lunes, 23 de junio de 2025

UN MILLÓN DE CUARTOS PROPIOS

Mi amigo J. es excepcional. Diría que es una suerte y un privilegio el afecto que nos tenemos, pero eso mismo siento en relación a otras personas y no define ni por asomo lo que hace único a J. El día que lo conocí, pasamos juntos con P. un par de horas frente al puente romano de Córdoba y recuerdo salir de aquella conversación asombrado, feliz y un poquito exhausto. No sé si porque la velocidad con la que enlazaba ideas era muy superior a la que estaba acostumbrado, o porque su actitud ante la vida aportaba un color y una luz que me atraían, pero lo cierto es que cada vez que lo veo su conversación me hace pensar más rápido y afilar mis ideas y es una sensación que imanta y engrandece. Algo parecido me ha pasado con este ensayo. Tamara Tenenbaum escribe con «la aspiración de hacer aparecer un color que sirva para mirar el presente en alguna luz nueva». Mi presente, durante la lectura de este libro, ha estado lleno de colores y de luces nuevas e insospechadas. 

Creo que una de las claves de la atracción que he sentido por este libro desde la primera página es algo intangible que no tiene mucho que ver con su contenido, sino con lo que se esconde entre las palabras, y que es más habitual encontrar en la ficción (cuando uno tiene la inmensa suerte de encontrarlo) que en el ensayo. Es la gracia, el entusiasmo, la elegancia y esa cosa indefinible que conforma el tono, un tono que me ha atrapado y atraído de la misma forma que me atrapan y atraen las conversaciones, traten sobre lo que traten, con mis mejores amigos. Esas burbujas de bienestar en las que el tiempo se detiene y la vida se relaja y se convierte en un espacio seguro y fértil que habitar. 

Tamara Tenenbaum, filósofa y profesora de escritura y filosofía en la Universidad de Buenos Aires, recibió en 2022 el encargo de traducir Un cuarto propio, de Virginia Woolf. A raíz del contacto con ese texto clásico del feminismo, ha escrito este ensayo no solo para poner de relieve la vigencia de las ideas de Woolf en nuestro presente, sino para usarlas como trampolín para pensar en temas que a todos nos atraviesan, como nuestra relación con el trabajo, con la comida, con el dinero, con el resentimiento como respuesta política o el poder castrador y a la vez transformador de la tradición. 

Todos los capítulos son fascinantes y estimulantes, no sé qué capítulo me gusta más, porque de todos he sacado un disfrute enorme. Pero si tuviera que quedarme con uno, creo que elegiría el que trata sobre el resentimiento (quizá porque es un tema en el que no he pensado tanto como en otros). El resentimiento es una emoción en auge que pone y quita gobiernos en todo el mundo y que define algunos de los grandes conflictos de nuestra época. No solo conflictos globales, sino también puramente íntimos y familiares: buena parte de la violencia cotidiana en el trato familiar y laboral se alimenta de un resentimiento difuso y constante que no deja de ampliar su relato. Porque, como dice la autora, el resentimiento es «la más literaria de las emociones», en el sentido de que pocas cosas dan más ganas de escribir que ajustar cuentas, y de que el resentimiento precisa de un relato para funcionar: un relato «que conecte causalmente un sufrimiento o desventaja que experimentamos con otra persona que tiene la culpa de dicha desventaja (y no la sufre)». 

Podríamos pensar que es muy difícil poder explicar nuestro presente con un texto de 1929. Pero la verdad es que ya en 1929 había una «nostalgia por una época en la que todo era más denso (el amor, la verdad, la familia, la comunidad)». Ya en 1929 ejercían un enorme poder la nostalgia y el resentimiento como fuerzas reaccionarias que querían destruir los nuevos derechos y libertades para «volver» a una arcadia imposible que en realidad nunca había existido, y que estaba construida en el imaginario de la gente con el miedo a los cambios culturales y a la transformación de los valores. Han pasado casi cien años y los paralelismos con nuestra época son asombrosos. 

Tamara Tenenbaum concibe el «ensayo como un espacio al que una no viene a defender una idea que ya tiene, sino a probarla como se prueba un par de zapatos o una receta de cocina de internet, sabiendo que puede no funcionar». Y esto, que me parece aún más maravilloso: «Pienso que lo único que importa es el tono, que lo único que me hace sentir expulsada de un texto es la sensación de que, o bien me están dando clase, o bien me están psicopateando, manipulándome emocionalmente para que me sienta culpable por querer discutir con un texto que se victimiza». 

El texto de Virginia no hace ninguna de esas dos cosas. Ni da lecciones ni manipula. Combina profundidad de contenido con ligereza de tono, es político y ambicioso sin caer en la superioridad moral. Mira «la experiencia ajena con respeto y curiosidad, sin intentar hacerla propia o entenderla solo por analogía con los sentimientos de una misma». Algo así es lo que hace Tenenbaum en este ensayo. Algo así es lo que hace mi amigo J. cada vez que lo veo. Los tres usan las palabras para probarse zapatos y ensayar recetas, y me contagian la urgencia de vivir mi vida y mi presente con esa audacia y ese entusiasmo.  



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