Toda la vida leyendo libros de historia, convencido de que casi todo lo que les pasa a las personas está provocado por decisiones humanas, y tiene que llegar este virus (y este ensayo) para darme cuenta de que no. Lo peor que le ha pasado a la especie humana son dos pandemias de peste que redujeron la población europea a la mitad (mediados del siglo VI) y a dos tercios (mediados del siglo XIV), y en las que difícilmente habría podido intervenir. Conclusión: los humanos nos hemos matado mucho (hasta el siglo XX), pero la naturaleza nos ha matado mucho más. Conclusión bis: los humanos conseguiremos prosperar y proliferar como dioses hasta niveles aterradores, pero sólo la naturaleza puede darnos tanto miedo como para hacer que la mitad de la población mundial se encierre en casa dos meses seguidos.
El fatal destino de Roma cuenta el papel que tuvieron el cambio climático y las epidemias en la caída del Imperio Romano, es decir, en la mayor regresión de la historia de la humanidad. La ciudad de Roma pasó de más de medio millón de habitantes a finales del siglo IV a apenas veinte mil a mediados del siglo VI. Uno de cada dos europeos murió de peste en apenas veinte años. Las crónicas que hablan del fin del mundo no son cuentos excéntricos de unos fanáticos asustadizos: si hoy murieran treinta millones de europeos de una enfermedad incontrolable también nos volveríamos apocalípticos. Y si lo hiciera la mitad de la población europea, como ocurrió a mediados del siglo VI, sería literalmente el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos.
No sólo las fuentes escritas, la arqueología, la economía, la religión o la sociología nos permiten reconstruir los procesos históricos. También la biología y la genética nos dan pistas determinantes. Podemos documentar los cambios climáticos analizando los glaciares, los fondos de los lagos o los anillos de los troncos de los árboles. También los huesos humanos, por su tamaño, forma y cicatrices, preservan un sutil registro de salud y enfermedades. La tecnología nos está permitiendo descubrir el impacto de la naturaleza en la historia, algo que quizá nuestro antropocentrismo, nuestro afán por ser siempre protagonistas de lo que nos ocurre, nos ha impedido hasta ahora reconocer. Nuestro planeta no es un telón de fondo estable e inerte para la historia. Al contrario. Como dice Kyle Harper, siempre ha sido "tan inestable como la cubierta de un barco en una borrasca violenta". A partir del siglo II, esa borrasca empezó a azotar el Imperio Romano. Primero de forma intermitente, con epidemias brutales aisladas en el tiempo. Y después, a partir del siglo V, con una brutalidad sostenida que desbarató la civilización tal y como se la conocía en todo el continente.
El fatal destino de Roma es un ensayo apasionante (y, hay que reconocerlo, por momentos muy denso) sobre un aspecto quizá poco tratado y conocido del final del Imperio Romano. Pero plantea una cuestión que va mucho más allá de un periodo concreto de la historia, y que es lo que más me ha interesado de su lectura: "El auge y la caída de Roma nos recuerda que la historia de la civilización humana es, en su totalidad, un drama medioambiental".
En esta época nuestra de crisis climática, agravada por el azote de una pandemia que nadie se esperaba, ¿empezaremos a estudiar el pasado y el presente sin olvidarnos de que la naturaleza puede convertirse en cualquier momento en un agente de cambio mucho más determinante que cualquier decisión humana?
Muy intersante la reseña, gracias por la información. El aspecto ambiental hasta donde uno sabía, no suele ser destacado en relación al fin del Imperio romano. Como curiosidad, mirando por internet acabo de ver un libro de Robert Silverberg, Roma Eterna, de hace años, una ucronía ambientada en un imperio Romano que nunca decayó y sigue vigente hasta nuestros tiempos. Gracias.
ResponderEliminarQué curioso lo de Roma Eterna. Lástima que esté agotado.
ResponderEliminarGracias por leernos, Fermín.
Un cordial saludo.