lunes, 9 de diciembre de 2024

EL PRIMER CASO DE UNAMUNO

Me lo he pasado pipa con esta novela detectivesca protagonizada por ¡Unamuno! La premisa me hacía mucha gracia, y tenía mucha curiosidad por ver qué tipo de detective podía ser el bueno de don Miguel, desde su puesto de rector de la Universidad de Salamanca. Y me ha encantado cómo Luis García Jambrina nos presenta a un Unamuno de cuarenta años, «fiero y erguido como un arco», de genio vivo y pocas palabras, que cita a sus clásicos griegos y latinos, venera a su Shakespeare y lee a escondidas novelas de Sherlock Holmes. 

También me ha gustado volver a las calles de una Salamanca en decadencia, empobrecida, con una elegancia que no puede ocultar el mal olor y el hastío provinciano. Una dama bella y altiva a la que le huelen los pies, como dice un personaje. Y es que el humor y la ironía están siempre presentes, y hacen que mucho rato haya leído esta novela con una sonrisa puesta, a pesar del drama. 

El autor ha partido de una anécdota real: un pueblo del campo charro llamado Boada, empobrecido por la expropiación de las tierras comunales en beneficio de un terrateniente, manda una carta al gobierno argentino para que los acoja y les dé trabajo porque en España solo hay miseria. La noticia tuvo mucha repercusión en la prensa de la época. Poco menos que de traición y de antipatriotismo fueron acusados los lugareños del pueblo por querer emigrar en masa a un país que no les maltratara tanto. Y, claro, cuando al día siguiente el terrateniente aparece muerto, ya entramos en la ficción con un Unamuno empeñado en defender el honor y la supervivencia de los habitantes de Boada. 

«Se trataba, al fin y al cabo, de investigar, que era algo que él también hacía como catedrático universitario, e investigar venía del latín investigare, que a su vez derivaba de vestigium, que significa "huella", "pista". Su misión, en definitiva, era seguir el rastro, buscar la verdadera realidad que se escondía detrás de las apariencias, lo que estaba oculto o más allá de la percepción directa de los sentidos; no era muy distinta a la tarea del filósofo o del filólogo, que para él eran lo mismo. La diferencia estribaba en que tal vez la vida o la libertad de algunas personas dependiera de sus hallazgos». 

Con una documentación minuciosa y un estilo velocísimo, el autor usa al personaje de Unamuno para contarnos una historia sobre aquellos que se benefician de la injusticia y las desigualdades y viven «con los ojos cerrados y la mente adormecida, sin el acicate de la duda ni el aguijón de la conciencia». En España, en 1905, solo los pobres y los revolucionarios van a la cárcel. Los mayores ladrones y asesinos cometen impunemente sus delitos parapetados tras sus lujosos despachos. Un siglo largo después la situación es tristemente muy reconocible. 

La intención del autor es que esta sea la primera novela de una serie protagonizada por este Unamuno impulsivo, bronco e idealista. Un verso suelto al que merece la pena seguirle la pista. 





jueves, 5 de diciembre de 2024

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR (firma invitada)

"¡Cómo nos cuesta a las personas utópicas adentrarnos en las distopías!", me dice siempre Isabel, librera madre, cada vez que se nos ocurre leer alguna de estas últimas en mi club de lectura. Y es que es lógico, ¿por qué vivir el terror, la desolación, el hambre y la muerte de una distopía futurista pudiendo quedarse en las páginas amables de una novela llena de ideas felices? Yo tengo una posible respuesta a esa pregunta: porque las distopías son formas extremas de entender algunos presentes extremos.

Lo que escribió Octavia E. Butler en los años noventa del siglo pasado en su Parábola del sembrador a mí me ha recordado muchísimo, en muchos pasajes, a lo que había escrito John Steinbeck en 1939 en Las uvas de la ira: un exilio a lo largo de una carretera estadounidense en busca de un lugar en el que poder cultivar la tierra perdida. En el caso de la novela de Steinbeck, por la dust bowl o grandes tormentas de polvo que asolaron Oklahoma en los años treinta; y por la crisis climática que Butler ya predijo catastrófica en los noventa. En ambas novelas, California aparece de diferentes maneras. Es el paraíso al que llegar en los años treinta del siglo XX, la utopía. Y es el infierno del que huir en los años veinte del siglo XXI imaginado por Butler, la distopía. 

Aunque aún hay voces que siguen clamando que la crisis climática es un invento moderno, la autora afroamericana ya estaba alertando sobre lo que pasaría en el futuro. Es verdad que su futuro es nuestro presente y que, para nosotros, la situación no es infernal, pero lo de la escasez del agua, las hambrunas por falta de terrenos cultivables y los exilios climáticos ya es una distopía presente en muchos países de nuestro planeta. Butler quizás fue una visionaria, o quizás miró la realidad con ojos de científica interesada en la ciencia ficción y la fantasía y quiso apropiarse de algunos elementos de ella para dejar constancia de su preocupación en su obra.

Sin embargo, a pesar de la dureza de la novela, en la que se plantean también temas como la lealtad a la familia o las relaciones interraciales, junto a otros como la violencia extrema, la pobreza más miserable o el abuso de drogas que destruyen generaciones completas, hay siempre un rayo de esperanza. Para la protagonista, Lauren, la esperanza está en el cambio, en seguir avanzando y en crear comunidad, una comunidad de sembradores que, como en la parábola bíblica, dejen semilla que caiga "en buena tierra, nazca y lleve fruto a ciento por uno".





lunes, 2 de diciembre de 2024

LA HUELLA VIKINGA

Si digo la palabra vikingo, ¿qué adjetivos se te vienen a la mente? ¿Saqueador, guerrero, pirata, salvaje, bárbaro? ¿O navegante, comerciante, granjero, héroe, descubridor? Todo ello es real. E inventado. Lo vikingo es un cajón de sastre que hemos ido llenando con los estereotipos que más han convenido a nuestra cultura actual. Los hemos imaginado y reimaginado a placer. Y lo fascinante es cómo una sociedad pequeña y diversa, en una zona periférica, en apenas trescientos años, consiguió ejercer una influencia cultural tan grande hasta permear en los aspectos de nuestra cultura más insospechados.  

Con este magnífico ensayo de Laia San José Beltrán he aprendido, por ejemplo, la huella profunda que los vikingos dejaron en la lengua inglesa (cientos de palabras como husband, wednesday, knife o egg son de origen escandinavo antiguo); en las rutas comerciales desde la costa de Terranova en América del Norte hasta lo que hoy es Afganistán pasando por el Mediterráneo, la estepa rusa y el Cáucaso; en el desarrollo naval, que les permitió llegar más lejos cruzando los océanos que ningún pueblo hasta entonces; o en las poblaciones con las que se mezclaron, dándoles nombre (por ejemplo, Normandía, topónimo derivado de «hombres del norte»). Pero también en nuestro concepto de la épica, desde las valquirias de Wagner hasta El señor de los anillos (los jinetes de Rohan) o Juego de tronos (los Hijos del Hierro). Y, por qué negarlo, en cierta masculinidad tóxica actual que malinterpreta aspectos de la cultura vikinga para enarbolar sus ideas supremacistas blancas (que nada tienen que ver con los vikingos). 

Me lo he pasado pipa leyendo este libro. Es jugoso, divertido y entretenidísimo. Sobre la base de historia rigurosa y documentada, la autora nos ofrece una vena divulgativa de cultura popular que produce un sinfín de anécdotas imperdibles sobre la huella vikinga en nuestro día a día. Traza un camino entre lo histórico y lo cultural, entre el hecho y el mito, que conecta dos realidades que a menudo aparecen enfrentadas. Por ejemplo, aunque los vikingos nunca colonizaron América, ni crearon comunidades ni dejaron una huella cultural de su paso por la costa de Terranova en torno al año 1000, es innegable que lo vikingo tiene mucha presencia en Estados Unidos. Y es una presencia real. La influencia existe, aunque la conexión sea inventada. Y contarla es parte de la historia, ya que la historia es contar quiénes hemos sido y quiénes somos. 

Los vikingos «son casi más cultura popular que realidad histórica», porque «vikingo no se nace, se hace» (ya solo con ese guiño a Simone de Beauvoir me conquistaste, querida Laia). Porque no todos los escandinavos entre el siglo VIII y el XI eran vikingos. Vikingo no era una identidad, sino una actividad. De hecho, no hubo nunca vikingos propiamente dichos, sino hombres y mujeres que se iban de vikingos, o hacían de vikingos. Y la Era Vikinga terminó, no porque los escandinavos fueran exterminados o invadidos, sino porque abandonaron las incursiones, la actividad que los definía.  

«Lo vikingo ha traspasado lo histórico: es un fenómeno, es una idea». Pero no hace falta inventarse cascos con cuernos ni música sinfónica para sentir fascinación por lo que hicieron. «A través del comercio, la colonización, la exploración, el esclavismo y el saqueo los escandinavos tuvieron contacto con más de cincuenta culturas contemporáneas a ellos y visitaron casi cuarenta países modernos. Ningún otro pueblo de esta época se extendió por el mundo euroasiático y noratlántico conocido hasta entonces de esa forma». Fueron pioneros, cambiaron la historia, dejaron mucha huella, fueron casi olvidados durante ocho siglos, y luego recordados con todos los aderezos estrafalarios de la fantasía y la ideología. Lo queramos o no, nos gusten o no, forman parte de nuestra cultura, aunque apenas nos demos cuenta. Llevamos un alma vikinga, por extraño que nos resulte. Y este libro es la mejor herramienta para descubrirla, sacarla del armario... ¡y ponerla a remar!







jueves, 28 de noviembre de 2024

FORTUNATA Y JACINTA

Partiendo de la idea de que Galdós es el más divertido y genial creador de personajes de la literatura española, poco más se puede decir de su novela más ambiciosa. O mucho más, ya que nos ponemos. He procurado leer Fortunata y Jacinta con un ojo puesto en la época en que fue escrita y con el otro en la nuestra, y de este ejercicio de bizquería (si Galdós se puede inventar cinco palabras por capítulo, yo también), salen estas reflexiones. 

Esta es una novela sobre cómo el matrimonio es lo que define el honor y el deshonor de las mujeres. El matrimonio como único destino aceptable. Como obligación. Y la facilidad con la que una mujer pierde la honra por culpa de aquellos que nunca la pierden, hagan lo que hagan con ellas. Era uno de los temas favoritos de la época, tanto en literatura como en música. Anna Karenina, Emma Bovary, la regenta Ana Ozores, Floria Tosca, Madama Butterfly, Mimi de La Bohème, las protagonistas más célebres de las novelas y óperas de la segunda mitad del siglo XIX son todas mujeres condenadas por el sentido del honor de los hombres. Mujeres acusadas de la perversidad de no doblegarse, de no someterse a las indignidades y a la infamia, de no ser meros juguetes en las manos de los hombres. Un germen de rebeldía se gestaba ya hace ciento cincuenta años. 
 
Es imposible quedarse con un personaje de los más de cien que pueblan estas páginas, pero el parlanchín Estupiñá estaría sin duda entre los mejores. Siempre tan sociable como mal vendedor, con un semblante y dignidad parecidos a los de Sócrates, "admitiendo que Sócrates fuera hombre dispuesto a estarse siete horas seguidas con la palabra en la boca". "No poseía ningún libro, pues no necesitaba de ellos para instruirse. Su biblioteca era la sociedad, y los textos, las palabras calentitas de los vivos". 

Una de las cosas que más me gustan de Galdós es que desprende verdadero amor por sus personajes. Una generosidad humana que ya quisieran para sí los trascendentes literatos del 98 que tanto le criticaron por popular y ordinario. Y, eso sí, una ira implacable con aquellos personajes que quebrantan a los inocentes y traicionan para su propio beneficio la justicia social. Y sobre esto va también esta novela, entre muchas otras cosas, sobre justicia social y lucha de clases. O contraste de clases. Sobre unas "señoriticas tan requetefinas" que visitan los barrios populares y se asombran de vivir tan cerca del horror. Sobre la terrible desigualdad que fractura una sociedad y daña la dignidad de sus gentes. Qué poco ha cambiado la desconfianza (y el rencor, y el odio) de la gente humilde hacia aquellos que los gobiernan creyendo que todos sus privilegios provienen del mérito. 

Pero no todo es modernidad avanzadísima en Galdós. Hay ciertos conceptos que a mí me hielan el alma y que él describe sin que se le mueva una ceja. Por ejemplo, la naturalidad con la que familias pudientes compran niños pobres para adoptarlos cuando no pueden tener hijos propios. O esos «conventos destinados a la corrección de mujeres», verdaderas cárceles de la moral. O la idea de que la infidelidad de un hombre es una «jugarreta», pero la de una mujer es un crimen. Por otra parte, tampoco es de extrañar. Ciento cincuenta años no pasan en balde. 

"¡Pobres mujeres! Siempre la peor parte para ellas". Dice Jacinta pensando en la deshonra de Fortunata provocada por su marido Juanito. Un hombre "vicioso y discreto, sibarita y hombre de talento, aspirando a la erudición de todos los goces y con bastante buen gusto para espiritualizar las cosas materiales, no podía contentarse con gustar la belleza conquistada o comprada, quería gustar también la virtud, no precisamente la vencida, que deja de serlo, sino la pura, que en su pureza misma tenía para él su picante". Vamos, un pillo promiscuo y picaflor de mucho cuidado. Tremendamente satisfecho de sí mismo. Y Galdós consigue que, sin justificar ninguno de sus actos, sea casi imposible cogerle ojeriza. 

Por último, me han encantado los paseos por las calles vibrantes de un Madrid abigarrado y tumultuoso, que aún no se ha quitado el polvo y el olor a pueblo grande, y ya empieza a despuntar tímidamente algunas maneras cosmopolitas de capital europea. "Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir". Un homenaje a una ciudad, a un pueblo, a unos personajes tan vivos que por mucho que uno los lea desde el siglo XXI, siguen saltando desde sus páginas para pintar tu mundo con sus pasiones universales.







lunes, 25 de noviembre de 2024

LA NIÑA DE NIEVE

Tengo la suerte de vivir muy cerca de un parque por el que paso todos los días andando al ir y venir de la librería. A menudo me paro a mirarlo. A mirarlo y remirarlo. Porque nunca es el mismo parque. Especialmente en estas fechas, cuando los árboles cambian de color y forma todos los días y la luz del sol se va volviendo más oblicua y dorada. Los personajes de esta novela a menudo hacen algo parecido. Miran por la ventana cuando saben que está a punto de empezar a nevar. Y esperan. Esperan con esa leve excitación de los niños cuando anticipan alguna maravilla cotidiana. Se asombran con la belleza de la naturaleza, esa que vemos todos los días y a la que ojalá nunca podamos acostumbrarnos. 

La suya es una naturaleza más salvaje y agreste que la de mi parque. Viven en el corazón de Alaska. En 1920. Son una mujer y un hombre que no han podido tener hijos y han decidido empezar una nueva vida como pioneros en los confines del mundo civilizado. Son pioneros, en el más bello sentido de la palabra que le dio Willa Cather en sus novelas. Pioneros en busca del silencio y de la belleza, en busca de una vida más auténtica, aunque incluya a veces una aspereza y un peligro constantes. «Mabel sabía que era hermoso, pero de una belleza que te abría en canal y te arrancaba las entrañas hasta tal punto que, aun sobreviviendo a ella, uno se sentía indefenso, a su merced». 

Cuando miramos y remiramos algo que nos parece bello, esa belleza se convierte en un espejo que despierta algo en nuestro interior, y nuestra imaginación echa a volar. Y no es raro que veamos cosas que los demás no ven. Pájaros que nos espían tras las ramas de un árbol y nos siguen dando saltitos en la hierba para ver adónde vamos. Ondas en el agua que se van ensanchando poco a poco hasta que aparece la cabeza perezosa de una tortuga que ha decidido echar un vistazo a ver qué se cuece en la superficie. O, quizá, como le ocurre un día a Mabel, los ojos inquisitivos de una niña que aparece y desaparece en la nieve como si fuera un hada de un cuento infantil. 

«Era fantástico e imposible, pero Mabel sabía que era verdad: ella y Jack la habían hecho de nieve, de ramas de abedul y hierba helada. La verdad la asombraba. No solo era un milagro, aquella niña era su obra. Y uno no crea una vida para luego abandonarla en el bosque». Para creer no necesitaban explicaciones, les bastaba con sostener un copo de nieve en la palma de la mano tanto tiempo como fuera posible para admirar la belleza efímera de sus sueños antes de que se derramara en forma de agua entre los dedos. 

Me ha encantado esta novela. Aporta la tranquilidad y el consuelo de una manta caliente y una luz en medio de una noche de invierno. Me ha recordado a Willa Cather por la nobleza ruda y recta que hace de la bondad su mayor virtud. Y por la descripción maravillosa y maravillada de esa niña, esa criatura «poderosa y delicada, un ser salvaje capaz de florecer en ese lugar». 




jueves, 21 de noviembre de 2024

PALESTINA/48. POEMAS DEL INTERIOR

Es terrible lo fácil que resulta normalizar una agresión cuando sucede delante de todo el mundo y quien tiene poder para ponerle fin no solo no hace nada, sino que contribuye al daño. Algo colapsa dentro de nosotros, espectadores cautivos de la violencia. Algo colapsa, y hace falta insistir en ponerle palabras al daño, aunque solo sea para que la visión continuada de ese daño no nos anestesie. Para que podamos seguir reconociéndolo. Señalándolo. Dirigiendo nuestro dedo acusador a quien lo comete. Y a quienes, pudiendo impedirlo, callan o colaboran. 

Yo no puedo dejar de leer sobre Palestina. «En 1948 a Palestina le borraron el nombre». Leo el arranque del prólogo de Luz Gómez, catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid y responsable de esta antología, y creo que ya sé lo que sigue. Se lo he leído a Rashid Khalidi, a Ilan Pappé, a Haidar Eid, a Joe Sacco, a Gasán Kanafani, a Edward Said. Pero no importa. Quiero seguir leyéndolo. Necesito seguir leyéndolo. Para que cuando abra mañana las redes sociales y me encuentre con el enésimo bombardeo, el enésimo crimen de Israel contra el pueblo palestino, pueda seguir reforzando el dique de mi conciencia contra la barbarie. 

«Si las gentes de bien no acuden al rescate de los palestinos, su suerte será similar a la de los nativos americanos. El sionismo pone en peligro la existencia de los árabes de Palestina». Esta cita es de Abdul Wahab Kayyali, la escribió en el periódico Falastin el 29 de marzo de 1914. ¡1914! El paralelismo con el colonialismo estadounidense y el exterminio de los nativos americanos pone los pelos de punta. Pero ¿quién se atrevería a decir que ha perdido actualidad?

Los tres poetas que reúne este libro contribuyeron con sus versos a despertar en los palestinos la conciencia de su identidad para reclamar libertad e igualdad. Tras la Nakba, los poetas «fueron la autoridad moral de una comunidad necesitada de compasión, y también de esperanza y liderazgo». Este libro es un homenaje a la poesía palestina de resistencia. Poesía de carácter popular, escrita con tiento para esquivar la censura israelí y, a la vez, ser claramente entendida por un público amplio. 

«Cuando hayamos muerto
y el corazón cansado cierre
por última vez los párpados
a todo lo que hemos hecho,
lo que hemos esperado,
lo que hemos soñado,
deseado
o sentido,
el odio será
lo primero que se pudra 
con nosotros». 

Para mí, Palestina es la herida de nuestro tiempo. Quizá porque nunca había sido consciente de la cantidad de gente dispuesta (gente por lo demás razonable y amable y alegre) a posicionarse a favor de un genocidio. Siento que es el síntoma de un colapso moral. Algo se ha hundido definitivamente y necesito creer que todavía somos millones los que queremos, necesitamos, que se vuelva a levantar. Libros como este me ayudan a creerlo. 





lunes, 18 de noviembre de 2024

CUANDO EL FINAL SE ACERCA

«Tras encontrarme con la muerte miles de veces, he llegado a la conclusión de que tenemos poco que temer y mucho que preparar. Desgraciadamente, por lo general me encuentro con pacientes y familias que piensan lo contrario: que la muerte es espantosa y que hablar o prepararse para ella será insoportablemente triste o aterrador». 

Vivir de espaldas a la muerte, negarse a hablar de ella, considerar que en ningún caso puede estar en nuestra mano decidir cómo morir, son formas de atrincherarse en el temor, y de condenar a nuestros seres queridos al dolor de tener que afrontar la pérdida sin ninguna guía. Negarse a hablar de la muerte es negarse a buscar un mapa para entrar en un bosque oscuro. Es negar la posibilidad del consuelo y elegir el miedo y el sufrimiento. Es optar por la ignorancia frente al conocimiento. Es condenarse a la desorientación y al trauma. 

Al igual que nadie se negaría a que le guiaran y prepararan durante el proceso de un parto, ¿por qué nos negamos a que nos guíen y nos preparan para el proceso de la muerte? Un parto normal suele ser más complicado y doloroso que una muerte normal, nos dice Kathryn Mannix. La medicina está ahí para hacer que los dos procesos sean lo menos dolorosos e invasivos para la dignidad de las personas. Para la autora de este ensayo, médica especialista en cuidados paliativos, su trabajo es un privilegio. Al igual que las matronas, su trabajo consiste en guiarnos por el camino de uno de los dos procesos más importantes de nuestra vida. Es una matrona de la buena muerte, nos enseña cómo vivir una buena vida hasta el último suspiro. 

Nuestra forma de interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor y de anticipar posibles escenarios cuando la enfermedad nos invade puede agravar el daño físico. Ayudar a los enfermos y a sus seres queridos a afrontar el dolor y la perspectiva de la muerte es el trabajo al que ha dedicado su vida Kathryn Mannix. Un trabajo que pasa por saber elegir las palabras adecuadas y saber escuchar sin juzgar. Porque lo importante es hablar. «Un debate abierto reduce la superstición y el miedo, y nos permite ser sinceros los unos con los otros en un momento en que fingir y las mentiras bienintencionadas no hacen más que separarnos, haciéndonos perder un tiempo precioso». 

La tecnología nos ha permitido alargar la esperanza de vida, a la vez que nos ha alejado del proceso de morir. «El arte de morir se ha convertido en un saber olvidado, pero todo lecho de muerte es una oportunidad de devolvernos ese saber, para que nos sirvamos de él cuando afrontemos otras muertes en el futuro, la nuestra incluida». 

La autora propone un acercamiento a los últimos momento de la vida con una actitud de curiosidad y descubrimiento, y no de certidumbre. No he conocido nunca una persona con una capacidad tan grande para empatizar con el sufrimiento de los demás y saber encontrar las palabras que apaciguan y reconfortan en los momentos más difíciles. Capaz, también, de construir un relato que transmite compasión y serenidad y nos ofrece una mano abierta, una mano sabia, para afrontar el momento más trascendental de nuestra vida adulta. 

Lejos de decirles a los demás lo que tienen que hacer, hace precisamente lo contrario: consigue que los demás descubran por sí mismos qué es lo que desean para sí mismos y para la gente que les rodea. Describe la decisión de respetar al máximo la autonomía de los demás como un acto de amor. La autonomía de pacientes enfermos, de personas atrapadas en enfermedades terminales. No instruye, pregunta. Busca comprender, no ser obedecida. Y sale airosa de situaciones imposibles. Ya me lo pareció en su otro libro publicado en español, Las palabras que importan, pero me ha vuelto a impresionar con este. Esta mujer es una maga y una inspiración para tener siempre presente. 





lunes, 11 de noviembre de 2024

JUNTOS

Después de leer y disfrutar de las ilustraciones de este libro infantil, me viene a la cabeza aquel verso de Mario Benedetti: «somos mucho más que dos». Y es que la compañía nos multiplica. Nos multiplica el placer, la diversión, el aprendizaje. Y este preciosísimo cuento infantil lo expresa de maravilla. «A veces tenemos secretos», leemos en una página en blanco con un troquelado que deja ver un trocito de la ilustración de un niño con una caja de tesoros de la doble página siguiente. Y al pasar la hoja, vemos que el niño está rodeado por sus amigos y amigas bajo la mesa de un comedor: «Juntos, tenemos recuerdos». 

«A solas, contamos. Juntos, compartimos. 
A solas, crecemos. Juntos, florecemos. 
A solas, tenemos intereses. Juntos, somos apasionados. 
A solas, pensamos. Juntos, construimos». 

Y una de mis favoritas: «A solas, tenemos todo el espacio», y aparece la ilustración de una abuelita arropada en una cama enorme, tan tranquila. Y, al girar la hoja, vemos que está rodeada de un montón de gatetes azules encantadores que hacen que «juntos, estamos calentitos». 

Este es un libro tierno y cálido sobre el valor de compartir, de buscarnos en los demás para no solo poder crecer, sino para florecer. 



lunes, 4 de noviembre de 2024

EL FACTOR RACHEL

—¡Hola, Óscar! ¿Qué tal? Venía a por una recomendación porque es el cumple de mi nuera veinteañera y, como le gusta mucho leer, he pensado que un libro sería... 
Le tiendo un ejemplar de El factor Rachel sin decir ni pío. 
—¿Este? 
Asiento efusivamente. 
—¿Así sin más? 
Asiento más efusivamente aún, si es posible. 
—No te veo muy hablador. 
—Es que lo acabo de terminar justo ahora y me puede la emoción. ¡Qué libro!
—¿Sí? ¿De qué va?
—Uy, de tantas cosas. De... De...
—Venga, dime una. 
—De la amistad, sobre todo de la amistad. De los amigos que haces a los veinte años y se convierten en personas importantísimas diez minutos después de conocerlos y..., y... Y su amistad supera en intensidad e importancia a cualquier novio o novia y, por mucho que tu vida sea una tormenta constante, ellos siempre son la tabla de salvación, lo que siempre te rescata de cualquier cosa que te pase. 
—Suena intenso. 
—Pero no lo es. ¡Lo mejor es que no lo es! 
—¿No?
—No, este libro es pura ligereza, y más que de amigos en plural, habla de una amistad en concreto. Porque no tenemos tantos amigos indispensables y cercanísimos. A menudo no es más que uno, o dos. 
—Mm-mm. ¿Autora irlandesa?
—Sí, todo transcurre en Cork, o casi todo, década de 2010, plena crisis económica...
—¿Cork?
—Sí, un lugar lejos de todo en un país lejos de todo. Me ha encantado cómo describe la precariedad, los trabajos temporales, la maternidad, el derecho al aborto, y la confianza brutal entre personas que se acaban de conocer y que sienten que pueden contarse cualquier cosa, y cómo asusta a veces esa confianza, lo vulnerable que te deja. 
—Ya. La verdad es que de historias de amor está repleta la librería, y la historia de la literatura, de amor romántico, me refiero. Pero de historias de amor entre amigos, del amor de la amistad, no tanto. 
—¡Exacto! Y de eso habla también la novela. De cómo hemos aprendido a sobrevalorar el primero e infravalorar el segundo. 
—Pues nada, ¿me lo envuelves para regalo?
—Eso está hecho. Le va a encantar, ya verás. Y qué capacidad tiene para reírse de sí misma. La protagonista, me refiero. Pero reírse de verdad, quitando capa a capa toda la seriedad y la trascendencia de los veinte años para señalarlas y partirnos la caja con lo exaltadamente ridículos que podemos llegar a ser cuando nos consideramos el centro de una historia increíblemente importante. 
—Te ha gustado, ¿eh?
—Me ha encantado. Y además es justo lo que necesitaba ahora mismo. Un soplo de aire fresco. Se lee como quien se tira toda la tarde viendo capítulo tras capítulo de The Gilmore Girls o cualquier otra serie ligera, cómica, cálida y rebosante de diálogos inteligentes. 
—Pues nada, ya te diré si le gusta. 
—¡Y además la prota trabaja en una librería!
—Ah, amigo, ya sé por qué te ha gustado tanto. Te pillé. 
—Qué le voy a hacer. ¡Si es que lo tiene todo!




lunes, 28 de octubre de 2024

BALADA PARA SOPHIE

Este cómic suena. Suena a nocturnos de Chopin, a la belleza estática de un Ravel que te eleva por encima de la realidad. Suena a mimo y concentración, a un secreto largamente guardado capaz de esperar toda una vida hasta encontrar la persona adecuada para salir de su oscuridad y florecer. 

Julien Dubois es un anciano cascarrabias que vive recluido en una gran mansión. Hace muchos años llenaba salas de todo el mundo con sus espectáculos musicales hasta que algo lo retiró abruptamente de los escenarios. Desde entonces vive rumiando su pasado. Un pasado anterior a la gloria pública que lo encumbró. Un pasado que flota a su alrededor como el segundo movimiento del concierto para piano de Ravel

Adéline Jourdain es una periodista empeñada en entrevistar al viejo maestro. Tan empeñada como para quedarse a dormir en la escalinata de su mansión hasta que le abran la puerta y le permitan hacer sus preguntas. Quiere saber por qué esa reclusión, por qué vive de esa manera tan alejada del mundo aquella estrella que un día hizo bailar y sonreír a toda una generación. 

Un piano de cola asiste mudo a su encuentro. Y a la relación que se va tejiendo entre los dos. Un piano de cola que guarda la memoria de un niño con gafas al que obligaron a ser el mejor, de un profesor con cara de cabra, de una madre dispuesta a todo por el éxito, y de una rivalidad que marcaría, compás tras compás, toda la vida de Julien Dubois. 

Filipe Melo y Juan Cavia mezclan personajes de ficción con la vida del gran pianista francés François Sansom en una novela gráfica emocionante que estoy convencido que puede encender la llama de la delicadeza en el corazón de cualquier lector. 




jueves, 24 de octubre de 2024

ANGLOSAJONES. LA PRIMERA INGLATERRA

P. y yo volvimos de Suecia fascinados. La semana que pasamos este verano nos supo a poco y, en el avión que nos alejaba del aeropuerto de Arlanda, nos prometimos volver pronto a seguir explorando el país de norte a sur. Como las vacaciones son escasas y no sabemos cuándo cumpliremos nuestra promesa, de vuelta a la tórrida meseta ibérica tratamos de conjurar la nostalgia (y de seguir alimentando la curiosidad) con la serie Vikingos. Que ya sé que estrictamente poco tiene que ver con Suecia y que es un topicazo como que un japonés vuelva de España y se ponga a seguir canales de flamenco en Youtube. Pero uno tiene las ideas y los placeres culpables que se puede permitir, así que allá nos pusimos a darnos el atracón de las seis temporadas. ¿Y esto qué tiene que ver con anglosajones? Pues a ello voy. 

Entre que en nuestro viaje todos los suecos que nos encontramos parecían tan a gusto con el inglés como con el solecito improbable que tuvimos la suerte de disfrutar siete días seguidos, y que había pocas aficiones más gustosas para los vikingos que saquear las costas inglesas, mi placer culpable (¿culpable por qué?) me llevó a este libro. Y a la sinuosa fuente usada para el título. A veces bastan una A con vuelo y una E redonda como un escudo para hacer viajar la imaginación. Vi la portada y me lo llevé a casa. Sin más. 

De todo lo que podría comentar de este libro, voy a intentar quedarme con tres ideas. La primera es que la historia de los pueblos que habitaron lo que hoy llamamos Gran Bretaña desde la caída del Imperio Romano hasta la conquista normanda en 1066 no se explica sin la influencia de los pueblos de origen germánico y escandinavo. De origen germánico fueron los sajones, jutos y anglos que llegaron a la isla y tomaron el poder en el siglo V. Y de origen escandinavo fueron los daneses y más comúnmente llamados "los hombres del norte" que llegaron a partir de 793 y que estuvieron casi tres siglos en contacto con los anglosajones y mezclándose con ellos. Pero la historia no ha tratado por igual a las invasiones de germánicos y escandinavos. A pesar de que ambos tenían unas costumbres, una religión y una cultura de origen similar, a posteriori a los germánicos se los consideró pueblo inglés y a los escandinavos, pueblo invasor. Que los primeros adoptaran mucho antes el cristianismo no es casual. Algo parecido pasó en la Península Ibérica con los visigodos y los árabes. Ambos invasores, ambos no cristianos en origen. Pero los primeros "llegaron" mientras que los segundos "invadieron". Los primeros son nuestros ancestros. Los segundos siempre serán los otros. Ay, las palabras. Ay, la xenofobia nuestra de cada día. 

La segunda idea (y esta es más breve) es que el autor tiene un estilo fluido que da gustar leer. Atrás quedaron los ensayos académicos con mil notas al pie que más parecían escritos para un director de tesis encerrado en su torre de marfil que para que cualquier mortal pudiera entenderlos. Incluso en los momentos que menos me interesaban, sencillamente no podía parar de leer o saltarme páginas. Un diez para la claridad y la fluidez. 

Y la tercera es que este ensayo, como la inmensa mayoría de ensayos históricos, es un relato pormenorizado de las vidas y milagros de un grupito reducidísimo de gente poderosa. De hombres poderosos. Yo entiendo que sus vidas son interesantes y que influyeron decisivamente en el desarrollo de las sociedades de su época, ¿pero qué pasa con el restante 99,99% de la población? Es que parece que si sabemos todo lo posible sobre unos cincuenta o sesenta reyes y nobles, podemos dar por sabida la historia completa de una isla como la inglesa durante cinco siglos. Y no sé. He echado en falta a la gente corriente. A las mujeres. A los desfavorecidos. A los que sufrían la megalomanía de sus reyes y nobles. A los campesinos. A los monjes. A los viajeros. Cómo se veían y cómo veían a los demás. Cómo entendían el poder, las migraciones, las religiones, la libertad. A qué aspiraban. He echado de menos tocar la tierra, escarbarla, olerla. Ya sé que no se le pueden pedir novelerías a los ensayos. Pero la tierra también es historia. A veces más que la ambición por una corona. 

En fin. Que no pare la curiosidad por los vikingos (que, por cierto, parece que no se llamaban a sí mismos vikingos). Pronto caerá otro ensayo. Este promete más tierra y menos coronas. 





lunes, 21 de octubre de 2024

PRESENTES

El 20 de noviembre de 1936 fue fusilado en Alicante José Antonio Primo de Rivera. Durante dos años, el bando nacional ocultó su muerte y se le tuvo por ausente, dando alas a todo tipo de teorías sobre su paradero. En noviembre de 1939 se trasladó su cuerpo desde Alicante hasta El Escorial a hombros de voluntarios falangistas. Fue un cortejo fúnebre de diez días con antorchas y toda la parafernalia litúrgica con la que el régimen franquista quiso escenificar un homenaje místico a la figura política que, a pesar de no haber obtenido apenas apoyo electoral antes de la guerra, más pasiones suscitaba entre sus filas. A partir de ese momento, José Antonio pasó a estar presente, y así se gritaba exaltadamente por todo el país. Paco Cerdà ha recreado con una literatura apasionada esa presencia del jefe de Falange, un hombre que, aun muerto, era capaz de magnetizar a todo un país, enmarcándola con otras presencias de personas más o menos conocidas que ayudan a entender ese momento histórico de inflexión en la historia de España. 

Presencias como la de un tal Miguel en la cárcel escribiéndole a una tal Josefina versos sobre una cebolla y sobre que nunca se dejaría atar el alma. Presencias como la de una Muchacha sin nombre de catorce años embarazada por una violación con dos posibles culpables, y, ante la duda del instructor del caso, con ninguno. Presencias como la de una tal Pilar, descrita en seis páginas de literatura bellísima y arrebatada, que un día de 1939 leyó que su amor secreto, el gran poeta, ya no recordaría nunca más sus días azules de la infancia. Presencias como la de otra Pilar, ambiciosa y revolucionaria, que en pocos años convirtió una sección de siete mujeres de un partido político irrelevante en la organización femenina de masas más grande e influyente de la historia de España, capaz de modelar y someter la mente de varias generaciones de mujeres. Presencias que sangran como acaba de sangrar el país, que corren paralelas a la del «cadáver que marcha con sus escuadras azules por las venas abiertas de España». 

El objetivo no era trasladar un cadáver, dar reposo definitivo a un cuerpo, sino «dejar erigida una doctrina». Levantar un monumento simbólico al nuevo régimen, con el fin de comenzar la evangelización de España en la fe falangista. No bastaba con haber vencido: ahora tocaba convencer. Y cualquier medio era lícito. Ya lo había dicho el santo José Antonio: ejercer la violencia nunca sería un problema. 

Con su excepcional literatura arrebatada, este libro podría ser el reverso tenebroso de lo reflejado en el luminoso 14 de abril. Ambos con sus grises. Pero mientras aquel día de primavera prometía ser el inicio de un camino esperanzador, aquí la sombra de la muerte, de la amenaza y del miedo es alargada. Tan alargada que duró casi cuarenta años. Y, tristemente, aún no nos hemos deshecho de ella. 



lunes, 14 de octubre de 2024

ESTE MUNDO CIEGO

Recuerdo el contraste entre la crudeza y el lirismo de la anterior novela que leí de Jesmyn Ward, La canción de los vivos y los muertos. El impacto emocional que me provocó. Coincidimos P. y yo, creo, que era de las mejores novelas que habíamos leído nunca, y que era casi imposible de recomendar. ¿Cómo hacerse responsable de una historia así? A caballo entre el mito y la realidad, entre lo onírico y la más terrible lucidez, su nueva novela transita por caminos parecidos, en este caso en la época de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos. Por momentos me ha recordado a El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead, otro referente de la lucha por denunciar el racismo estadounidense desde una literatura lírica y personalísima. Pero creo que Ward va más allá todavía y aporta una mirada femenina excepcional y poderosísima. 

«Este amplio infierno ahogado en llanto. La hilera se mueve bruscamente. Los hombres empiezan a avanzar por el camino, torpes con sus cadenas. Algunas mujeres gritan, asustadas, cuando iniciamos la marcha. Pateo el suelo como patearía al amo si alguna vez, alguna vez, tuviera la oportunidad, y me aparto del hombre que me dio el color mestizo de mi piel. Escupo y maldigo el suelo del hombre que nos vende a Safi y a mí por haber recobrado una pizca de la vida que nos había robado. Al hombre que violó y vendió a mi madre». 

Las historias y los recuerdos son lo único que mantienen a la protagonista en pie. Historias de los vivos, historias de los muertos, historias de los que vagan en la penumbra y descienden peldaño a peldaño las escaleras de este mundo ciego. Historias de hombres y mujeres que cargan con los enormes fardos de su tristeza, que «miran su derrota a través de un horizonte invisible». 

«Te marcan. Te marcan con la flor de lis en la cara para que todos, para que cada persona que te vea sepa que huiste y te atraparon. Te ponen cadenas en los pies, te hacen andar con brazaletes de acero hasta que se convierten en tu piel. Te ponen collares, collares de metal que te muerden el cuello, que te hacen pequeñas gargantillas de llagas. Y eso si no te disparan, si no te ahorcan, si no te degüellan porque tuviste el descaro de reclamar tu vida». 

De esta novela me quedo con su sensibilidad abrumadora. Con su escritura en carne viva, que sabe acariciar y desgarrar en un mismo gesto. Con su capacidad para ver más allá de lo aparente, para penetrar en el interior de las emociones y bucear por sus recovecos. Siempre más allá de la realidad que ven los demás, como su protagonista, que ve en el agua ondulaciones que nadie más ve, que escucha lo que otros no oyen, que sabe que la realidad siempre puede ser algo más que lo que los demás dicen que es. Me quedo con la capacidad de resistencia de esas mujeres «que se arrastran por el suelo buscando, buscando incluso en sueños algo parecido a un cuerpo amable, a una voz suave, a una mano que se alce y diga: levántate, levántate y ven, tengo un lugar para ti». 

Porque en el centro del sufrimiento se esconde siempre la veta intocable en la que late encapsulada la esperanza. «Una veta que se abriría paso hasta florecer». 





jueves, 10 de octubre de 2024

DESCOLONIZANDO LA MENTE PALESTINA

Israel está en todas las noticias desde hace ya más de un año. Nos levantamos y nos acostamos con la misma palabra. Israel. Un diminuto estado en la otra punta del Mediterráneo. El adalid de la guerra declarada contra los derechos humanos desde hace 75 años. Israel. Un estado que no tolera la existencia de ninguna amenaza y responde siempre con violencia ante cualquier persona u organización que perciba como un riesgo para su integridad. Un estado que tiene en el centro de su identidad su condición de víctima y, por lo tanto, necesita siempre un agresor que señalar para reconocerse en su identidad. Un estado preso de la violencia que provoca para poder seguir enarbolando su excepcionalidad. 

Hace unos meses, España reconoció el Estado de Palestina. Se unió así a los otros 144 países que lo han reconocido, tres cuartas partes de los países que integran las Naciones Unidas. Pero por mucho que se sucedan los reconocimientos internacionales, la realidad es que no existe de facto un Estado Palestino propiamente dicho, sino un Estado Israelí con derechos exclusivos para los judíos que priva de los derechos humanos fundamentales a los palestinos, con muchas semejanzas a la Sudáfrica del apartheid. 

La solución de los dos estados ya era imposible antes del 7 de octubre de 2023. No se puede crear un Estado Palestino sin continuidad territorial, con asentamientos de colonos judíos en su interior, con un muro externo e interno creado para separar comunidades y privilegiar los desplazamientos judíos, con una parte del territorio bloqueado y con una ley racista que discrimina a los palestinos que viven en Israel. Pero ahora la solución de los dos estados se ha vuelto del todo inimaginable. ¿Qué estado palestino puede surgir con un país vecino que tiene carta blanca internacional para asesinar a sus ciudadanos? 

Para este pequeño ensayo, Haidar Eid se ha inspirado en las posiciones de Edward Said, el intelectual palestino que criticó duramente los Acuerdos de Oslo y la connivencia de los gobiernos palestinos con la ocupación israelí y sus abusos. Junto con Ghassan Kanafani y Mahmoud Darwish, Said «contribuyó decisivamente a que Palestina se convirtiera en la causa con un contenido más moral de nuestro tiempo». Y centró su enfoque en señalar el error de confiar en que se llegaría a un acuerdo con Israel que trajera la paz y restituyera los derechos fundamentales de los palestinos. La alternativa para Said, para Haidar, y para un número cada vez mayor de palestinos, es la creación de un estado único laico y democrático en el territorio de la Palestina histórica que no discrimine por raza, etnia o religión y que no se base en la opresión de una comunidad sobre otra. Un estado único laico y democrático para judíos y palestinos en el que puedan convivir en igualdad de derechos. En Sudáfrica funcionó. ¿Por qué no en Palestina?






lunes, 7 de octubre de 2024

COMO SI FUERA UN RÍO

Como si fuera un río. Fluyendo, viajando de un lugar a otro. En perpetuo movimiento. Así deben vivir los que son perseguidos. Deslizándose en la oscuridad, siempre hacia delante. Así vive el joven Wilson Moon, un muchacho con la piel no suficientemente blanca para la susceptibilidad de la gente que necesita sentirse superior. 

En 1949, el diferente era siempre el culpable. Y para que no quedara duda, se usaban palabras como piel roja, mexicano, indio, chusma, ladrón, sucio perro. Palabras que escupían, palabras que señalaban y ponían una diana en la espalda de cualquier muchacho que se atreviera a pasear por un pueblo a plena vista. Un muchacho como Wilson Moon. 

A veces basta un único suceso en la vida de alguien para cambiar su curso para siempre. Para la joven Victoria Nash, ese suceso es cruzarse con Wilson Moon en una calle de su pueblo de Colorado. Cruzarse con su sonrisa, con sus ojos penetrantes. Con ese andar tranquilo y paciente que parece acoger en su movimiento el aire y la luz y el vuelo de las mariposas. 

Mi madre me recomendó esta novela con mucha pasión, y entiendo perfectamente por qué le gustó. Habla de maternidad, de renuncia, de amor invencible que no se deja abatir por el paso del tiempo. Habla de racismo y de dignidad, de violencia y de ternura. De una capacidad de resistencia puesta a prueba una y otra vez en las más duras circunstancias. Y de naturaleza salvaje. Y del sentido del asombro. Y de melocotones. 

La novela de los melocotones, ¿la has leído ya?, me decía. Y es que hueles a melocotones y tocas sus hojas dentadas y sientes la respiración de sus ramas mientras avanza esta historia de pérdida y redención y esperanza más allá de lo probable. Me ha gustado mucho. Me ha encantado. Tiene una sabiduría sencilla capaz de tocar canciones muy bonitas en las cuerdas de la sensibilidad de mucha gente. 



lunes, 30 de septiembre de 2024

CUIDAR DE ELLA

Hay meses en los que no saco mucho tiempo para leer. Y leo despacio. Es otra experiencia. Cuando una historia te dura dos semanas la vives de una manera radicalmente diferente a cuando te dura tres días. Es el placer acostumbrado frente a la inmediatez de la adrenalina. Un café largo de sobremesa frente a un lingotazo. Yo, que no soy nada de alcohol pero suelo devorar libros, he disfrutado especialmente el viaje pausado que he emprendido con este. Uno de los mejores viajes del año, sin duda. 

Y eso que el libro avanza a toda máquina. Como su heroína.  
«Todo iba demasiado rápido. Viola, en el fondo, era futurista. Hablar con ella era conducir a tumba abierta por una carretera de montaña. Siempre volvía agotado, aterrado, exaltado, o una mezcla de las tres cosas».
Esto me ha recordado a esas personas, pocas, muy pocas personas, que te elevan, cuya conversación te aúpa a otro nivel de conciencia, de agilidad o de asombro. Te dejan un cosquilleo en la mente, una efervescencia a la que es muy fácil volverse adicto. 
 
«Quería mostrarte que no hay límites. Por abajo ni por encima. Toda frontera es una invención. Quien lo comprende molesta por fuerza a quienes inventan esas fronteras, y todavía más a quienes creen en ellas, es decir, más o menos a todo el mundo. Sé lo que dicen de mí en el pueblo. Sé que mi propia familia me encuentra extraña. Me da igual. Sabrás que vas por el buen camino, Mimo, cuando todo el mundo te diga lo contrario». 

Esta es una historia de dos almas de genio atrapadas por un cuerpo y una familia inadecuadas. Con el telón de fondo del fascismo italiano y su increíble capacidad para envenenar las relaciones más profundas, Cuidar de ella es una historia de amor arrebatado al margen de las convenciones entre un aprendiz humilde y una joven aristócrata. Transmite entusiasmo, inocencia y una pasión genuina por el arte y todo aquello que nos conmueve hasta cambiarnos la vida. Una belleza de novela. 




jueves, 26 de septiembre de 2024

¡FUERA ETIQUETAS!

Una de las cosas que más me gusta de las nuevas generaciones es la mayor libertad que tienen para expresar lo que sienten e identificar lo que les daña. Poner etiquetas a las personas es una respuesta instintiva a nuestra incapacidad para comprenderlas. Si decimos que una persona es egoísta, torpe, feliz o cargante, estamos reduciendo la identidad de alguien a un comportamiento en concreto. Estamos metiendo a esa persona en un cajón con una etiqueta. Eso nos ayuda a juzgarla. Pero nos empobrece a nosotros y las daña a ellas. 

Algo tan simple y tan complejo es lo que plasma con maestría Lucía Serrano en este cuento infantil. Tras los éxitos de Tu cuerpo es tuyo y Nos tratamos bien, la autora se ha atrevido con un tema universal que nos afecta a todas las personas, de todas las edades. «Cuando usamos mucho una palabra para describir a alguien, decimos que le hemos puesto una etiqueta. En ese momento, la palabra empieza a crecer. Y crece tanto que ya no ves a la persona. Y ella tampoco puede verse bien. No verse da mucha tristeza. Si te ponen una etiqueta, es probable que acabes creyéndotela. Es un poder secreto que tienen las palabras». 

No somos lo que hacemos. Y mucho menos somos una sola cosa. Somos muchas cosas. Y las primeras que deben saberlo son las personas que más nos quieren. Las que deciden agujerearnos las orejas sin preguntarnos, el tipo adecuado de juguetes o el color de la ropa o las actividades de ocio o el tipo de afecto en función de si nos han puesto un nombre masculino o femenino al nacer. 

Lucía Serrano ha escrito un libro infantil que deberíamos leer todos. Y dejar que hiciera de espejo. Y vernos en él. Atrevernos de verdad a vernos. Quizá así podríamos empezar a construir un mundo mejor. Para los niños. Para todos. 

 

lunes, 23 de septiembre de 2024

COMO BESTIAS

En el valle de Ourdouch hay una gruta. Allí arriba, en la montaña. La gruta la guarda un joven de fuerza sobrehumana. Un joven que no sabe hablar, pero cura a los animales con el calor de sus manos. En la gruta hay también una niña. O eso parece. Nadie sabe nada de ella. Quién es. De dónde viene. ¿Es hija del joven que no habla? ¿O de su madre, que lo protege de la civilización que no sabe protegerlo? En lo alto de la montaña hay una gruta. Y un helicóptero la sobrevuela. Es la gruta de las hadas, dicen los lugareños. Y a las hadas no les gustan los policías. 

Los rumores son parecidos a las canciones. La gente los canta y el viento esparce la melodía como semillas en primavera. Semillas que prenden en la imaginación de las personas y brotan en la oscuridad de las calles como flores malintencionadas. Rumores, canciones. Rumores de hadas que bailan y juegan. De hadas que protegen la gruta de la montaña. La gruta de las hadas. Hadas que acogen a los niños que las madres no quieren. Niños nacidos de la crueldad de los hombres, que plantan su ferocidad en los vientres vulnerables de las mujeres. 

Nadie cree en las hadas. O eso dicen. Las hadas son invenciones, cuentos para asustar a los niños de las montañas. Pero nadie se las puede sacar de la boca. Están ahí, en los cuchicheos y en las miradas de reojo. En la distancia que los del valle mantienen con los de arriba. Las hadas no existen, dicen todos. Pero que no vengan. Que se queden en su gruta. Ahí arriba, en su montaña. Con los osos y las bestias. 

Menos mal, dicen las hadas, que «algunos en el mundo de ahí abajo» todavía sienten simpatía por las bestias y los gigantes extraviados. Menos mal que algunos todavía los miran con ojos comprensivos y aceptan su presencia como aceptan la dureza de las rocas y la sombra de la montaña. Quizá todavía se pueda confiar, dicen las hadas, aunque la mayoría tuerza el gesto y se dé golpecitos en la sien y se burle estúpidamente cuando las bestias y las hadas se vuelvan protagonistas de una investigación policial. 

Violaine Bérot ha escrito una novela poderosa intercalando interrogatorios policiales a los vecinos del valle con las canciones de un misterioso coro, como en una tragedia griega o un moderno cuento de hadas. Gracias a P. por recomendarme esta historia rural sobre un mundo que tiende a desaparecer, pero cuya magia permanece en las flores oscuras de los rumores que brotan de los miedos de la gente sensata.  




lunes, 16 de septiembre de 2024

LAS HIJAS DEL PINTOR

Mientras P. deambula por las salas de los románticos, en las que los dos nos quedaríamos a vivir, yo me quedo rezagado con las pelucas. Las pelucas de esos hombres que nos miran desde los cuadros como reteniendo un estornudo por la cantidad de talco que les han debido de poner antes de empezar a posar para el pintor. Sí, no nos entusiasma la pintura del XVIII. Esas poses, esa artificialidad. Pero ahí sigo, clavado delante de los cuadros de Thomas Gainsborough en la National Gallery este verano. De dos en concreto. Dos cuadros que representan dos niñas de piel pálida y miradas curiosas. Tímidas, suaves. Giradas hacia dentro. Ligeramente melancólicas, quizá. Dos niñas que aparecen a distintas edades en los cuadros de la sala y que testimonian el amor que Gainsborough les tenía. Me quedo clavado mirándolas hasta que P. vuelve y las mira también. ¿Quiénes son? Son las hijas del pintor. 

Sobre estas dos niñas trata una de las novelas que más me ha gustado de las que he leído este año. Me ha recordado por momentos a El retrato de casada o a La casa de las miniaturas, por esa secreta intimidad de la vida doméstica y por el papel vital de las mujeres en las vidas de los hombres famosos de la historia. También por la intimidad dolorosa con la que están descritas. Una intimidad que nos habla un lenguaje universal a través de los siglos, que nos dice que los temores y los apegos no han cambiado tanto como los cortes de pelo y que aunque por suerte ya no nos empolvemos de talco para posar en las fotos, seguimos sufriendo íntimamente por las mismas razones.  

Emily Howes escribe sobre la irresistible tentación de solucionar los problemas de los demás. Por devoción, por generosidad, por pura costumbre de dar soluciones. Si mi hermana sufre, cómo no voy a ayudarla. A aconsejarla. A decirle lo que tiene que hacer. Cómo no voy a dedicar mi vida a que esté mejor. A salvarla de su sufrimiento. Quiera o no quiera ella ser salvada. También escribe sobre la intensidad de las emociones no expresadas. Sobre cómo se expanden y ramifican por nuestro interior formando lógicas que no se ajustan siempre a la realidad de los demás ni a sus necesidades. 

El mundo de la pintura en Inglaterra a mediados del siglo XVIII sobrevuela toda la historia. Thomas Gainsborough está dibujado con sus sombras, pero también con muchas de sus luces, y el afecto que debió de sentir por su familia hace que los numerosos cuadros que dedicó a sus hijas y su mujer vibren de vida y de sentimiento. Pero el foco está en ellas. En las mujeres a la sombra de sus maridos y padres, esas vigilantes silenciosas que lo hacen todo posible y que las canciones nunca mencionan. Las heroínas borradas de la gloria de la historia. Aquellas que caminaron codo con codo con los hombres famosos y para las que la memoria histórica no conservó ninguna palabra. 





lunes, 9 de septiembre de 2024

PARA APRENDER, SI LA SUERTE NOS SONRÍE

«Lo que queremos preguntaros es esto: ¿qué es para vosotros el espacio? ¿Es un patio de juego? ¿Una meta? ¿Una bandera? ¿Un aula? ¿Un templo? ¿Quién creéis que debería ir y para qué? O ¿creéis que no debería ir nadie? ¿Es el universo más allá de las nubes algo irrelevante para vosotros, siempre que los satélites envíen mensajes y no os caigan rocas encima? ¿Es el vuelo espacial humano un ejercicio inútil, una fantasía para ricos, una pérdida inaceptable de vida y metal? ¿Os resultan grotescos nuestros métodos e indefendible nuestra ética? ¿Están pasadas de moda nuestras esperanzas? Cuando os hablo de nuestra vida aquí fuera, ¿nos animáis a seguir u os mofáis de nosotros?»

De niño me entusiasmaban las aventuras espaciales. El primer paso sobre la luna. La posibilidad de viajes a otros planetas. Descubrir lo desconocido era el objetivo más emocionante que uno podía tener en la vida. Luego pensé que para qué. Con la cantidad de problemas que teníamos en nuestro planeta, ponernos a buscar otros fuera de él me parecía una frivolidad. Y más tarde, afortunadamente, volví a la senda de la cordura, es decir, de la curiosidad, y me convencí ya para siempre de que fuera de nuestra atmósfera nos espera algo. Algo que quizá solo exista en nuestra imaginación. En nuestra capacidad de asombro. O en las páginas de una novela como esta. 

Llegué a ella porque su traductora, Pilar Ramírez Tello, la elogió en redes sociales. Cuando una traductora se entusiasma con un libro que ha traducido, siempre procuro prestar atención. No es algo habitual. Y cuando lo hace alguien como Pilar, siempre vitalista y generosa, y responsable de que los lectores de fantasía y ciencia ficción sepamos lo que puede llegar a ser un sinsajo o un segador, hay que ir a por la novela sin dudar. Dijo: «de todas y cada una de las páginas de Para aprender, si la suerte nos sonríe se pueden sacar citas maravillosas. Becky Chambers ha escrito un libro que te llega al corazón casi sin que te des cuenta». Y es verdad. 

¿Y de qué va esta novela?
Pues de viajes a otros planetas, claro. De la importancia del conocimiento, de satisfacer la curiosidad. De la adrenalina de descubrir la posibilidad de otras formas de vida fuera de nuestro planeta. Otras formas de vida que amplíen nuestra percepción de quiénes somos y nos muestren lo aleatoria que es nuestra existencia. Que amplíen nuestra capacidad de imaginar. 







jueves, 5 de septiembre de 2024

LOS SILENCIOS DE LA LIBERTAD

La tiranía es una forma de vida muy extendida. O, mejor dicho, la falta de democracia. En España y en todo el mundo. Y empieza, como empiezan casi todas las cosas, en la intimidad de cada casa. No conozco ninguna familia que aplique una democracia real en sus relaciones personales. Todas se basan, o bien en una lucha amarga y constante entre quienes desean tener influencia y ostentar el poder, o en una desigualdad normalizada, una dominación implícita y aceptada de una persona sobre el resto. Tan implícita y aceptada que ni siquiera la perciben. Estamos tan acostumbrados a vivir de esa forma, tan acostumbrados a aceptar que una persona ejerza más poder que otras, que la falta de democracia solo nos llama la atención cuando se nos impide votar cada cuatro años. Como si votar cada cuatro años fuera algo más que elegir ensalada o pasta de primero. Mientras votemos, mientras sigamos creyendo que tenemos opciones y voz, en realidad los que tienen poder pueden seguir ejerciéndolo sin que reaccionemos. En las familias y en la política. 

La cultura democrática debería empezar siempre en casa, y exige un trabajo constante y para siempre. Lo fácil es gobernar a los demás o dejarse gobernar. Lo difícil: buscar consenso, negociar y actuar siempre desde una responsabilidad compartida. 

Este ensayo de Guillermo Altares hace un recorrido por algunos momentos clave de la historia europea en los que distintos pueblos tuvieron libertades y las perdieron. Desde la Atenas de Pericles hasta el República de Weimar, pasando por la Revolución Francesa o el Trieno Liberal, la búsqueda de libertad ha sido un motor constante en Europa, siempre saboteado por una represión despiadada. Y el hecho de que en España hayamos vivido en relativa paz durante los últimos cincuenta años no debería hacernos perder de vista que las libertades democráticas que nos hemos dado no tienen por qué ser para siempre. Nunca debemos darlas por hecho. Defenderlas es un deber constante. Y mirar al pasado nos ayuda a entender lo frágiles que son. 

En 1914 nadie concebía que Europa pudiera entrar en una guerra de grandes dimensiones. Los desfiles entusiastas proyectaban una campaña corta, de dos o tres meses, y una paz definitiva para el invierno. Así había sido la anterior guerra, en 1870, entre Francia y Prusia, y no quedaba nadie vivo para recordar los horrores de las campañas napoleónicas, un siglo antes. La gente estaba acostumbrada a la paz. A la prosperidad. A una dulce decadencia cultural sin sobresaltos. Igual que nadie se esperaba una guerra en el corazón de Europa en los años noventa, ni un genocidio a menos de cuatrocientos kilómetros de Italia. O una guerra de desgaste en Ucrania a la vez que otro genocidio en Gaza en 2024. 

Es muy fácil acostumbrarse a la paz y a la libertad y pensar en las guerras y en las dictaduras como transitorios episodios de locura colectiva que, afortunadamente, duran poco. Así nos hemos educado la mayoría de mi generación. Pero, por mucho consuelo y serenidad que esta idea nos proporcione, no se ajusta realmente a la historia de nuestro país ni a la situación actual de muchos países. Y puede volvernos más vulnerables a los intentos de grupos de extrema derecha de socavar nuestras libertades desde dentro, como de hecho ya ha sucedido en Polonia o Hungría, y puede suceder en cualquier lugar donde triunfe el modelo de democracia iliberal. Un modelo en el que la gente vota como siempre, pero en el que los que ostentan el poder se encargan de mantenerse en él a toda costa, respaldados por ideologías reaccionarias, por el bien de su pueblo. Como sucede en tantas y tantas familias en todo el mundo, donde todos hablan pero en realidad quien elige e influye es siempre la misma persona. 

Guillermo Altares describe «cómo las dictaduras afectan a personas concretas —a cada uno de nosotros, en cierta medida—, cómo se convierten en telas de araña en las que millones de seres humanos quedan atrapados, y cómo empiezan y qué ocurre cuando se terminan. Es importante recordar que representan un sistema de poder que nunca nos resultará ajeno, del que jamás podremos permanecer al margen, aunque pensemos que sí, pero también que, por muy eficaces y salvajes que sean, se puede acabar con ellas. O no. O pueden volver a empezar cuando menos podamos imaginarlo». 

Las dictaduras (políticas y familiares) aspiran a modificar el pensamiento. Se inmiscuyen en las conciencias. Al pretender imponer su ideología en todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana, no solo desean una población sumisa, sino que aspiran a una población fiel y colaboradora, una población adherida a su ideología y convencida de sus bondades. Una población incapaz de rebelarse porque ha interiorizado que ya forma parte de la comunidad creada, ya tiene arraigado el sentido de pertenencia fuera del cual solo hay un exilio de parias y vergüenza en el que no se puede vivir. Una población desposeída de sus secretos, de su vida privada, de sus discrepancias, de su libertad para disentir o tener una opinión propia. Desposeída de su derecho a decir no y reivindicar otras opciones de vida. 

Este es un ensayo de historia política que mira al pasado para señalar el futuro. La democracia, como cualquier práctica de buen trato, requiere de un ejercicio y de una voluntad que hay que cultivar cada día. 




lunes, 2 de septiembre de 2024

HIJAS DE LA NAKBA. VOCES DE MUJERES PALESTINAS

En toda indignación por algo ajeno hay un momento en que la emoción colapsa. Leo a menudo en redes sociales sobre la importancia de seguir hablando de Gaza, keep talking about Gaza!, dicen o exclaman o gritan los palestinos cada día, y noto cómo desde el 7 de octubre de 2023 hay un espacio reservado en mi cabeza para esta atrocidad en el que no entra nada más. Y leo libros sobre Palestina, uno al mes, y escribo reseñas, y apoyo las cuentas de periodistas y de la UNRWA que informan y denuncian desde el terreno, y dono dinero mensualmente y colaboro con Blackie Books en la edición benéfica de Quiero estar despierto cuando muera, de Atef Abu Saif, y doy la turra en redes sociales, y monto un pequeño rincón en la librería con libros variados sobre el tema, y los recomiendo, y veo series con P. sobre Palestina, y sigo pensando, diez meses después del inicio de esta represalia que rápidamente se convirtió en otra Nakba que inmediatamente se volvió un genocidio, que hay algo que se me escapa, que hay más cosas que se pueden hacer además de ir a poner el cuerpo, que hay más, mucho más que no estoy haciendo. 

Es un poco como ver a una persona que necesita ayuda, darle agua, llamar a una ambulancia, ayudarla en lo poco que puedes o sabes o imaginas, ver cómo se la llevan para cuidarla en condiciones, y quedarte desconcertado por un cruce de emociones, a años luz de la satisfacción de quienes dan para calmar su conciencia y muy cerquita de quienes sienten que cada vez que entran en contacto con quien sufre un pedacito de ese sufrimiento se queda con ellos. No hay nada que hacer con esa emoción. No es reciclable ni apenas compartible. Solo se apacigua con el movimiento, con volver a poner lo que uno pueda, el tiempo, el dinero, el cuerpo, con la utópica idea de contribuir a humanizar un poquito este mundo tan inhumano, o, al menos, ser un poquito más humanos nosotros y poder mirarnos en paz cada mañana en el espejo. 

Este libro de Ediciones El Salmón aporta una mirada diferente, más íntima, femenina, poliédrica, a la catástrofe que vive el pueblo palestino desde 1948. A través de las voces de diez mujeres palestinas, nos descubre la triple opresión a la que se enfrentan: la colonización israelí con sus mecanismos de apartheid y violencia constantes; la sociedad patriarcal palestina cuyo conservadurismo se endurece y radicaliza a causa de la ocupación; y la mirada occidental, racista, islamófoba y cómplice con sus opresores sionistas. 

Las mujeres son las guardianas de la memoria del pueblo palestino. En un momento en el que su supervivencia vital y cultural está más en peligro que nunca, sus voces son los pilares que apuntalan su legado. Para que no se pierda nunca entre los escombros de los bombardeos. Para que el dolor del genocidio no apague nunca su voluntad de resistencia. 

«La Nakba es un presente eterno», decía el poeta palestino Mahmoud Darwish. Y estas hijas de la Nakba buscan un futuro que pueda romper esta maldición. Un futuro que pueda cerrar esta herida cada vez más grande. Una herida por la que sangramos todos. 





jueves, 29 de agosto de 2024

LAS HIJAS HORRIBLES

«No podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres, hay derechos fundamentales del menor». Recuerdo la que se montó hace unos años con este comentario de la entonces ministra de educación, Isabel Celáa. El comentario iba al hilo del pin parental, pero alude a un tipo de relación paternofilial muy común que consiste en considerar a los hijos extensiones de los padres y que es extrapolable a cualquier situación, e incluso a cualquier edad. Cuántas madres y padres consideran que sus hijos, aunque ya sean adultos, les siguen perteneciendo, y se sienten en el deber de dirigir sus conductas, elecciones de vida y aspiraciones como si necesitaran tutela de por vida. Como si lo que estos hicieran fuera a repercutir siempre y para siempre en ellos, últimos responsables de sus vidas. 

De esto va este magnífico ensayo de Blanca Lacasa. De las relaciones entre padres e hijos, y más concretamente entre madres e hijas, que siempre están atravesadas de más dificultad, desigualdad y presión por el caldo de cultivo patriarcal que nos sustenta. 

Nos pasamos la vida ensalzando a las madres. Es verdad. Nos educamos con eslóganes del tipo mi madre es mi orgullo, mi madre es la mujer de mi vida, mi madre es mi referente. El día de la madre es un acontecimiento en cualquier escuela primaria, también para los niños y niñas que no tienen madre a quien felicitar. Y bajo toda esa parafernalia festiva se esconde, como dice Blanca Lacasa, «todo un sistema extremadamente conservador: ese que dictamina que una madre siempre lo hará bien, siempre sabrá y siempre constituirá un modelo a futuro». Lo cierto es que elevar a las madres al altar de la perfección no le hace bien a nadie. A ellas, porque les obliga a una autoexigencia imposible de cumplir, y a sus hijos, porque les genera unas expectativas que están fuera de la realidad, y a la vez una deuda imposible de saldar. Bajar a las madres de ese altar celebratorio debería ser, pues, un deber imprescindible de cualquiera que aspira a una relación con su familia, pues sería «liberarlas de una mirada inhumana y bien poco feminista: aquella que las despoja de su humana imperfección para convertirlas en un impecable imposible». 

El amor maternal es, en la mayoría de los casos, el primer amor que recibimos. Y, a menudo, tiene muchos de los mecanismos del amor romántico. Reconozco que no había pensado nunca en esta comparación y, directamente, me ha abierto un montón de ventanas mentales que ni sabía que estaban cerradas. «En ambos casos, las dosis de expectativas son altísimas; el nivel de frustración, elevadísimo, y la obligatoriedad de desempeñarse y desarrollarse en ese papel, total. Para ellas y para nosotras. No deja de resultar curioso que las dos relaciones que probablemente más dolores y traumas provoquen sean las dos más regladas, estandarizadas, pensadas, manoseadas, estipuladas y sobre las que más se ha escrito. Unos vínculos que se abordan con un batallón de prejuicios, quimeras, obligatoriedades y exigencias que dificultan ya de partida cualquier mínima posibilidad de éxito». 

El amor maternal y el amor romántico son los dos pilares en los que se sustenta la institución más importante en la vida de la mayoría de las personas: la familia. Una institución que se basa en el tejido de unos vínculos que nos sostienen, creados casi siempre con patrones rígidos y obligatorios que es tabú no ya romper, sino simplemente pretender flexibilizar. Una institución jerárquica y vertical basada en la dependencia (otra similitud con el amor romántico). ¿Cuántas madres e hijas adultas se relacionan en un plano de igualdad? ¿Cuántas madres consiguen tratar a sus hijas e hijos como personas adultas en lugar de como vástagos inexpertos necesitados de guía, consejo y protección? Esa subordinación emocional, casi siempre velada e implícita, es una fuente inagotable de fricciones y violencia de la que es muy difícil desprenderse sin romper vínculos valiosos. Porque uno de los anhelos más profundos al entrar en la vida adulta consiste precisamente en la libertad que dan la autonomía y la independencia, en elegir un camino propio fuera de la sombra de la madre. Y, a menudo, la única forma de emprender ese camino es romper la necesidad constante de reafirmación y aprobación, dejar de asumir la responsabilidad por la preocupación constante que muchas madres proyectan en sus hijas, y que las infantilizan y les impiden ser mujeres libres y dueñas de su propia adultez.

Sobre la tensión entre la aspiración a una relación igualitaria y la sensación de posesión y pertenencia, recuerdo haber leído varios libros. Y me ha encantado que muchos de ellos aparezcan en forma de citas por las páginas de este ensayo, cuyo tema conecta directamente con El acoso moral, de Marie-France Hirigoyen, por el maltrato psicológico en la familia; con Toda la rabia, de Darcy Lockman, por los roles de género y el patriarcado como veneno que mamamos desde la cuna; con Matar al ángel del hogar, de Virginia Woolf, por el rol asignado a las mujeres que las convierte en arquetipos imposibles de emular; con Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, de Jeanette Winterson, maravillosa novela espejo de tantas infancias tiranizadas por madres-jaula; o con La doble jornada, de Arlie R. Hochschild, por esa "revolución estancada" en la que las mujeres entraron por fin en el mercado laboral pero los hombres no acompañaron en un reparto igualitario de las tareas domésticas y de cuidados, por poner algunos ejemplos de libros que he leído recientemente. Pero forma parte, en realidad, y esto es lo bonito y lo triste al mismo tiempo, de toda una genealogía literaria de libros que iluminan desde muchos puntos de vista la influencia del contexto socio-cultural en los patrones tóxicos que conforman las relaciones humanas. 

Cuando las madres asumen las angustias de sus hijas adultas como propias, cuando les duelen en la carne como si fueran suyas, proyectan en sus hijas una responsabilidad que no les corresponde. A su propia angustia, ahora tienen que añadir la culpa por angustiar del mismo modo a sus madres. Como si todo lo malo que a una le pasara, le tuviera que pasar a la otra también. De ahí que cuando una hija le confiesa un dolor a su madre, a menudo esta última reaccione de forma negativa, porque siente que ese dolor se lo están infligiendo a ella también y no ha tenido oportunidad de evitarlo. La salida a este laberinto emocional no es, desde luego, el desapego y la falta de empatía. Al contrario, es conseguir que las madres vean a sus hijas como personas independientes, libres de equivocarse y de sufrir sus propias angustias, personas iguales a ellas en la capacidad para sobreponerse a su dolor que cuando buscan comprensión tras un tropiezo lo que necesitan es ante todo consuelo y no una bronca.  

Este ensayo trata sobre cómo el rol de madre abnegada se convierte en esclavitud y destruye la identidad de la mujer que lo soporta. Y cómo esas madres alienadas por el imperativo de un tipo concreto de maternidad educan a sus hijas en los mismos moldes rígidos y alienados en los que tienen que caber sus aspiraciones y su identidad. Sobre cómo evitar a toda costa juzgar desde nuestro presente las conductas de las generaciones pasadas sin tener en cuenta sus condicionantes sociales. Y sobre la importancia de adoptar relaciones de igualdad entre madres e hijas adultas que no pasen por la culpa, la deuda y la decepción constantes. 

Es impresionante la cantidad de literatura que hay sobre cómo cuidar y educar a los hijos pequeños, y la poquísima sobre la etapa adulta de las relaciones maternofiliales, que suele ser la más larga y la más complicada. Para empezar a llenar ese silencio, este libro es la mejor elección que conozco.