Refugiados. Llevamos muchos años desgastando esta palabra. Cada vez que un político se la tira a otro desde su bancada para tratar de conseguir rédito político la araña un poco más, le rompe una esquina, la adelgaza. En España en 2020, ¿qué significa? Poco a poco se ha ido convirtiendo en una etiqueta, como pobres, migrantes, extranjeros, una etiqueta que deshumaniza a las personas que designa, señalando su diferencia con nosotros. Nosotros (españoles, occidentales) somos sobre todo personas. Ellos (extranjeros, desplazados) son sobre todo refugiados.
La verdad es que no los entendemos. Muy pocos occidentales sabemos qué significa perder el lugar al que llamamos casa y no poder recuperarlo. La mayoría de refugiados ni son nómadas ni se consideran refugiados. No saben lo que significa vivir en tránsito más que tú o que yo. Son sedentarios, como tú y como yo, que pierden su casa, su forma de vida y su modo de subsistencia y tienen que viajar a la fuerza, huir con sus raíces arrancadas en la mano, aprendiendo que quizá, aunque no quieran, tengan que encontrar otro lugar donde volver a plantarlas. La desaparición del hogar es lo que define al refugiado, no el cruce de una frontera ni mucho menos que su solicitud de asilo sea aceptada. Muchos no son refugiados porque no se identifican con una palabra que los estigmatiza. La mayoría no son refugiados porque los países occidentales ni siquiera les dan la oportunidad de serlo.
La palabra "refugiados" esconde una realidad incuestionable: son personas. Cuando decimos que son personas no sólo las igualamos a nosotros en su condición humana sino que les devolvemos su identidad esencial frente a su identidad de refugiados, les quitamos esa etiqueta (esa careta) que todo lo ocupa y nos arriesgamos a convertirlos en espejos donde reconocernos.
Otra forma de señalar su diferencia es describirlos como víctimas. Cuando insertamos la lente de la compasión en nuestra mirada solidaria, a menudo nos centrarnos en sus traumas y los alejamos de nosotros. Fomentar la pena es tan perjudicial como fomentar la desconfianza. Y descuida los aspectos esenciales de las vidas de las personas refugiadas, que son los que todos, tengamos o no un hogar al que volver, compartimos. Unos de esos aspectos, por ejemplo, es el tedio. Ser refugiado, la mayor parte del tiempo, es de un tedio insoportable. Las colas de los campamentos, la lentitud de la burocracia, el tiempo detenido de los confinamientos. Ojalá tras nuestra experiencia occidental con la cuarentena entendamos mejor que la desesperación y el trauma vienen tanto del sufrimiento como de la impotencia por no poder salir a la calle, trabajar y vivir libremente en sociedad.
Salwah, protagonista de una de las historias de este libro, fue herida por un francotirador en Alepo y se quedó en silla de ruedas. Mayo de 2013. Fotografía de Anna Surinyach, incluida en el libro. |
Este libro de Agus Morales recorre cuatro continentes, desde El Tibet hasta El Salvador, y las historias de decenas de personas que han tenido que huir de sus casas por la violencia y cuyo mayor deseo casi siempre es que esa violencia cese para que puedan volver. El autor subraya este deseo, que muchas veces olvidamos los occidentales, con nuestra omnipresente superioridad moral: muchos refugiados no quieren ser asimilados, no quieren quedarse a vivir en la fría Europa o en los hostiles Estados Unidos, porque siguen soñando secretamente con volver a donde fueron felices, ese hogar de la infancia donde siguen sus raíces. La profunda crisis de solidaridad y hospitalidad en la que vivimos, intoxicada por la infamia de los que cada día relacionan a los refugiados con criminales, no ayuda a que estos quieran trasladar sus raíces a nuestras tierras.
No somos refugiados me ha recordado mucho a El Hambre, de Martín Caparrós, por su forma de acercarse a los protagonistas de sus historias y su precisión al apoyar el dedo en las llagas precisas. Me ha ayudado a deshacerme de algunas ideas preconcebidas sobre las migraciones y a enfocar mejor mi mirada sobre los refugiados. Algunas de sus historias ofrecen respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que existían. Pero la gran pregunta que siempre me he hecho sigue sonando insistentemente en mi cabeza, sin respuesta: ¿cómo podemos seguir cerrándoles la puerta a aquellos cuya última opción ha sido pedirnos ayuda?
Gracias por la reseña, está en mi lista desde hace tiempo ya, pero esto anima todavía más a hincarle el diente :) un abrazo.
ResponderEliminarSeguro que no te deja indiferente. ¡Un abrazo!
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