jueves, 24 de abril de 2025

LAS BONDADES DE LA NATURALEZA

Hace unos años, en un viaje a París con mi madre y P., tuvimos la suerte de poder hacer una excursión a los jardines de Monet en Giverny. Giverny es un pueblecito sobre el Sena, a una hora en coche de París en dirección a Normandía, que debe su fama a la casa museo de Claude Monet. La casa es muy bonita y está cuidada con el mimo y la exquisitez con que los franceses suelen cuidar su patrimonio. Pero los jardines son otra cosa. Son un ensueño. Atravesar el túnel que pasa bajo la carretera y acceder a la zona acuática es como traspasar un umbral de belleza que uno raras veces tiene la ocasión de ver. Pero no solo se ve: se huele, se escucha, se toca y se siente. Allí están los famosos nenúfares y el famoso puente japonés, que proyectan recuerdos de belleza en cualquier persona familiarizada con el impresionismo. Pero lo principal es la experiencia silenciosa del paseo sinuoso por ese jardín de agua que te transporta fuera de la realidad y detiene el tiempo. El viaje a París fue maravilloso, disfruté como siempre de mi ciudad favorita del mundo, pero en esta ocasión, creo que solo esa excursión a los jardines de Monet ya hizo que mereciera la pena todo el viaje. 

Y de esto va el ensayo que acabo de leer (gracias a P., que me lo regaló porque me conoce bien y aguanta con cariño estoico mis bombardeos de fotos de las plantas y flores que me encuentro en mis paseos). Del poder de la naturaleza para colmar todos tus sentidos, para transportarte a otro lugar y detener el tiempo, para darte fuerzas, serenidad, alegría, para sanarte, para potenciar tus capacidades y hacerte vivir más plenamente. La autora, Kathy Willis, fue directora científica del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres (en su pausa para comer podía recorrer el mundo entero en versión vegetal) y ha escrito este ensayo para enseñarnos hasta qué punto, desde un punto de vista científico, la interacción diaria con las plantas nos cambia la vida. 

Casi todo el mundo aprecia la naturaleza. (Digo casi porque aunque cueste creerlo, hay personas que nunca visitarían un parque por propia voluntad y no encuentran en los árboles y en las flores absolutamente nada que merezca una mirada). Casi todo el mundo está de acuerdo en que, aunque sea teóricamente, tener naturaleza cerca es preferible a no tenerla. Y Kathy Willis nos enseña que esta creencia popular tiene estudios que la respaldan y que la llevan mucho más allá de lo que solemos imaginar. Nos muestra, por ejemplo, que los pacientes que ven árboles desde las ventanas de su habitación se recuperan antes que los que solo ven asfalto o paredes de ladrillo. También disfrutan de mayor bienestar emocional y necesitan menos analgésicos. 

Pero, aparte de nuestro contacto visual con la naturaleza, el efecto de oler, oír o tocar ciertas plantas (incluso hablarles como les hablamos a nuestros animales domésticos) puede provocar cambios positivos medibles en nuestra salud física y mental. Si un estudio tras otro demuestra que tener espacios verdes a nuestro alrededor es tan beneficioso para nosotros, facilitar nuestro acceso a la naturaleza es en realidad una cuestión de salud pública. Y este libro es una llamada a los políticos para que se tomen en serio de verdad la salud de la gente e inviertan en naturaleza. No solo ganaremos en salud. También nos ahorraremos miles de millones de euros. 

Interactuar con la naturaleza de determinadas formas beneficia directamente nuestra salud. Ojalá en los próximos años se convierta en algo habitual y las políticas públicas nos permitan tener más contacto con la naturaleza para paliar dolencias físicas, mentales y sociales. No solo está en juego la salud de la población, también nuestra economía, porque seguir negando los beneficios de la naturaleza y expulsándola de los planes urbanísticos, sociales y sanitarios no solo perpetúa nuestra mala salud sino que nos arruina. 

Ojalá pueda volver a los jardines de Monet un día. Mientras tanto, leer este libro ha sido un perfecto recordatorio, riguroso, bien escrito y persuasivo, de que la naturaleza que nos rodea no solo es un bonito decorado para nuestras vidas, sino un elemento indispensable del que formamos parte y con una capacidad insospechada para procurarnos bienestar, salud, felicidad y todo aquello por lo que merece la pena vivir. 



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