Las novelas de Kent Haruf me las recomendó Rosa Linares, una profesora de Lengua y Literatura con la que coincidí en redes gracias a las inigualables artes celestinescas de P., y que luego tuve el placer de desvirtualizar para hablar de Haruf y de lo divino y de lo humano. Y sobre lo divino y lo humano pienso a menudo cuando recuerdo la Trilogía de la llanura o cuando leo una nueva novela suya, como esta que acaba de publicar en español Random House en marzo de este año (originalmente escrita en 1990). Nada más humano, más cerca de la tierra y de la vida cotidiana y prosaica que las historias de Haruf.
Holt, en Colorado, es el pueblo ficticio donde transcurren sus novelas. El pueblo siempre es un personaje más, a veces uno de los más importantes. Es un pueblo en el que parece que nada sucede, pero la mirada de Haruf nos abre las ventanas y las puertas de las casas de sus personajes para enseñarnos que de cada vida, de cada emoción y expectativa y traición se puede sacar una novela emocionante.
La balada de Holt cuenta la historia de Jack Burdette, un hombre con una personalidad y un físico demasiado grandes para una comunidad tan pequeña. Un hombre con una necesidad de libertad mucho mayor que su capacidad para hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. Un hombre cuyos actos son piedras que impactan, una y otra vez, contra las tranquilas aguas de la comunidad, creando círculos concéntricos y profundas alteraciones bajo la tersa superficie de las costumbres y la buena convivencia de Holt.
He leído cuatro novelas de Kent Haruf. Y sé que voy a volver a este escritor cada cierto tiempo. Tiene algo que me magnetiza. No sé exactamente lo que es, pueden ser tantas cosas. Me gusta, también, no saber explicármelo. Quizá sea la afinidad con esas pequeñas burbujas de intimidad perfecta. Su capacidad de pintarte un cuadro de Hopper y meterte en la escena y levantar a esas mujeres solitarias para que te lean su carta en voz baja. Con el tono exacto con el que se cuentas las mejores historias.
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