las vencedoras me ha recordado a Estoy contigo, de Melania G. Mazzucco: a veces ayudar consiste en bajarse del pedestal de la compasión caritativa y simplemente estar ahí, escuchar, poner el hombro y tender la mano, para lo que haga falta. 

Me ha gustado especialmente la descripción de ese enorme edificio parisino que no conocía, el Palacio de la Mujer. Una fortaleza, un palacio laberinto, una ciudad dentro de París, un microcosmos. Pasillos interminables con cientos de habitaciones, patios interiores con luz natural, inmensas salas de recepción adonde llegan mujeres que han sufrido todo tipo de violencias. Mujeres que han perdido la cuenta de cuántas veces han sido violadas. Y también mujeres que llevan la cuenta (veintiséis veces, cincuentayocho veces) porque recordar es resistir. Mujeres que tratan de recuperar los trozos rotos de su dignidad y de su amor propio entre los muros de este palacio que es un hogar y un escudo y una posibilidad de un futuro mejor.




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