lunes, 18 de noviembre de 2024

CUANDO EL FINAL SE ACERCA

«Tras encontrarme con la muerte miles de veces, he llegado a la conclusión de que tenemos poco que temer y mucho que preparar. Desgraciadamente, por lo general me encuentro con pacientes y familias que piensan lo contrario: que la muerte es espantosa y que hablar o prepararse para ella será insoportablemente triste o aterrador». 

Vivir de espaldas a la muerte, negarse a hablar de ella, considerar que en ningún caso puede estar en nuestra mano decidir cómo morir, son formas de atrincherarse en el temor, y de condenar a nuestros seres queridos al dolor de tener que afrontar la pérdida sin ninguna guía. Negarse a hablar de la muerte es negarse a buscar un mapa para entrar en un bosque oscuro. Es negar la posibilidad del consuelo y elegir el miedo y el sufrimiento. Es optar por la ignorancia frente al conocimiento. Es condenarse a la desorientación y al trauma. 

Al igual que nadie se negaría a que le guiaran y prepararan durante el proceso de un parto, ¿por qué nos negamos a que nos guíen y nos preparan para el proceso de la muerte? Un parto normal suele ser más complicado y doloroso que una muerte normal, nos dice Kathryn Mannix. La medicina está ahí para hacer que los dos procesos sean lo menos dolorosos e invasivos para la dignidad de las personas. Para la autora de este ensayo, médica especialista en cuidados paliativos, su trabajo es un privilegio. Al igual que las matronas, su trabajo consiste en guiarnos por el camino de uno de los dos procesos más importantes de nuestra vida. Es una matrona de la buena muerte, nos enseña cómo vivir una buena vida hasta el último suspiro. 

Nuestra forma de interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor y de anticipar posibles escenarios cuando la enfermedad nos invade puede agravar el daño físico. Ayudar a los enfermos y a sus seres queridos a afrontar el dolor y la perspectiva de la muerte es el trabajo al que ha dedicado su vida Kathryn Mannix. Un trabajo que pasa por saber elegir las palabras adecuadas y saber escuchar sin juzgar. Porque lo importante es hablar. «Un debate abierto reduce la superstición y el miedo, y nos permite ser sinceros los unos con los otros en un momento en que fingir y las mentiras bienintencionadas no hacen más que separarnos, haciéndonos perder un tiempo precioso». 

La tecnología nos ha permitido alargar la esperanza de vida, a la vez que nos ha alejado del proceso de morir. «El arte de morir se ha convertido en un saber olvidado, pero todo lecho de muerte es una oportunidad de devolvernos ese saber, para que nos sirvamos de él cuando afrontemos otras muertes en el futuro, la nuestra incluida». 

La autora propone un acercamiento a los últimos momento de la vida con una actitud de curiosidad y descubrimiento, y no de certidumbre. No he conocido nunca una persona con una capacidad tan grande para empatizar con el sufrimiento de los demás y saber encontrar las palabras que apaciguan y reconfortan en los momentos más difíciles. Capaz, también, de construir un relato que transmite compasión y serenidad y nos ofrece una mano abierta, una mano sabia, para afrontar el momento más trascendental de nuestra vida adulta. 

Lejos de decirles a los demás lo que tienen que hacer, hace precisamente lo contrario: consigue que los demás descubran por sí mismos qué es lo que desean para sí mismos y para la gente que les rodea. Describe la decisión de respetar al máximo la autonomía de los demás como un acto de amor. La autonomía de pacientes enfermos, de personas atrapadas en enfermedades terminales. No instruye, pregunta. Busca comprender, no ser obedecida. Y sale airosa de situaciones imposibles. Ya me lo pareció en su otro libro publicado en español, Las palabras que importan, pero me ha vuelto a impresionar con este. Esta mujer es una maga y una inspiración para tener siempre presente. 





lunes, 11 de noviembre de 2024

JUNTOS

Después de leer y disfrutar de las ilustraciones de este libro infantil, me viene a la cabeza aquel verso de Mario Benedetti: «somos mucho más que dos». Y es que la compañía nos multiplica. Nos multiplica el placer, la diversión, el aprendizaje. Y este preciosísimo cuento infantil lo expresa de maravilla. «A veces tenemos secretos», leemos en una página en blanco con un troquelado que deja ver un trocito de la ilustración de un niño con una caja de tesoros de la doble página siguiente. Y al pasar la hoja, vemos que el niño está rodeado por sus amigos y amigas bajo la mesa de un comedor: «Juntos, tenemos recuerdos». 

«A solas, contamos. Juntos, compartimos. 
A solas, crecemos. Juntos, florecemos. 
A solas, tenemos intereses. Juntos, somos apasionados. 
A solas, pensamos. Juntos, construimos». 

Y una de mis favoritas: «A solas, tenemos todo el espacio», y aparece la ilustración de una abuelita arropada en una cama enorme, tan tranquila. Y, al girar la hoja, vemos que está rodeada de un montón de gatetes azules encantadores que hacen que «juntos, estamos calentitos». 

Este es un libro tierno y cálido sobre el valor de compartir, de buscarnos en los demás para no solo poder crecer, sino para florecer. 



lunes, 4 de noviembre de 2024

EL FACTOR RACHEL

—¡Hola, Óscar! ¿Qué tal? Venía a por una recomendación porque es el cumple de mi nuera veinteañera y, como le gusta mucho leer, he pensado que un libro sería... 
Le tiendo un ejemplar de El factor Rachel sin decir ni pío. 
—¿Este? 
Asiento efusivamente. 
—¿Así sin más? 
Asiento más efusivamente aún, si es posible. 
—No te veo muy hablador. 
—Es que lo acabo de terminar justo ahora y me puede la emoción. ¡Qué libro!
—¿Sí? ¿De qué va?
—Uy, de tantas cosas. De... De...
—Venga, dime una. 
—De la amistad, sobre todo de la amistad. De los amigos que haces a los veinte años y se convierten en personas importantísimas diez minutos después de conocerlos y..., y... Y su amistad supera en intensidad e importancia a cualquier novio o novia y, por mucho que tu vida sea una tormenta constante, ellos siempre son la tabla de salvación, lo que siempre te rescata de cualquier cosa que te pase. 
—Suena intenso. 
—Pero no lo es. ¡Lo mejor es que no lo es! 
—¿No?
—No, este libro es pura ligereza, y más que de amigos en plural, habla de una amistad en concreto. Porque no tenemos tantos amigos indispensables y cercanísimos. A menudo no es más que uno, o dos. 
—Mm-mm. ¿Autora irlandesa?
—Sí, todo transcurre en Cork, o casi todo, década de 2010, plena crisis económica...
—¿Cork?
—Sí, un lugar lejos de todo en un país lejos de todo. Me ha encantado cómo describe la precariedad, los trabajos temporales, la maternidad, el derecho al aborto, y la confianza brutal entre personas que se acaban de conocer y que sienten que pueden contarse cualquier cosa, y cómo asusta a veces esa confianza, lo vulnerable que te deja. 
—Ya. La verdad es que de historias de amor está repleta la librería, y la historia de la literatura, de amor romántico, me refiero. Pero de historias de amor entre amigos, del amor de la amistad, no tanto. 
—¡Exacto! Y de eso habla también la novela. De cómo hemos aprendido a sobrevalorar el primero e infravalorar el segundo. 
—Pues nada, ¿me lo envuelves para regalo?
—Eso está hecho. Le va a encantar, ya verás. Y qué capacidad tiene para reírse de sí misma. La protagonista, me refiero. Pero reírse de verdad, quitando capa a capa toda la seriedad y la trascendencia de los veinte años para señalarlas y partirnos la caja con lo exaltadamente ridículos que podemos llegar a ser cuando nos consideramos el centro de una historia increíblemente importante. 
—Te ha gustado, ¿eh?
—Me ha encantado. Y además es justo lo que necesitaba ahora mismo. Un soplo de aire fresco. Se lee como quien se tira toda la tarde viendo capítulo tras capítulo de The Gilmore Girls o cualquier otra serie ligera, cómica, cálida y rebosante de diálogos inteligentes. 
—Pues nada, ya te diré si le gusta. 
—¡Y además la prota trabaja en una librería!
—Ah, amigo, ya sé por qué te ha gustado tanto. Te pillé. 
—Qué le voy a hacer. ¡Si es que lo tiene todo!




lunes, 28 de octubre de 2024

BALADA PARA SOPHIE

Este cómic suena. Suena a nocturnos de Chopin, a la belleza estática de un Ravel que te eleva por encima de la realidad. Suena a mimo y concentración, a un secreto largamente guardado capaz de esperar toda una vida hasta encontrar la persona adecuada para salir de su oscuridad y florecer. 

Julien Dubois es un anciano cascarrabias que vive recluido en una gran mansión. Hace muchos años llenaba salas de todo el mundo con sus espectáculos musicales hasta que algo lo retiró abruptamente de los escenarios. Desde entonces vive rumiando su pasado. Un pasado anterior a la gloria pública que lo encumbró. Un pasado que flota a su alrededor como el segundo movimiento del concierto para piano de Ravel

Adéline Jourdain es una periodista empeñada en entrevistar al viejo maestro. Tan empeñada como para quedarse a dormir en la escalinata de su mansión hasta que le abran la puerta y le permitan hacer sus preguntas. Quiere saber por qué esa reclusión, por qué vive de esa manera tan alejada del mundo aquella estrella que un día hizo bailar y sonreír a toda una generación. 

Un piano de cola asiste mudo a su encuentro. Y a la relación que se va tejiendo entre los dos. Un piano de cola que guarda la memoria de un niño con gafas al que obligaron a ser el mejor, de un profesor con cara de cabra, de una madre dispuesta a todo por el éxito, y de una rivalidad que marcaría, compás tras compás, toda la vida de Julien Dubois. 

Filipe Melo y Juan Cavia mezclan personajes de ficción con la vida del gran pianista francés François Sansom en una novela gráfica emocionante que estoy convencido que puede encender la llama de la delicadeza en el corazón de cualquier lector. 




jueves, 24 de octubre de 2024

ANGLOSAJONES. LA PRIMERA INGLATERRA

P. y yo volvimos de Suecia fascinados. La semana que pasamos este verano nos supo a poco y, en el avión que nos alejaba del aeropuerto de Arlanda, nos prometimos volver pronto a seguir explorando el país de norte a sur. Como las vacaciones son escasas y no sabemos cuándo cumpliremos nuestra promesa, de vuelta a la tórrida meseta ibérica tratamos de conjurar la nostalgia (y de seguir alimentando la curiosidad) con la serie Vikingos. Que ya sé que estrictamente poco tiene que ver con Suecia y que es un topicazo como que un japonés vuelva de España y se ponga a seguir canales de flamenco en Youtube. Pero uno tiene las ideas y los placeres culpables que se puede permitir, así que allá nos pusimos a darnos el atracón de las seis temporadas. ¿Y esto qué tiene que ver con anglosajones? Pues a ello voy. 

Entre que en nuestro viaje todos los suecos que nos encontramos parecían tan a gusto con el inglés como con el solecito improbable que tuvimos la suerte de disfrutar siete días seguidos, y que había pocas aficiones más gustosas para los vikingos que saquear las costas inglesas, mi placer culpable (¿culpable por qué?) me llevó a este libro. Y a la sinuosa fuente usada para el título. A veces bastan una A con vuelo y una E redonda como un escudo para hacer viajar la imaginación. Vi la portada y me lo llevé a casa. Sin más. 

De todo lo que podría comentar de este libro, voy a intentar quedarme con tres ideas. La primera es que la historia de los pueblos que habitaron lo que hoy llamamos Gran Bretaña desde la caída del Imperio Romano hasta la conquista normanda en 1066 no se explica sin la influencia de los pueblos de origen germánico y escandinavo. De origen germánico fueron los sajones, jutos y anglos que llegaron a la isla y tomaron el poder en el siglo V. Y de origen escandinavo fueron los daneses y más comúnmente llamados "los hombres del norte" que llegaron a partir de 793 y que estuvieron casi tres siglos en contacto con los anglosajones y mezclándose con ellos. Pero la historia no ha tratado por igual a las invasiones de germánicos y escandinavos. A pesar de que ambos tenían unas costumbres, una religión y una cultura de origen similar, a posteriori a los germánicos se los consideró pueblo inglés y a los escandinavos, pueblo invasor. Que los primeros adoptaran mucho antes el cristianismo no es casual. Algo parecido pasó en la Península Ibérica con los visigodos y los árabes. Ambos invasores, ambos no cristianos en origen. Pero los primeros "llegaron" mientras que los segundos "invadieron". Los primeros son nuestros ancestros. Los segundos siempre serán los otros. Ay, las palabras. Ay, la xenofobia nuestra de cada día. 

La segunda idea (y esta es más breve) es que el autor tiene un estilo fluido que da gustar leer. Atrás quedaron los ensayos académicos con mil notas al pie que más parecían escritos para un director de tesis encerrado en su torre de marfil que para que cualquier mortal pudiera entenderlos. Incluso en los momentos que menos me interesaban, sencillamente no podía parar de leer o saltarme páginas. Un diez para la claridad y la fluidez. 

Y la tercera es que este ensayo, como la inmensa mayoría de ensayos históricos, es un relato pormenorizado de las vidas y milagros de un grupito reducidísimo de gente poderosa. De hombres poderosos. Yo entiendo que sus vidas son interesantes y que influyeron decisivamente en el desarrollo de las sociedades de su época, ¿pero qué pasa con el restante 99,99% de la población? Es que parece que si sabemos todo lo posible sobre unos cincuenta o sesenta reyes y nobles, podemos dar por sabida la historia completa de una isla como la inglesa durante cinco siglos. Y no sé. He echado en falta a la gente corriente. A las mujeres. A los desfavorecidos. A los que sufrían la megalomanía de sus reyes y nobles. A los campesinos. A los monjes. A los viajeros. Cómo se veían y cómo veían a los demás. Cómo entendían el poder, las migraciones, las religiones, la libertad. A qué aspiraban. He echado de menos tocar la tierra, escarbarla, olerla. Ya sé que no se le pueden pedir novelerías a los ensayos. Pero la tierra también es historia. A veces más que la ambición por una corona. 

En fin. Que no pare la curiosidad por los vikingos (que, por cierto, parece que no se llamaban a sí mismos vikingos). Pronto caerá otro ensayo. Este promete más tierra y menos coronas. 





lunes, 21 de octubre de 2024

PRESENTES

El 20 de noviembre de 1936 fue fusilado en Alicante José Antonio Primo de Rivera. Durante dos años, el bando nacional ocultó su muerte y se le tuvo por ausente, dando alas a todo tipo de teorías sobre su paradero. En noviembre de 1939 se trasladó su cuerpo desde Alicante hasta El Escorial a hombros de voluntarios falangistas. Fue un cortejo fúnebre de diez días con antorchas y toda la parafernalia litúrgica con la que el régimen franquista quiso escenificar un homenaje místico a la figura política que, a pesar de no haber obtenido apenas apoyo electoral antes de la guerra, más pasiones suscitaba entre sus filas. A partir de ese momento, José Antonio pasó a estar presente, y así se gritaba exaltadamente por todo el país. Paco Cerdà ha recreado con una literatura apasionada esa presencia del jefe de Falange, un hombre que, aun muerto, era capaz de magnetizar a todo un país, enmarcándola con otras presencias de personas más o menos conocidas que ayudan a entender ese momento histórico de inflexión en la historia de España. 

Presencias como la de un tal Miguel en la cárcel escribiéndole a una tal Josefina versos sobre una cebolla y sobre que nunca se dejaría atar el alma. Presencias como la de una Muchacha sin nombre de catorce años embarazada por una violación con dos posibles culpables, y, ante la duda del instructor del caso, con ninguno. Presencias como la de una tal Pilar, descrita en seis páginas de literatura bellísima y arrebatada, que un día de 1939 leyó que su amor secreto, el gran poeta, ya no recordaría nunca más sus días azules de la infancia. Presencias como la de otra Pilar, ambiciosa y revolucionaria, que en pocos años convirtió una sección de siete mujeres de un partido político irrelevante en la organización femenina de masas más grande e influyente de la historia de España, capaz de modelar y someter la mente de varias generaciones de mujeres. Presencias que sangran como acaba de sangrar el país, que corren paralelas a la del «cadáver que marcha con sus escuadras azules por las venas abiertas de España». 

El objetivo no era trasladar un cadáver, dar reposo definitivo a un cuerpo, sino «dejar erigida una doctrina». Levantar un monumento simbólico al nuevo régimen, con el fin de comenzar la evangelización de España en la fe falangista. No bastaba con haber vencido: ahora tocaba convencer. Y cualquier medio era lícito. Ya lo había dicho el santo José Antonio: ejercer la violencia nunca sería un problema. 

Con su excepcional literatura arrebatada, este libro podría ser el reverso tenebroso de lo reflejado en el luminoso 14 de abril. Ambos con sus grises. Pero mientras aquel día de primavera prometía ser el inicio de un camino esperanzador, aquí la sombra de la muerte, de la amenaza y del miedo es alargada. Tan alargada que duró casi cuarenta años. Y, tristemente, aún no nos hemos deshecho de ella. 



lunes, 14 de octubre de 2024

ESTE MUNDO CIEGO

Recuerdo el contraste entre la crudeza y el lirismo de la anterior novela que leí de Jesmyn Ward, La canción de los vivos y los muertos. El impacto emocional que me provocó. Coincidimos P. y yo, creo, que era de las mejores novelas que habíamos leído nunca, y que era casi imposible de recomendar. ¿Cómo hacerse responsable de una historia así? A caballo entre el mito y la realidad, entre lo onírico y la más terrible lucidez, su nueva novela transita por caminos parecidos, en este caso en la época de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos. Por momentos me ha recordado a El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead, otro referente de la lucha por denunciar el racismo estadounidense desde una literatura lírica y personalísima. Pero creo que Ward va más allá todavía y aporta una mirada femenina excepcional y poderosísima. 

«Este amplio infierno ahogado en llanto. La hilera se mueve bruscamente. Los hombres empiezan a avanzar por el camino, torpes con sus cadenas. Algunas mujeres gritan, asustadas, cuando iniciamos la marcha. Pateo el suelo como patearía al amo si alguna vez, alguna vez, tuviera la oportunidad, y me aparto del hombre que me dio el color mestizo de mi piel. Escupo y maldigo el suelo del hombre que nos vende a Safi y a mí por haber recobrado una pizca de la vida que nos había robado. Al hombre que violó y vendió a mi madre». 

Las historias y los recuerdos son lo único que mantienen a la protagonista en pie. Historias de los vivos, historias de los muertos, historias de los que vagan en la penumbra y descienden peldaño a peldaño las escaleras de este mundo ciego. Historias de hombres y mujeres que cargan con los enormes fardos de su tristeza, que «miran su derrota a través de un horizonte invisible». 

«Te marcan. Te marcan con la flor de lis en la cara para que todos, para que cada persona que te vea sepa que huiste y te atraparon. Te ponen cadenas en los pies, te hacen andar con brazaletes de acero hasta que se convierten en tu piel. Te ponen collares, collares de metal que te muerden el cuello, que te hacen pequeñas gargantillas de llagas. Y eso si no te disparan, si no te ahorcan, si no te degüellan porque tuviste el descaro de reclamar tu vida». 

De esta novela me quedo con su sensibilidad abrumadora. Con su escritura en carne viva, que sabe acariciar y desgarrar en un mismo gesto. Con su capacidad para ver más allá de lo aparente, para penetrar en el interior de las emociones y bucear por sus recovecos. Siempre más allá de la realidad que ven los demás, como su protagonista, que ve en el agua ondulaciones que nadie más ve, que escucha lo que otros no oyen, que sabe que la realidad siempre puede ser algo más que lo que los demás dicen que es. Me quedo con la capacidad de resistencia de esas mujeres «que se arrastran por el suelo buscando, buscando incluso en sueños algo parecido a un cuerpo amable, a una voz suave, a una mano que se alce y diga: levántate, levántate y ven, tengo un lugar para ti». 

Porque en el centro del sufrimiento se esconde siempre la veta intocable en la que late encapsulada la esperanza. «Una veta que se abriría paso hasta florecer». 





jueves, 10 de octubre de 2024

DESCOLONIZANDO LA MENTE PALESTINA

Israel está en todas las noticias desde hace ya más de un año. Nos levantamos y nos acostamos con la misma palabra. Israel. Un diminuto estado en la otra punta del Mediterráneo. El adalid de la guerra declarada contra los derechos humanos desde hace 75 años. Israel. Un estado que no tolera la existencia de ninguna amenaza y responde siempre con violencia ante cualquier persona u organización que perciba como un riesgo para su integridad. Un estado que tiene en el centro de su identidad su condición de víctima y, por lo tanto, necesita siempre un agresor que señalar para reconocerse en su identidad. Un estado preso de la violencia que provoca para poder seguir enarbolando su excepcionalidad. 

Hace unos meses, España reconoció el Estado de Palestina. Se unió así a los otros 144 países que lo han reconocido, tres cuartas partes de los países que integran las Naciones Unidas. Pero por mucho que se sucedan los reconocimientos internacionales, la realidad es que no existe de facto un Estado Palestino propiamente dicho, sino un Estado Israelí con derechos exclusivos para los judíos que priva de los derechos humanos fundamentales a los palestinos, con muchas semejanzas a la Sudáfrica del apartheid. 

La solución de los dos estados ya era imposible antes del 7 de octubre de 2023. No se puede crear un Estado Palestino sin continuidad territorial, con asentamientos de colonos judíos en su interior, con un muro externo e interno creado para separar comunidades y privilegiar los desplazamientos judíos, con una parte del territorio bloqueado y con una ley racista que discrimina a los palestinos que viven en Israel. Pero ahora la solución de los dos estados se ha vuelto del todo inimaginable. ¿Qué estado palestino puede surgir con un país vecino que tiene carta blanca internacional para asesinar a sus ciudadanos? 

Para este pequeño ensayo, Haidar Eid se ha inspirado en las posiciones de Edward Said, el intelectual palestino que criticó duramente los Acuerdos de Oslo y la connivencia de los gobiernos palestinos con la ocupación israelí y sus abusos. Junto con Ghassan Kanafani y Mahmoud Darwish, Said «contribuyó decisivamente a que Palestina se convirtiera en la causa con un contenido más moral de nuestro tiempo». Y centró su enfoque en señalar el error de confiar en que se llegaría a un acuerdo con Israel que trajera la paz y restituyera los derechos fundamentales de los palestinos. La alternativa para Said, para Haidar, y para un número cada vez mayor de palestinos, es la creación de un estado único laico y democrático en el territorio de la Palestina histórica que no discrimine por raza, etnia o religión y que no se base en la opresión de una comunidad sobre otra. Un estado único laico y democrático para judíos y palestinos en el que puedan convivir en igualdad de derechos. En Sudáfrica funcionó. ¿Por qué no en Palestina?






lunes, 7 de octubre de 2024

COMO SI FUERA UN RÍO

Como si fuera un río. Fluyendo, viajando de un lugar a otro. En perpetuo movimiento. Así deben vivir los que son perseguidos. Deslizándose en la oscuridad, siempre hacia delante. Así vive el joven Wilson Moon, un muchacho con la piel no suficientemente blanca para la susceptibilidad de la gente que necesita sentirse superior. 

En 1949, el diferente era siempre el culpable. Y para que no quedara duda, se usaban palabras como piel roja, mexicano, indio, chusma, ladrón, sucio perro. Palabras que escupían, palabras que señalaban y ponían una diana en la espalda de cualquier muchacho que se atreviera a pasear por un pueblo a plena vista. Un muchacho como Wilson Moon. 

A veces basta un único suceso en la vida de alguien para cambiar su curso para siempre. Para la joven Victoria Nash, ese suceso es cruzarse con Wilson Moon en una calle de su pueblo de Colorado. Cruzarse con su sonrisa, con sus ojos penetrantes. Con ese andar tranquilo y paciente que parece acoger en su movimiento el aire y la luz y el vuelo de las mariposas. 

Mi madre me recomendó esta novela con mucha pasión, y entiendo perfectamente por qué le gustó. Habla de maternidad, de renuncia, de amor invencible que no se deja abatir por el paso del tiempo. Habla de racismo y de dignidad, de violencia y de ternura. De una capacidad de resistencia puesta a prueba una y otra vez en las más duras circunstancias. Y de naturaleza salvaje. Y del sentido del asombro. Y de melocotones. 

La novela de los melocotones, ¿la has leído ya?, me decía. Y es que hueles a melocotones y tocas sus hojas dentadas y sientes la respiración de sus ramas mientras avanza esta historia de pérdida y redención y esperanza más allá de lo probable. Me ha gustado mucho. Me ha encantado. Tiene una sabiduría sencilla capaz de tocar canciones muy bonitas en las cuerdas de la sensibilidad de mucha gente. 



lunes, 30 de septiembre de 2024

CUIDAR DE ELLA

Hay meses en los que no saco mucho tiempo para leer. Y leo despacio. Es otra experiencia. Cuando una historia te dura dos semanas la vives de una manera radicalmente diferente a cuando te dura tres días. Es el placer acostumbrado frente a la inmediatez de la adrenalina. Un café largo de sobremesa frente a un lingotazo. Yo, que no soy nada de alcohol pero suelo devorar libros, he disfrutado especialmente el viaje pausado que he emprendido con este. Uno de los mejores viajes del año, sin duda. 

Y eso que el libro avanza a toda máquina. Como su heroína.  
«Todo iba demasiado rápido. Viola, en el fondo, era futurista. Hablar con ella era conducir a tumba abierta por una carretera de montaña. Siempre volvía agotado, aterrado, exaltado, o una mezcla de las tres cosas».
Esto me ha recordado a esas personas, pocas, muy pocas personas, que te elevan, cuya conversación te aúpa a otro nivel de conciencia, de agilidad o de asombro. Te dejan un cosquilleo en la mente, una efervescencia a la que es muy fácil volverse adicto. 
 
«Quería mostrarte que no hay límites. Por abajo ni por encima. Toda frontera es una invención. Quien lo comprende molesta por fuerza a quienes inventan esas fronteras, y todavía más a quienes creen en ellas, es decir, más o menos a todo el mundo. Sé lo que dicen de mí en el pueblo. Sé que mi propia familia me encuentra extraña. Me da igual. Sabrás que vas por el buen camino, Mimo, cuando todo el mundo te diga lo contrario». 

Esta es una historia de dos almas de genio atrapadas por un cuerpo y una familia inadecuadas. Con el telón de fondo del fascismo italiano y su increíble capacidad para envenenar las relaciones más profundas, Cuidar de ella es una historia de amor arrebatado al margen de las convenciones entre un aprendiz humilde y una joven aristócrata. Transmite entusiasmo, inocencia y una pasión genuina por el arte y todo aquello que nos conmueve hasta cambiarnos la vida. Una belleza de novela. 




jueves, 26 de septiembre de 2024

¡FUERA ETIQUETAS!

Una de las cosas que más me gusta de las nuevas generaciones es la mayor libertad que tienen para expresar lo que sienten e identificar lo que les daña. Poner etiquetas a las personas es una respuesta instintiva a nuestra incapacidad para comprenderlas. Si decimos que una persona es egoísta, torpe, feliz o cargante, estamos reduciendo la identidad de alguien a un comportamiento en concreto. Estamos metiendo a esa persona en un cajón con una etiqueta. Eso nos ayuda a juzgarla. Pero nos empobrece a nosotros y las daña a ellas. 

Algo tan simple y tan complejo es lo que plasma con maestría Lucía Serrano en este cuento infantil. Tras los éxitos de Tu cuerpo es tuyo y Nos tratamos bien, la autora se ha atrevido con un tema universal que nos afecta a todas las personas, de todas las edades. «Cuando usamos mucho una palabra para describir a alguien, decimos que le hemos puesto una etiqueta. En ese momento, la palabra empieza a crecer. Y crece tanto que ya no ves a la persona. Y ella tampoco puede verse bien. No verse da mucha tristeza. Si te ponen una etiqueta, es probable que acabes creyéndotela. Es un poder secreto que tienen las palabras». 

No somos lo que hacemos. Y mucho menos somos una sola cosa. Somos muchas cosas. Y las primeras que deben saberlo son las personas que más nos quieren. Las que deciden agujerearnos las orejas sin preguntarnos, el tipo adecuado de juguetes o el color de la ropa o las actividades de ocio o el tipo de afecto en función de si nos han puesto un nombre masculino o femenino al nacer. 

Lucía Serrano ha escrito un libro infantil que deberíamos leer todos. Y dejar que hiciera de espejo. Y vernos en él. Atrevernos de verdad a vernos. Quizá así podríamos empezar a construir un mundo mejor. Para los niños. Para todos. 

 

lunes, 23 de septiembre de 2024

COMO BESTIAS

En el valle de Ourdouch hay una gruta. Allí arriba, en la montaña. La gruta la guarda un joven de fuerza sobrehumana. Un joven que no sabe hablar, pero cura a los animales con el calor de sus manos. En la gruta hay también una niña. O eso parece. Nadie sabe nada de ella. Quién es. De dónde viene. ¿Es hija del joven que no habla? ¿O de su madre, que lo protege de la civilización que no sabe protegerlo? En lo alto de la montaña hay una gruta. Y un helicóptero la sobrevuela. Es la gruta de las hadas, dicen los lugareños. Y a las hadas no les gustan los policías. 

Los rumores son parecidos a las canciones. La gente los canta y el viento esparce la melodía como semillas en primavera. Semillas que prenden en la imaginación de las personas y brotan en la oscuridad de las calles como flores malintencionadas. Rumores, canciones. Rumores de hadas que bailan y juegan. De hadas que protegen la gruta de la montaña. La gruta de las hadas. Hadas que acogen a los niños que las madres no quieren. Niños nacidos de la crueldad de los hombres, que plantan su ferocidad en los vientres vulnerables de las mujeres. 

Nadie cree en las hadas. O eso dicen. Las hadas son invenciones, cuentos para asustar a los niños de las montañas. Pero nadie se las puede sacar de la boca. Están ahí, en los cuchicheos y en las miradas de reojo. En la distancia que los del valle mantienen con los de arriba. Las hadas no existen, dicen todos. Pero que no vengan. Que se queden en su gruta. Ahí arriba, en su montaña. Con los osos y las bestias. 

Menos mal, dicen las hadas, que «algunos en el mundo de ahí abajo» todavía sienten simpatía por las bestias y los gigantes extraviados. Menos mal que algunos todavía los miran con ojos comprensivos y aceptan su presencia como aceptan la dureza de las rocas y la sombra de la montaña. Quizá todavía se pueda confiar, dicen las hadas, aunque la mayoría tuerza el gesto y se dé golpecitos en la sien y se burle estúpidamente cuando las bestias y las hadas se vuelvan protagonistas de una investigación policial. 

Violaine Bérot ha escrito una novela poderosa intercalando interrogatorios policiales a los vecinos del valle con las canciones de un misterioso coro, como en una tragedia griega o un moderno cuento de hadas. Gracias a P. por recomendarme esta historia rural sobre un mundo que tiende a desaparecer, pero cuya magia permanece en las flores oscuras de los rumores que brotan de los miedos de la gente sensata.  




lunes, 16 de septiembre de 2024

LAS HIJAS DEL PINTOR

Mientras P. deambula por las salas de los románticos, en las que los dos nos quedaríamos a vivir, yo me quedo rezagado con las pelucas. Las pelucas de esos hombres que nos miran desde los cuadros como reteniendo un estornudo por la cantidad de talco que les han debido de poner antes de empezar a posar para el pintor. Sí, no nos entusiasma la pintura del XVIII. Esas poses, esa artificialidad. Pero ahí sigo, clavado delante de los cuadros de Thomas Gainsborough en la National Gallery este verano. De dos en concreto. Dos cuadros que representan dos niñas de piel pálida y miradas curiosas. Tímidas, suaves. Giradas hacia dentro. Ligeramente melancólicas, quizá. Dos niñas que aparecen a distintas edades en los cuadros de la sala y que testimonian el amor que Gainsborough les tenía. Me quedo clavado mirándolas hasta que P. vuelve y las mira también. ¿Quiénes son? Son las hijas del pintor. 

Sobre estas dos niñas trata una de las novelas que más me ha gustado de las que he leído este año. Me ha recordado por momentos a El retrato de casada o a La casa de las miniaturas, por esa secreta intimidad de la vida doméstica y por el papel vital de las mujeres en las vidas de los hombres famosos de la historia. También por la intimidad dolorosa con la que están descritas. Una intimidad que nos habla un lenguaje universal a través de los siglos, que nos dice que los temores y los apegos no han cambiado tanto como los cortes de pelo y que aunque por suerte ya no nos empolvemos de talco para posar en las fotos, seguimos sufriendo íntimamente por las mismas razones.  

Emily Howes escribe sobre la irresistible tentación de solucionar los problemas de los demás. Por devoción, por generosidad, por pura costumbre de dar soluciones. Si mi hermana sufre, cómo no voy a ayudarla. A aconsejarla. A decirle lo que tiene que hacer. Cómo no voy a dedicar mi vida a que esté mejor. A salvarla de su sufrimiento. Quiera o no quiera ella ser salvada. También escribe sobre la intensidad de las emociones no expresadas. Sobre cómo se expanden y ramifican por nuestro interior formando lógicas que no se ajustan siempre a la realidad de los demás ni a sus necesidades. 

El mundo de la pintura en Inglaterra a mediados del siglo XVIII sobrevuela toda la historia. Thomas Gainsborough está dibujado con sus sombras, pero también con muchas de sus luces, y el afecto que debió de sentir por su familia hace que los numerosos cuadros que dedicó a sus hijas y su mujer vibren de vida y de sentimiento. Pero el foco está en ellas. En las mujeres a la sombra de sus maridos y padres, esas vigilantes silenciosas que lo hacen todo posible y que las canciones nunca mencionan. Las heroínas borradas de la gloria de la historia. Aquellas que caminaron codo con codo con los hombres famosos y para las que la memoria histórica no conservó ninguna palabra. 





lunes, 9 de septiembre de 2024

PARA APRENDER, SI LA SUERTE NOS SONRÍE

«Lo que queremos preguntaros es esto: ¿qué es para vosotros el espacio? ¿Es un patio de juego? ¿Una meta? ¿Una bandera? ¿Un aula? ¿Un templo? ¿Quién creéis que debería ir y para qué? O ¿creéis que no debería ir nadie? ¿Es el universo más allá de las nubes algo irrelevante para vosotros, siempre que los satélites envíen mensajes y no os caigan rocas encima? ¿Es el vuelo espacial humano un ejercicio inútil, una fantasía para ricos, una pérdida inaceptable de vida y metal? ¿Os resultan grotescos nuestros métodos e indefendible nuestra ética? ¿Están pasadas de moda nuestras esperanzas? Cuando os hablo de nuestra vida aquí fuera, ¿nos animáis a seguir u os mofáis de nosotros?»

De niño me entusiasmaban las aventuras espaciales. El primer paso sobre la luna. La posibilidad de viajes a otros planetas. Descubrir lo desconocido era el objetivo más emocionante que uno podía tener en la vida. Luego pensé que para qué. Con la cantidad de problemas que teníamos en nuestro planeta, ponernos a buscar otros fuera de él me parecía una frivolidad. Y más tarde, afortunadamente, volví a la senda de la cordura, es decir, de la curiosidad, y me convencí ya para siempre de que fuera de nuestra atmósfera nos espera algo. Algo que quizá solo exista en nuestra imaginación. En nuestra capacidad de asombro. O en las páginas de una novela como esta. 

Llegué a ella porque su traductora, Pilar Ramírez Tello, la elogió en redes sociales. Cuando una traductora se entusiasma con un libro que ha traducido, siempre procuro prestar atención. No es algo habitual. Y cuando lo hace alguien como Pilar, siempre vitalista y generosa, y responsable de que los lectores de fantasía y ciencia ficción sepamos lo que puede llegar a ser un sinsajo o un segador, hay que ir a por la novela sin dudar. Dijo: «de todas y cada una de las páginas de Para aprender, si la suerte nos sonríe se pueden sacar citas maravillosas. Becky Chambers ha escrito un libro que te llega al corazón casi sin que te des cuenta». Y es verdad. 

¿Y de qué va esta novela?
Pues de viajes a otros planetas, claro. De la importancia del conocimiento, de satisfacer la curiosidad. De la adrenalina de descubrir la posibilidad de otras formas de vida fuera de nuestro planeta. Otras formas de vida que amplíen nuestra percepción de quiénes somos y nos muestren lo aleatoria que es nuestra existencia. Que amplíen nuestra capacidad de imaginar. 







jueves, 5 de septiembre de 2024

LOS SILENCIOS DE LA LIBERTAD

La tiranía es una forma de vida muy extendida. O, mejor dicho, la falta de democracia. En España y en todo el mundo. Y empieza, como empiezan casi todas las cosas, en la intimidad de cada casa. No conozco ninguna familia que aplique una democracia real en sus relaciones personales. Todas se basan, o bien en una lucha amarga y constante entre quienes desean tener influencia y ostentar el poder, o en una desigualdad normalizada, una dominación implícita y aceptada de una persona sobre el resto. Tan implícita y aceptada que ni siquiera la perciben. Estamos tan acostumbrados a vivir de esa forma, tan acostumbrados a aceptar que una persona ejerza más poder que otras, que la falta de democracia solo nos llama la atención cuando se nos impide votar cada cuatro años. Como si votar cada cuatro años fuera algo más que elegir ensalada o pasta de primero. Mientras votemos, mientras sigamos creyendo que tenemos opciones y voz, en realidad los que tienen poder pueden seguir ejerciéndolo sin que reaccionemos. En las familias y en la política. 

La cultura democrática debería empezar siempre en casa, y exige un trabajo constante y para siempre. Lo fácil es gobernar a los demás o dejarse gobernar. Lo difícil: buscar consenso, negociar y actuar siempre desde una responsabilidad compartida. 

Este ensayo de Guillermo Altares hace un recorrido por algunos momentos clave de la historia europea en los que distintos pueblos tuvieron libertades y las perdieron. Desde la Atenas de Pericles hasta el República de Weimar, pasando por la Revolución Francesa o el Trieno Liberal, la búsqueda de libertad ha sido un motor constante en Europa, siempre saboteado por una represión despiadada. Y el hecho de que en España hayamos vivido en relativa paz durante los últimos cincuenta años no debería hacernos perder de vista que las libertades democráticas que nos hemos dado no tienen por qué ser para siempre. Nunca debemos darlas por hecho. Defenderlas es un deber constante. Y mirar al pasado nos ayuda a entender lo frágiles que son. 

En 1914 nadie concebía que Europa pudiera entrar en una guerra de grandes dimensiones. Los desfiles entusiastas proyectaban una campaña corta, de dos o tres meses, y una paz definitiva para el invierno. Así había sido la anterior guerra, en 1870, entre Francia y Prusia, y no quedaba nadie vivo para recordar los horrores de las campañas napoleónicas, un siglo antes. La gente estaba acostumbrada a la paz. A la prosperidad. A una dulce decadencia cultural sin sobresaltos. Igual que nadie se esperaba una guerra en el corazón de Europa en los años noventa, ni un genocidio a menos de cuatrocientos kilómetros de Italia. O una guerra de desgaste en Ucrania a la vez que otro genocidio en Gaza en 2024. 

Es muy fácil acostumbrarse a la paz y a la libertad y pensar en las guerras y en las dictaduras como transitorios episodios de locura colectiva que, afortunadamente, duran poco. Así nos hemos educado la mayoría de mi generación. Pero, por mucho consuelo y serenidad que esta idea nos proporcione, no se ajusta realmente a la historia de nuestro país ni a la situación actual de muchos países. Y puede volvernos más vulnerables a los intentos de grupos de extrema derecha de socavar nuestras libertades desde dentro, como de hecho ya ha sucedido en Polonia o Hungría, y puede suceder en cualquier lugar donde triunfe el modelo de democracia iliberal. Un modelo en el que la gente vota como siempre, pero en el que los que ostentan el poder se encargan de mantenerse en él a toda costa, respaldados por ideologías reaccionarias, por el bien de su pueblo. Como sucede en tantas y tantas familias en todo el mundo, donde todos hablan pero en realidad quien elige e influye es siempre la misma persona. 

Guillermo Altares describe «cómo las dictaduras afectan a personas concretas —a cada uno de nosotros, en cierta medida—, cómo se convierten en telas de araña en las que millones de seres humanos quedan atrapados, y cómo empiezan y qué ocurre cuando se terminan. Es importante recordar que representan un sistema de poder que nunca nos resultará ajeno, del que jamás podremos permanecer al margen, aunque pensemos que sí, pero también que, por muy eficaces y salvajes que sean, se puede acabar con ellas. O no. O pueden volver a empezar cuando menos podamos imaginarlo». 

Las dictaduras (políticas y familiares) aspiran a modificar el pensamiento. Se inmiscuyen en las conciencias. Al pretender imponer su ideología en todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana, no solo desean una población sumisa, sino que aspiran a una población fiel y colaboradora, una población adherida a su ideología y convencida de sus bondades. Una población incapaz de rebelarse porque ha interiorizado que ya forma parte de la comunidad creada, ya tiene arraigado el sentido de pertenencia fuera del cual solo hay un exilio de parias y vergüenza en el que no se puede vivir. Una población desposeída de sus secretos, de su vida privada, de sus discrepancias, de su libertad para disentir o tener una opinión propia. Desposeída de su derecho a decir no y reivindicar otras opciones de vida. 

Este es un ensayo de historia política que mira al pasado para señalar el futuro. La democracia, como cualquier práctica de buen trato, requiere de un ejercicio y de una voluntad que hay que cultivar cada día. 




lunes, 2 de septiembre de 2024

HIJAS DE LA NAKBA. VOCES DE MUJERES PALESTINAS

En toda indignación por algo ajeno hay un momento en que la emoción colapsa. Leo a menudo en redes sociales sobre la importancia de seguir hablando de Gaza, keep talking about Gaza!, dicen o exclaman o gritan los palestinos cada día, y noto cómo desde el 7 de octubre de 2023 hay un espacio reservado en mi cabeza para esta atrocidad en el que no entra nada más. Y leo libros sobre Palestina, uno al mes, y escribo reseñas, y apoyo las cuentas de periodistas y de la UNRWA que informan y denuncian desde el terreno, y dono dinero mensualmente y colaboro con Blackie Books en la edición benéfica de Quiero estar despierto cuando muera, de Atef Abu Saif, y doy la turra en redes sociales, y monto un pequeño rincón en la librería con libros variados sobre el tema, y los recomiendo, y veo series con P. sobre Palestina, y sigo pensando, diez meses después del inicio de esta represalia que rápidamente se convirtió en otra Nakba que inmediatamente se volvió un genocidio, que hay algo que se me escapa, que hay más cosas que se pueden hacer además de ir a poner el cuerpo, que hay más, mucho más que no estoy haciendo. 

Es un poco como ver a una persona que necesita ayuda, darle agua, llamar a una ambulancia, ayudarla en lo poco que puedes o sabes o imaginas, ver cómo se la llevan para cuidarla en condiciones, y quedarte desconcertado por un cruce de emociones, a años luz de la satisfacción de quienes dan para calmar su conciencia y muy cerquita de quienes sienten que cada vez que entran en contacto con quien sufre un pedacito de ese sufrimiento se queda con ellos. No hay nada que hacer con esa emoción. No es reciclable ni apenas compartible. Solo se apacigua con el movimiento, con volver a poner lo que uno pueda, el tiempo, el dinero, el cuerpo, con la utópica idea de contribuir a humanizar un poquito este mundo tan inhumano, o, al menos, ser un poquito más humanos nosotros y poder mirarnos en paz cada mañana en el espejo. 

Este libro de Ediciones El Salmón aporta una mirada diferente, más íntima, femenina, poliédrica, a la catástrofe que vive el pueblo palestino desde 1948. A través de las voces de diez mujeres palestinas, nos descubre la triple opresión a la que se enfrentan: la colonización israelí con sus mecanismos de apartheid y violencia constantes; la sociedad patriarcal palestina cuyo conservadurismo se endurece y radicaliza a causa de la ocupación; y la mirada occidental, racista, islamófoba y cómplice con sus opresores sionistas. 

Las mujeres son las guardianas de la memoria del pueblo palestino. En un momento en el que su supervivencia vital y cultural está más en peligro que nunca, sus voces son los pilares que apuntalan su legado. Para que no se pierda nunca entre los escombros de los bombardeos. Para que el dolor del genocidio no apague nunca su voluntad de resistencia. 

«La Nakba es un presente eterno», decía el poeta palestino Mahmoud Darwish. Y estas hijas de la Nakba buscan un futuro que pueda romper esta maldición. Un futuro que pueda cerrar esta herida cada vez más grande. Una herida por la que sangramos todos. 





jueves, 29 de agosto de 2024

LAS HIJAS HORRIBLES

«No podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres, hay derechos fundamentales del menor». Recuerdo la que se montó hace unos años con este comentario de la entonces ministra de educación, Isabel Celáa. El comentario iba al hilo del pin parental, pero alude a un tipo de relación paternofilial muy común que consiste en considerar a los hijos extensiones de los padres y que es extrapolable a cualquier situación, e incluso a cualquier edad. Cuántas madres y padres consideran que sus hijos, aunque ya sean adultos, les siguen perteneciendo, y se sienten en el deber de dirigir sus conductas, elecciones de vida y aspiraciones como si necesitaran tutela de por vida. Como si lo que estos hicieran fuera a repercutir siempre y para siempre en ellos, últimos responsables de sus vidas. 

De esto va este magnífico ensayo de Blanca Lacasa. De las relaciones entre padres e hijos, y más concretamente entre madres e hijas, que siempre están atravesadas de más dificultad, desigualdad y presión por el caldo de cultivo patriarcal que nos sustenta. 

Nos pasamos la vida ensalzando a las madres. Es verdad. Nos educamos con eslóganes del tipo mi madre es mi orgullo, mi madre es la mujer de mi vida, mi madre es mi referente. El día de la madre es un acontecimiento en cualquier escuela primaria, también para los niños y niñas que no tienen madre a quien felicitar. Y bajo toda esa parafernalia festiva se esconde, como dice Blanca Lacasa, «todo un sistema extremadamente conservador: ese que dictamina que una madre siempre lo hará bien, siempre sabrá y siempre constituirá un modelo a futuro». Lo cierto es que elevar a las madres al altar de la perfección no le hace bien a nadie. A ellas, porque les obliga a una autoexigencia imposible de cumplir, y a sus hijos, porque les genera unas expectativas que están fuera de la realidad, y a la vez una deuda imposible de saldar. Bajar a las madres de ese altar celebratorio debería ser, pues, un deber imprescindible de cualquiera que aspira a una relación con su familia, pues sería «liberarlas de una mirada inhumana y bien poco feminista: aquella que las despoja de su humana imperfección para convertirlas en un impecable imposible». 

El amor maternal es, en la mayoría de los casos, el primer amor que recibimos. Y, a menudo, tiene muchos de los mecanismos del amor romántico. Reconozco que no había pensado nunca en esta comparación y, directamente, me ha abierto un montón de ventanas mentales que ni sabía que estaban cerradas. «En ambos casos, las dosis de expectativas son altísimas; el nivel de frustración, elevadísimo, y la obligatoriedad de desempeñarse y desarrollarse en ese papel, total. Para ellas y para nosotras. No deja de resultar curioso que las dos relaciones que probablemente más dolores y traumas provoquen sean las dos más regladas, estandarizadas, pensadas, manoseadas, estipuladas y sobre las que más se ha escrito. Unos vínculos que se abordan con un batallón de prejuicios, quimeras, obligatoriedades y exigencias que dificultan ya de partida cualquier mínima posibilidad de éxito». 

El amor maternal y el amor romántico son los dos pilares en los que se sustenta la institución más importante en la vida de la mayoría de las personas: la familia. Una institución que se basa en el tejido de unos vínculos que nos sostienen, creados casi siempre con patrones rígidos y obligatorios que es tabú no ya romper, sino simplemente pretender flexibilizar. Una institución jerárquica y vertical basada en la dependencia (otra similitud con el amor romántico). ¿Cuántas madres e hijas adultas se relacionan en un plano de igualdad? ¿Cuántas madres consiguen tratar a sus hijas e hijos como personas adultas en lugar de como vástagos inexpertos necesitados de guía, consejo y protección? Esa subordinación emocional, casi siempre velada e implícita, es una fuente inagotable de fricciones y violencia de la que es muy difícil desprenderse sin romper vínculos valiosos. Porque uno de los anhelos más profundos al entrar en la vida adulta consiste precisamente en la libertad que dan la autonomía y la independencia, en elegir un camino propio fuera de la sombra de la madre. Y, a menudo, la única forma de emprender ese camino es romper la necesidad constante de reafirmación y aprobación, dejar de asumir la responsabilidad por la preocupación constante que muchas madres proyectan en sus hijas, y que las infantilizan y les impiden ser mujeres libres y dueñas de su propia adultez.

Sobre la tensión entre la aspiración a una relación igualitaria y la sensación de posesión y pertenencia, recuerdo haber leído varios libros. Y me ha encantado que muchos de ellos aparezcan en forma de citas por las páginas de este ensayo, cuyo tema conecta directamente con El acoso moral, de Marie-France Hirigoyen, por el maltrato psicológico en la familia; con Toda la rabia, de Darcy Lockman, por los roles de género y el patriarcado como veneno que mamamos desde la cuna; con Matar al ángel del hogar, de Virginia Woolf, por el rol asignado a las mujeres que las convierte en arquetipos imposibles de emular; con Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, de Jeanette Winterson, maravillosa novela espejo de tantas infancias tiranizadas por madres-jaula; o con La doble jornada, de Arlie R. Hochschild, por esa "revolución estancada" en la que las mujeres entraron por fin en el mercado laboral pero los hombres no acompañaron en un reparto igualitario de las tareas domésticas y de cuidados, por poner algunos ejemplos de libros que he leído recientemente. Pero forma parte, en realidad, y esto es lo bonito y lo triste al mismo tiempo, de toda una genealogía literaria de libros que iluminan desde muchos puntos de vista la influencia del contexto socio-cultural en los patrones tóxicos que conforman las relaciones humanas. 

Cuando las madres asumen las angustias de sus hijas adultas como propias, cuando les duelen en la carne como si fueran suyas, proyectan en sus hijas una responsabilidad que no les corresponde. A su propia angustia, ahora tienen que añadir la culpa por angustiar del mismo modo a sus madres. Como si todo lo malo que a una le pasara, le tuviera que pasar a la otra también. De ahí que cuando una hija le confiesa un dolor a su madre, a menudo esta última reaccione de forma negativa, porque siente que ese dolor se lo están infligiendo a ella también y no ha tenido oportunidad de evitarlo. La salida a este laberinto emocional no es, desde luego, el desapego y la falta de empatía. Al contrario, es conseguir que las madres vean a sus hijas como personas independientes, libres de equivocarse y de sufrir sus propias angustias, personas iguales a ellas en la capacidad para sobreponerse a su dolor que cuando buscan comprensión tras un tropiezo lo que necesitan es ante todo consuelo y no una bronca.  

Este ensayo trata sobre cómo el rol de madre abnegada se convierte en esclavitud y destruye la identidad de la mujer que lo soporta. Y cómo esas madres alienadas por el imperativo de un tipo concreto de maternidad educan a sus hijas en los mismos moldes rígidos y alienados en los que tienen que caber sus aspiraciones y su identidad. Sobre cómo evitar a toda costa juzgar desde nuestro presente las conductas de las generaciones pasadas sin tener en cuenta sus condicionantes sociales. Y sobre la importancia de adoptar relaciones de igualdad entre madres e hijas adultas que no pasen por la culpa, la deuda y la decepción constantes. 

Es impresionante la cantidad de literatura que hay sobre cómo cuidar y educar a los hijos pequeños, y la poquísima sobre la etapa adulta de las relaciones maternofiliales, que suele ser la más larga y la más complicada. Para empezar a llenar ese silencio, este libro es la mejor elección que conozco.








lunes, 26 de agosto de 2024

LA CASA DE LA FORTUNA

Pues han pasado dieciocho años desde aquella historia portentosa de La casa de las miniaturas, y aquí volvemos, en 1705, a los mismos canales de Ámsterdam, a aquel Herengracht que esconde una casa que sigue llena de misterios. 

Thea es una joven de diecisiete años que está enamorada del teatro. Hay quien acude a las funciones en el Schouwburg para olvidarse de todo durante un par de horas, para poner una pausa de color y pasión a la monotonía de sus vidas mortecinas. Sin embargo, «Thea va a descubrirse y construir su alma con palabras y luz». En el teatro se siente más valiente, «transportada a un lugar donde todo es más cierto, y donde una mujer se ha atrevido a rechazar los grilletes del silencio». De esto va esta novela, de los grilletes del silencio. Y de esas palabras que nos sirven de llaves para abrir las cerraduras de las jaulas que no nos dejan vivir en libertad. 

Dieciocho años después, hay secretos que nunca han visto la luz. Los personajes que dejamos en La casa de las miniaturas siguen escondiendo su pasado y usando el dinero como escudo en una sociedad de las apariencias que actúa de forma implacable contra quien se sale del camino marcado. Dieciocho años después, nuestros personajes no saben que todo está a punto de cambiar: «¿cuánto tiempo llevan colgando de un hilo, fingiendo que son una familia rica? ¿Qué son sino unas cuantas almas infelices que se tambalean al borde de un precipicio?». 

Jessie Burton ha conseguido volver a sostener la luz de su primera novela para iluminar este escenario donde de nuevo nada es lo que parece y la risa y la ligereza pugnan por encontrar un aire libre en el que echar a volar.








jueves, 1 de agosto de 2024

EL AÑO DE LA LANGOSTA

—Perdona, que te he asustado. 
—No, disculpa tú, no te había oído. 
—Debe de ser bueno eso que estabas leyendo, estabas como hipnotizado. 
—Sí, es...
—Oye, casi parece un reclamo publicitario. Librero tan metido en su libro que ni siquiera ve a los clientes que entran. 
—Jajaja. Pues sí, está todo pensado. 
—Bueno, ahora ya me puede la curiosidad. ¿Qué libro mágico es ese?
—Pues mira, es la típica novela de pasar páginas sin enterarte y leer como si no hubiera un mañana. 
—Y de chorrocientas páginas. Hay que tener tiempo para eso. 
—Cuando empiezas a leer el tiempo cambia. No te enteras de las horas, en serio. Y lo mejor es que una parte de la novela va de eso, de cambiar el tiempo. 
—¿De viajes en el tiempo?
—Bueno, mejor no te lo desvelo, por si te animas. 
—¿Más reclamo publicitario?
—Siempre. 
—¿Merece la pena, entonces?
—Desde luego. 
—¿Y va de...?
—Espías. La CIA. Terrorismo internacional. Apocalipsis. Fin del mundo. La era del pánico. 
—La alegría de la huerta. 
—Y acción todo el rato. 
—Bueno, acabamos de pasar por una epidemia mundial, estamos en plena emergencia climática, hay psicópatas dirigiendo potencias nucleares, genocidios en curso... 
—Eso es. ¡Es el libro de nuestro tiempo!
—¿Y de dónde voy a sacar yo las decenas de horas que hacen falta para leerme todo eso?
—Te vienes a la librería conmigo y en cuatro tardes te lo lees.
—Porque aquí el tiempo pasa distinto. 
—¿Entre tanto libro? Ni lo dudes. 
—Así que una novela de espías...
—Sí. 
—Con mucha acción...
—Eso es. 
—Que cambia el tiempo...
—Ajá. 
—Y que vuelve a los clientes invisibles. 
—¡Exacto!
—Me has ganado. Me la llevo. 

A veces los libros se recomiendan solos. 





lunes, 29 de julio de 2024

SENSIBILIDAD E INTELIGENCIA EN EL MUNDO VEGETAL

En nuestro planeta, los seres humanos y los animales representamos el 0,5 por ciento de la masa total de todos los organismos vivos. El 99,5 por ciento de la biomasa pertenece a organismos vegetales. Esta capacidad tan asombrosa para ocupar la casi totalidad de la superficie y dominar el planeta se debe a que son organismos refinados, adaptables e inteligentes en una medida que aún no somos capaces de cuantificar. Sin ellos, nos extinguiríamos en pocos meses. Ellos apenas notarían la diferencia sin nosotros. Quizá sea momento de empezar a prestarles la atención que merecen. 

Las plantas no tienen pulmones, pero respiran. No tienen boca, pero se alimentan. No tienen estómago, pero digieren. No tienen voz, pero se comunican. No tienen cerebro, pero son increíblemente inteligentes. Y demuestran una capacidad para resolver problemas mucho más sofisticada que muchos seres humanos. Y es que, por mucho que consideremos a las plantas como seres inanimados y usemos la palabra vegetal para definir a quien carece de capacidades cognitivas, nuestra especie ha llegado a lo que creemos que es la cúspide de la evolución organizándose de formas tan poco inteligentes que castramos conductas y capacidades por cuestión de género (ay, todos esos hombres cuya dignidad les impide hacer las tareas necesarias para procurarse alimento y ser autosuficientes) y discriminamos por raza, etnia, religión u orientación sexual todos los días en todas las partes del planeta. 

Hablando de dignidad, ¿no tiene un perro dignidad? ¿Y la vaca lechera a la que torturamos durante seis años hasta su muerte prematura para que podamos consumir una leche o un queso que un tercio de la población digiere mal? ¿Y el fresno del parque, ese cuya sombra te permite merendar con tus amigos una tarde de verano? ¿No merece que respetemos su dignidad? ¿No nos permite vivir mejor, respirar mejor, sentirnos mejor? E independientemente de lo que nos aportan los organismos vegetales: ¿no son seres sintientes, sensibles e inteligentes que merecen respeto?

Este libro responde a estas preguntas afirmativamente. Y nos anima a cambiar nuestra mirada sobre los organismos vegetales para reubicar nuestro lugar dentro de los seres vivos y para dejar de creernos los únicos seres inteligentes del planeta. «La idea de que el mundo vegetal se compone de seres vivos carentes de sensibilidad ha llegado intacta hasta nosotros desde la antigua Grecia». Sin embargo, las plantas no solo tienen los mismos cinco sentidos que tenemos los seres humanos. Tienen quince sentidos más, indispensables para existir y prosperar en un mundo en constante evolución. Y la verdad es que les ha ido increíblemente bien. Muchísimo mejor que a nosotros, si medimos el éxito por la capacidad de prosperar, expandirse, colonizar el planeta y adaptarse a los cambios. 

A diferencia de los animales, los organismos vegetales han evolucionado de tal modo que evitan concentrar sus funciones en una única zona, defendiéndose así del riesgo de que el mordisco de un herbívoro acabe con ellos. Las plantas son colmenas. Aprendieron muchos millones de años antes que nosotros que los individuos solos no sobreviven y que la única forma de salir adelante es colaborando unos con otros. Y lo hicieron creando estructuras orgánicas colaborativas. A diferencia de nosotros, una sola planta es múltiple, una pluralidad de inteligencias colaborando. Es un enjambre, una sociedad. Una familia. 

A un neófito en biología vegetal algunas cosas de este ensayo pueden sonarle extrañas. A mí me han parecido directamente ciencia ficción. Y he pensado que los escritores de ciencia ficción en realidad no necesitan estrujarse la imaginación para pensar inteligencias extraterrestres. Con estudiar la inteligencia de los organismos vegetales tendrían para montar infinidad de inteligencias no humanas fascinantes. Y es que las plantas son fascinantes. No solo nos dan oxígeno, paz, frescor, protección. Tienen capacidad para distinguir a los parientes de los extraños, a los amigos de los enemigos. Capacidad para asociarse y para competir. Para atacar y para defenderse. Para pedir ayuda y para buscar protección. Y este ensayo de Mancuso y Viola es un precioso e interesantísimo homenaje a un mundo cotidiano por descubrir. 





 

lunes, 22 de julio de 2024

PRESAS FÁCILES

De Miguelanxo Prado leí Ardalén hace unos cuantos años y tengo un recuerdo maravilloso. La calidez y la belleza, y esa emoción profunda que surge de la memoria cuando esta se vuelve quebradiza y se inventa rutas de escape hacia la fantasía para volver la vida más habitable. Esta edición integral de Presas fáciles tiene un tono y una temática muy diferentes, pero me ha entusiasmado de la misma manera. Reúne dos historias protagonizadas por los mismos inspectores de policía, con un hilo conductor común: personas vulnerables que son dañadas por depredadores sin moral cuyo único objetivo es la rentabilidad y el enriquecimiento. 

El dinero (y el poder que emana de él) por encima de la humanidad: tema universal donde los haya. Lo vemos todos los días. No hay que irse muy atrás en la hemeroteca para encontrar personas mayores que se suicidan ante la inminencia de un desahucio. Una deuda de unos pocos miles de euros, mucho menos que el sueldo mensual del directivo bancario o del abogado o del responsable judicial de la ejecución, basta para acabar con la vida de una persona, habiéndola arrastrado previamente por un sufrimiento psicológico atroz. ¿A quién no le indigna? ¿Quién no apoyaría que los culpables fueran juzgados? ¿Quién no consideraría justo su castigo?

Estas son las consecuencias de que la vivienda no sea un derecho, sino un negocio. Y la primera historia lo retrata muy bien. Pero Presas fáciles no solo es un fantástico cómic de denuncia social. También es una novela policiaca muy bien armada que encantará a cualquier persona aficionada al género, y un retrato entretenidísimo del día a día de una pareja de inspectores con una relación peculiar que me ha dejado con ganas de más. ¡Y el dibujo! ¡Qué maravilla! Me encantan la expresividad, el color, todo lo que dicen las ilustraciones sin necesidad de diálogos. Lo he leído despacio recreándome en cada ilustración, pensando cómo lo habrá hecho el autor para cautivarme de nuevo con una historia tan distinta de Ardalén pero con una capacidad similar de emocionar y cautivar la imaginación. 





jueves, 18 de julio de 2024

QUIERO ESTAR DESPIERTO CUANDO MUERA

El escritor Atef Abu Saif estaba de visita en Gaza con su hijo de quince años para ver a su familia y amigos el 7 de octubre de 2023. Tras el brutal atentado de Hamás, tuvo la oportunidad de marcharse al día siguiente, pero decidió quedarse. Quería estar allí, con su gente. Su padre, sus hermanas. Como Viktor Klemperer en la Alemania nazi, se propuso dar testimonio hasta el final, fuera el que fuera. El trauma más grave y más reciente sufrido por los gazatíes había sido el del verano de 2014. Cincuenta y un días de bombardeos que destruyeron miles de edificios, mataron a más de dos mil personas y dejaron a unas diez mil desaparecidas entre los escombros. Nadie pensaba que esta vez pudiera ser peor. Nadie imaginaba hasta qué punto Israel iba a subir los límites del castigo colectivo. 

«Mediante la escritura, podemos mantener los lugares vivos, podemos dejar nuestros recuerdos de calles que ahora son escombros, las casas que ahora han sido aplastadas. Podemos no solo evitar que sean olvidadas, podemos crear un mapa para saber cómo deben ser reconstruidas. Reconstruidas como eran, en el lugar que sea». 

Este libro, escrito en forma de diario, está lleno de la luz de la valentía, desesperada valentía, que ilumina las tinieblas de la barbarie. Describe, día a día, lo que el autor vio, sintió y pensó durante los dos meses largos que permaneció en la Franja de Gaza con su hijo. El tiempo detenido entre los escombros y la irrealidad de las escenas bélicas. Los barrios enteros derruidos, irreconocibles, en los que flota el polvo y todo se ve gris de cemento roto, como decorados de una película de la segunda guerra mundial. Una película de la que no se puede escapar. Y en la que cualquiera puede morir en cualquier momento. 

«Para los gazatíes, la guerra es como el clima, algo que debemos atravesar constantemente. Está fuera de nuestro control; solo va y viene, desde el día en que nacemos. La mayor parte de los gazatíes jamás han salido de la Franja, no conocen una vida en que la guerra no sea norma, tampoco saben lo que es la libertad. Saben que es algo que quieren tener, pero que jamás han podido saborear». 

Estremecen las odiseas para conseguir pan o agua potable, los esfuerzos por calmar la ansiedad constante, ese caminar sobre un hilo de metal que es no saber si seguirás vivo dentro de diez minutos. Y la espantosa frustración por no tener acceso a anestesia y ver cómo tu sobrina, a la que han amputado las dos piernas y una mano por la explosión que ha matado a casi toda su familia, se retuerce de dolor y pide morir ella también para escapar del suplicio. 

«Al igual que la vida es solo una pausa entre dos muertes, Palestina es un tiempo suspendido en mitad de muchas guerras». Refugiados una y otra vez. El pueblo palestino lleva casi ochenta años siendo forzado a abandonar sus hogares una y otra y otra vez. Para las personas que han tenido que abandonar sus hogares por culpa de los ataques israelíes, esta podría ser entre la quinta y la décima vez que les fuerzan a hacerlo. Y, aunque la única victoria inmediata es la supervivencia, la única victoria posible a largo plazo es que esto no vuelva a repetirse nunca más. Que los palestinos puedan vivir en paz y libres en un estado que les garantice plenos derechos, como en el resto de países democráticos del mundo. 

Mientras tanto, «algunos niños han inventado una nueva e ingeniosa forma de asegurarse de que su historia sea contada, o al menos quede registrada, incluso después de haber sido despedazados por un misil israelí. Para que sus cuerpos sean reconocidos, han empezado a escribir sus nombres con marcadores en las manos y piernas. Comparten esta práctica en las redes sociales. Algunos incluso escriben los números de teléfono de sus familiares para que puedan llamarlos e informarlos de su muerte. Es casi imposible pensar que el mundo seguirá existiendo después de nuestra muerte, pero estos niños lo hacen: anteponiendo a sus seres queridos, con la esperanza de aliviar su sufrimiento salvándoles del purgatorio de no saber. También lo hacen, creo, por ellos mismos: la idea de morir y no ser llorado por nadie es insoportable». 

El importe íntegro de este libro va destinado a ayuda humanitaria para la Franja de Gaza. Vender este libro y recomendarlo es un acto de respeto hacia la valentía de Atef Abu Saif por contarlo y un acto de responsabilidad como seres humanos sensibles al dolor de nuestros semejantes. Ojalá este libro no existiera. Pero existe. Así que hagamos algo al respecto.