"Un país en el que la gente se divide entre defensores de la culpabilidad o de la inocencia ajenas con la misma intensidad con la que los hinchas animan a su equipo en el estadio".
Este país es Italia, pero podría ser también España, Grecia, Inglaterra, Francia... En fin, cualquiera de los que tenemos más cerca. La nueva novela de Camilleri que ha traducido Carlos Mayor para Salamandra es una de las más políticas de toda la serie de Montalbano. Empieza con un desembarco de inmigrantes en las costas de Sicilia y el ritmo de toda la historia lo marca la llegada diaria (nocturna, mejor dicho) de cientos de refugiados que huyen de una vida rota e imposible buscando en Europa la salvación.
Camilleri escribió esta novela en 2016, ya ciego y en plena crisis de los refugiados. Me ha parecido maravilloso encontrarme con esta faceta del autor italiano, la más comprometida y social, que ya asomaba en novelas anteriores pero que en esta aflora con rabia y lucidez, sin contemplaciones.
Y por supuesto, sin perder nunca el buen humor y las carcajadas que siempre siembra en las intervenciones del inigualable Catarella, o el placer de la buena mesa en la ya mítica trattoria de Enzo, descrito por alguien para el que un buen plato de caponata y unos salmonetes fritos es sinónimo de paraíso. No falta de nada, ni siquiera el aire juguetón que aparece en ese gato blanco que se pasea majestuoso por la frontera entre la realidad y el sueño.
Camilleri murió el año pasado, y después de tantas horas de lectura siguiendo la pista de su comisario Montalbano, leer esta primera novela publicada en España después de su muerte ha sido como mirar la foto de un familiar querido al que he perdido hace poco tiempo. Nostalgia. Pena. Pero también alegría. Alegría por su compromiso y su forma disfrutona de vivir. Por las novelas que todavía quedan por traducir y que disfrutaré una a una, con la delectación especial y lenta que se le presta a aquello que no va a durar para siempre.
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