El genocidio palestino es la debacle moral de nuestro tiempo. Creo que no hay nada, verdaderamente nada, que me genere más indignación, rabia y desolación que las catastróficas consecuencias de la política israelí de apartheid y limpieza étnica. Una de las preguntas más habituales que hacen los adolescentes cuando les enseñan la historia del holocausto es: ¿cómo pudo la gente normal seguir con su vida como si nada? ¿Cómo pudieron permitirlo? Es terrible lo fácil que es la respuesta hoy en día: de la misma forma que todos los que no son palestinos permiten (y a menudo alientan y apoyan) el genocidio de Gaza. Nadie podrá decir que no lo sabía.
Independientemente de la voluntad de los sionistas, Palestina seguirá existiendo. Palestina no es solo un pedazo de tierra, unos olivos, unas playas. Palestina es un origen, es una raíz que da sentido a la vida de millones de personas, vivan o no en los territorios palestinos. Con cada agresión crece la desesperación y la muerte del pueblo palestino, pero también se fortalece la resistencia que construye una política de la esperanza. Este ensayo de Luz Gómez, catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, describe el proceso de limpieza étnica, memoricidio y politicidio que el pueblo palestino lleva sufriendo desde hace ochenta años, y explica, a través de las propias voces judías y árabes, no solo la ocupación y el apartheid, sino las condiciones materiales e inmateriales que garantizan que Palestina siga existiendo, a pesar de todo.
Y es que ese todo es una violencia que creo que a la inmensa mayoría nos resulta inimaginable. Quizá una de las claves de esa violencia, y que es una forma de maltrato antigua como el mundo y presente en todas partes, es la negación de la identidad. Los israelíes no aceptan que los palestinos existan y, por lo tanto, tengan derechos. De hecho, ni siquiera los llaman palestinos, el discurso oficial los nombra como los árabes, un colectivo difuso que proyecta en la sociedad israelí la imagen del otro, del extranjero, del enemigo. Otra forma de negarles sus derechos es tratarlos como números, por ejemplo segregándolos por colores, como con las matrículas verdes o blancas que les impiden circular por un sinfín de carreteras reservadas para los coches con matrículas amarillas israelíes.
«"No somos números" es una reivindicación integral de la vida contra la cosificación del palestino, que le persigue después de muerto. Contra los colores por categorías de las tarjetas de identidad y los permisos de viaje. Contra los cementerios y las neveras de números que retienen los cadáveres de los presos. Contra las cifras a bulto de los asesinados, desaparecidos y heridos de Gaza. Los jóvenes palestinos dicen no a los números colectivamente, no de manera individual; reivindican sus cuerpos diversos y su inteligencia compartida como fuerza motriz con la que decir basta, con la que levantarse y hacer política, que diría Angela Davis, o con la que participar de la humanidad, que diría Averroes».
Solamente si dejan de ser números para la población que los maltrata y con la que aspiran a convivir, podrá el pueblo palestino heredar un futuro en paz y libre de violencia, el futuro que cualquier pueblo merece.
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