Quedar embarazada por error es una forma de quedar embarazada. ¿Y qué es un error? Una cosa que no estaba en los planes, quiere decir que nadie se la había imaginado. Algo que se lamenta después de que sucede, o un deseo tan profundo que no se sabía, y el cuerpo se adelanta y lo realiza.
Me resulta fácil elegir los libros de poesía. Tengo un método. Un método expeditivo y un poco cruel. Leo tres poemas, o tres fragmentos largos, y en un minuto dicto sentencia: me gusta o no me gusta. No hace falta que me gusten los tres poemas. Con que encuentre algo en ellos que resuene en mi interior me vale. Con este librito de la argentina Marina Yuszczuk me pasó algo raro. Me gustaron los tres poemas. Y el cuarto. Y el quinto. Y ahí me senté, agarré un marcapáginas y me preparé porque se avecinaba un acontecimiento. No me equivocaba.
Es difícil cuidar a un bebé porque va contra toda costumbre y aceleración, contra las ganas de que todo el tiempo pase algo, o de tener algo que contar. El bebé aprende cosas que se cocinan en un tiempo muy lento, lentísimo mientras dura pero que en la totalidad de la vida es un relámpago.
El pasado no existe. El tiempo tampoco. Pero cobra vida cada vez que uno lo recuerda. Cuántas veces fuimos a aquella playa. Cuántos veranos. Uno tiene la sensación de que de niño veranearon allí siempre, pero sólo hay fotos de un año. La madre dice que apenas se acuerda. Pero uno está seguro de haber ido una y otra vez. De que ese pasado que se escurre en la memoria compartida sucedió muchas veces. No puede ocupar tanto espacio algo que sólo sucedió una vez. ¿O sí?
¿Dónde empieza un cuerpo, y dónde termina? ¿De quién es la teta en la boca de mi bebé? ¿Y de quién es ese hueco que siento, o que me siento cuando no está en mis brazos?
Marina Yuszczuk usa la poesía para reflexionar sobre la maternidad. Sobre el hueco físico que deja su hijo en su cuerpo cuando se separa de él. Esa ausencia, como la de un miembro fantasma. Para reflexionar sobre la realidad, sobre cómo se dispersa y se expande y se disgrega en múltiples posibilidades que siempre desembocan en la imaginación. ¿Cómo usar el lenguaje para contar lo innombrable? ¿Y cómo contarlo sin metáforas? Y también: ¿cómo recurrir a artificios lingüísticos para algo tan profundo, tan esencial? ¿Cómo recurrir a juguetitos del lenguaje que lo convierten todo en una representación estética, en una máscara bonita hecha para todos los gustos?
Una se esfuerza por decir su verdad, por mantener cierta fidelidad a la experiencia, pero yo parto de la base de que todo lo que está pasando no se puede escribir. Y sin embargo quiero decir algo. Vivo en el mundo de la infancia de mi hijo, en un año sin lenguaje. "Poner el cuerpo" no alcanza para decir este estado, que es hacerme sólida cuando hace falta y después suave y después licuarme, sacar cosas nuevas del cuerpo que parece agotado, correr el límite, exprimir todavía un poco más.
¿Dónde está el límite? La maternidad se vuelve una búsqueda de la frontera de lo que una es capaz de hacer, de lo que el cuerpo es capaz de entregar. Y la necesidad de ser el bálsamo para la herida, la calma para el grito, la paz para un cuerpo en permanente revuelta.
Algo se rasgó para él
que lo expresa gritando
también, algo se rasgó para mí
pero yo, en cambio, no grito
mi función es mantener la paz
o ser la paz
ser una calma con los brazos abiertos
listos para recibirlo.
Yo no sé nada de lo que cuenta este libro. Me asomo a él como a un barco fantasma. A un mar cuyas olas bañan y muerden ferozmente la orilla de tantas personas pero que se retirará en cuanto mis pies traten de acercarse. Yo no sé nada de lo que cuenta este libro. Y esa ignorancia me resulta fascinante. Me adentro en sus poemas como un explorador en una selva virgen. Y me maravillo ante cada escena y asiento y sigo sin tener ni idea. Pero para eso está la escritura, ¿no? Para plasmar lo que uno no acaba de entender (ni acabará de entender nunca, probablemente) y dejar constancia del asombro que provoca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario