jueves, 28 de noviembre de 2024

FORTUNATA Y JACINTA

Partiendo de la idea de que Galdós es el más divertido y genial creador de personajes de la literatura española, poco más se puede decir de su novela más ambiciosa. O mucho más, ya que nos ponemos. He procurado leer Fortunata y Jacinta con un ojo puesto en la época en que fue escrita y con el otro en la nuestra, y de este ejercicio de bizquería (si Galdós se puede inventar cinco palabras por capítulo, yo también), salen estas reflexiones. 

Esta es una novela sobre cómo el matrimonio es lo que define el honor y el deshonor de las mujeres. El matrimonio como único destino aceptable. Como obligación. Y la facilidad con la que una mujer pierde la honra por culpa de aquellos que nunca la pierden, hagan lo que hagan con ellas. Era uno de los temas favoritos de la época, tanto en literatura como en música. Anna Karenina, Emma Bovary, la regenta Ana Ozores, Floria Tosca, Madama Butterfly, Mimi de La Bohème, las protagonistas más célebres de las novelas y óperas de la segunda mitad del siglo XIX son todas mujeres condenadas por el sentido del honor de los hombres. Mujeres acusadas de la perversidad de no doblegarse, de no someterse a las indignidades y a la infamia, de no ser meros juguetes en las manos de los hombres. Un germen de rebeldía se gestaba ya hace ciento cincuenta años. 
 
Es imposible quedarse con un personaje de los más de cien que pueblan estas páginas, pero el parlanchín Estupiñá estaría sin duda entre los mejores. Siempre tan sociable como mal vendedor, con un semblante y dignidad parecidos a los de Sócrates, "admitiendo que Sócrates fuera hombre dispuesto a estarse siete horas seguidas con la palabra en la boca". "No poseía ningún libro, pues no necesitaba de ellos para instruirse. Su biblioteca era la sociedad, y los textos, las palabras calentitas de los vivos". 

Una de las cosas que más me gustan de Galdós es que desprende verdadero amor por sus personajes. Una generosidad humana que ya quisieran para sí los trascendentes literatos del 98 que tanto le criticaron por popular y ordinario. Y, eso sí, una ira implacable con aquellos personajes que quebrantan a los inocentes y traicionan para su propio beneficio la justicia social. Y sobre esto va también esta novela, entre muchas otras cosas, sobre justicia social y lucha de clases. O contraste de clases. Sobre unas "señoriticas tan requetefinas" que visitan los barrios populares y se asombran de vivir tan cerca del horror. Sobre la terrible desigualdad que fractura una sociedad y daña la dignidad de sus gentes. Qué poco ha cambiado la desconfianza (y el rencor, y el odio) de la gente humilde hacia aquellos que los gobiernan creyendo que todos sus privilegios provienen del mérito. 

Pero no todo es modernidad avanzadísima en Galdós. Hay ciertos conceptos que a mí me hielan el alma y que él describe sin que se le mueva una ceja. Por ejemplo, la naturalidad con la que familias pudientes compran niños pobres para adoptarlos cuando no pueden tener hijos propios. O esos «conventos destinados a la corrección de mujeres», verdaderas cárceles de la moral. O la idea de que la infidelidad de un hombre es una «jugarreta», pero la de una mujer es un crimen. Por otra parte, tampoco es de extrañar. Ciento cincuenta años no pasan en balde. 

"¡Pobres mujeres! Siempre la peor parte para ellas". Dice Jacinta pensando en la deshonra de Fortunata provocada por su marido Juanito. Un hombre "vicioso y discreto, sibarita y hombre de talento, aspirando a la erudición de todos los goces y con bastante buen gusto para espiritualizar las cosas materiales, no podía contentarse con gustar la belleza conquistada o comprada, quería gustar también la virtud, no precisamente la vencida, que deja de serlo, sino la pura, que en su pureza misma tenía para él su picante". Vamos, un pillo promiscuo y picaflor de mucho cuidado. Tremendamente satisfecho de sí mismo. Y Galdós consigue que, sin justificar ninguno de sus actos, sea casi imposible cogerle ojeriza. 

Por último, me han encantado los paseos por las calles vibrantes de un Madrid abigarrado y tumultuoso, que aún no se ha quitado el polvo y el olor a pueblo grande, y ya empieza a despuntar tímidamente algunas maneras cosmopolitas de capital europea. "Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir". Un homenaje a una ciudad, a un pueblo, a unos personajes tan vivos que por mucho que uno los lea desde el siglo XXI, siguen saltando desde sus páginas para pintar tu mundo con sus pasiones universales.







lunes, 25 de noviembre de 2024

LA NIÑA DE NIEVE

Tengo la suerte de vivir muy cerca de un parque por el que paso todos los días andando al ir y venir de la librería. A menudo me paro a mirarlo. A mirarlo y remirarlo. Porque nunca es el mismo parque. Especialmente en estas fechas, cuando los árboles cambian de color y forma todos los días y la luz del sol se va volviendo más oblicua y dorada. Los personajes de esta novela a menudo hacen algo parecido. Miran por la ventana cuando saben que está a punto de empezar a nevar. Y esperan. Esperan con esa leve excitación de los niños cuando anticipan alguna maravilla cotidiana. Se asombran con la belleza de la naturaleza, esa que vemos todos los días y a la que ojalá nunca podamos acostumbrarnos. 

La suya es una naturaleza más salvaje y agreste que la de mi parque. Viven en el corazón de Alaska. En 1920. Son una mujer y un hombre que no han podido tener hijos y han decidido empezar una nueva vida como pioneros en los confines del mundo civilizado. Son pioneros, en el más bello sentido de la palabra que le dio Willa Cather en sus novelas. Pioneros en busca del silencio y de la belleza, en busca de una vida más auténtica, aunque incluya a veces una aspereza y un peligro constantes. «Mabel sabía que era hermoso, pero de una belleza que te abría en canal y te arrancaba las entrañas hasta tal punto que, aun sobreviviendo a ella, uno se sentía indefenso, a su merced». 

Cuando miramos y remiramos algo que nos parece bello, esa belleza se convierte en un espejo que despierta algo en nuestro interior, y nuestra imaginación echa a volar. Y no es raro que veamos cosas que los demás no ven. Pájaros que nos espían tras las ramas de un árbol y nos siguen dando saltitos en la hierba para ver adónde vamos. Ondas en el agua que se van ensanchando poco a poco hasta que aparece la cabeza perezosa de una tortuga que ha decidido echar un vistazo a ver qué se cuece en la superficie. O, quizá, como le ocurre un día a Mabel, los ojos inquisitivos de una niña que aparece y desaparece en la nieve como si fuera un hada de un cuento infantil. 

«Era fantástico e imposible, pero Mabel sabía que era verdad: ella y Jack la habían hecho de nieve, de ramas de abedul y hierba helada. La verdad la asombraba. No solo era un milagro, aquella niña era su obra. Y uno no crea una vida para luego abandonarla en el bosque». Para creer no necesitaban explicaciones, les bastaba con sostener un copo de nieve en la palma de la mano tanto tiempo como fuera posible para admirar la belleza efímera de sus sueños antes de que se derramara en forma de agua entre los dedos. 

Me ha encantado esta novela. Aporta la tranquilidad y el consuelo de una manta caliente y una luz en medio de una noche de invierno. Me ha recordado a Willa Cather por la nobleza ruda y recta que hace de la bondad su mayor virtud. Y por la descripción maravillosa y maravillada de esa niña, esa criatura «poderosa y delicada, un ser salvaje capaz de florecer en ese lugar». 




jueves, 21 de noviembre de 2024

PALESTINA/48. POEMAS DEL INTERIOR

Es terrible lo fácil que resulta normalizar una agresión cuando sucede delante de todo el mundo y quien tiene poder para ponerle fin no solo no hace nada, sino que contribuye al daño. Algo colapsa dentro de nosotros, espectadores cautivos de la violencia. Algo colapsa, y hace falta insistir en ponerle palabras al daño, aunque solo sea para que la visión continuada de ese daño no nos anestesie. Para que podamos seguir reconociéndolo. Señalándolo. Dirigiendo nuestro dedo acusador a quien lo comete. Y a quienes, pudiendo impedirlo, callan o colaboran. 

Yo no puedo dejar de leer sobre Palestina. «En 1948 a Palestina le borraron el nombre». Leo el arranque del prólogo de Luz Gómez, catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid y responsable de esta antología, y creo que ya sé lo que sigue. Se lo he leído a Rashid Khalidi, a Ilan Pappé, a Haidar Eid, a Joe Sacco, a Gasán Kanafani, a Edward Said. Pero no importa. Quiero seguir leyéndolo. Necesito seguir leyéndolo. Para que cuando abra mañana las redes sociales y me encuentre con el enésimo bombardeo, el enésimo crimen de Israel contra el pueblo palestino, pueda seguir reforzando el dique de mi conciencia contra la barbarie. 

«Si las gentes de bien no acuden al rescate de los palestinos, su suerte será similar a la de los nativos americanos. El sionismo pone en peligro la existencia de los árabes de Palestina». Esta cita es de Abdul Wahab Kayyali, la escribió en el periódico Falastin el 29 de marzo de 1914. ¡1914! El paralelismo con el colonialismo estadounidense y el exterminio de los nativos americanos pone los pelos de punta. Pero ¿quién se atrevería a decir que ha perdido actualidad?

Los tres poetas que reúne este libro contribuyeron con sus versos a despertar en los palestinos la conciencia de su identidad para reclamar libertad e igualdad. Tras la Nakba, los poetas «fueron la autoridad moral de una comunidad necesitada de compasión, y también de esperanza y liderazgo». Este libro es un homenaje a la poesía palestina de resistencia. Poesía de carácter popular, escrita con tiento para esquivar la censura israelí y, a la vez, ser claramente entendida por un público amplio. 

«Cuando hayamos muerto
y el corazón cansado cierre
por última vez los párpados
a todo lo que hemos hecho,
lo que hemos esperado,
lo que hemos soñado,
deseado
o sentido,
el odio será
lo primero que se pudra 
con nosotros». 

Para mí, Palestina es la herida de nuestro tiempo. Quizá porque nunca había sido consciente de la cantidad de gente dispuesta (gente por lo demás razonable y amable y alegre) a posicionarse a favor de un genocidio. Siento que es el síntoma de un colapso moral. Algo se ha hundido definitivamente y necesito creer que todavía somos millones los que queremos, necesitamos, que se vuelva a levantar. Libros como este me ayudan a creerlo. 





lunes, 18 de noviembre de 2024

CUANDO EL FINAL SE ACERCA

«Tras encontrarme con la muerte miles de veces, he llegado a la conclusión de que tenemos poco que temer y mucho que preparar. Desgraciadamente, por lo general me encuentro con pacientes y familias que piensan lo contrario: que la muerte es espantosa y que hablar o prepararse para ella será insoportablemente triste o aterrador». 

Vivir de espaldas a la muerte, negarse a hablar de ella, considerar que en ningún caso puede estar en nuestra mano decidir cómo morir, son formas de atrincherarse en el temor, y de condenar a nuestros seres queridos al dolor de tener que afrontar la pérdida sin ninguna guía. Negarse a hablar de la muerte es negarse a buscar un mapa para entrar en un bosque oscuro. Es negar la posibilidad del consuelo y elegir el miedo y el sufrimiento. Es optar por la ignorancia frente al conocimiento. Es condenarse a la desorientación y al trauma. 

Al igual que nadie se negaría a que le guiaran y prepararan durante el proceso de un parto, ¿por qué nos negamos a que nos guíen y nos preparan para el proceso de la muerte? Un parto normal suele ser más complicado y doloroso que una muerte normal, nos dice Kathryn Mannix. La medicina está ahí para hacer que los dos procesos sean lo menos dolorosos e invasivos para la dignidad de las personas. Para la autora de este ensayo, médica especialista en cuidados paliativos, su trabajo es un privilegio. Al igual que las matronas, su trabajo consiste en guiarnos por el camino de uno de los dos procesos más importantes de nuestra vida. Es una matrona de la buena muerte, nos enseña cómo vivir una buena vida hasta el último suspiro. 

Nuestra forma de interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor y de anticipar posibles escenarios cuando la enfermedad nos invade puede agravar el daño físico. Ayudar a los enfermos y a sus seres queridos a afrontar el dolor y la perspectiva de la muerte es el trabajo al que ha dedicado su vida Kathryn Mannix. Un trabajo que pasa por saber elegir las palabras adecuadas y saber escuchar sin juzgar. Porque lo importante es hablar. «Un debate abierto reduce la superstición y el miedo, y nos permite ser sinceros los unos con los otros en un momento en que fingir y las mentiras bienintencionadas no hacen más que separarnos, haciéndonos perder un tiempo precioso». 

La tecnología nos ha permitido alargar la esperanza de vida, a la vez que nos ha alejado del proceso de morir. «El arte de morir se ha convertido en un saber olvidado, pero todo lecho de muerte es una oportunidad de devolvernos ese saber, para que nos sirvamos de él cuando afrontemos otras muertes en el futuro, la nuestra incluida». 

La autora propone un acercamiento a los últimos momento de la vida con una actitud de curiosidad y descubrimiento, y no de certidumbre. No he conocido nunca una persona con una capacidad tan grande para empatizar con el sufrimiento de los demás y saber encontrar las palabras que apaciguan y reconfortan en los momentos más difíciles. Capaz, también, de construir un relato que transmite compasión y serenidad y nos ofrece una mano abierta, una mano sabia, para afrontar el momento más trascendental de nuestra vida adulta. 

Lejos de decirles a los demás lo que tienen que hacer, hace precisamente lo contrario: consigue que los demás descubran por sí mismos qué es lo que desean para sí mismos y para la gente que les rodea. Describe la decisión de respetar al máximo la autonomía de los demás como un acto de amor. La autonomía de pacientes enfermos, de personas atrapadas en enfermedades terminales. No instruye, pregunta. Busca comprender, no ser obedecida. Y sale airosa de situaciones imposibles. Ya me lo pareció en su otro libro publicado en español, Las palabras que importan, pero me ha vuelto a impresionar con este. Esta mujer es una maga y una inspiración para tener siempre presente. 





lunes, 11 de noviembre de 2024

JUNTOS

Después de leer y disfrutar de las ilustraciones de este libro infantil, me viene a la cabeza aquel verso de Mario Benedetti: «somos mucho más que dos». Y es que la compañía nos multiplica. Nos multiplica el placer, la diversión, el aprendizaje. Y este preciosísimo cuento infantil lo expresa de maravilla. «A veces tenemos secretos», leemos en una página en blanco con un troquelado que deja ver un trocito de la ilustración de un niño con una caja de tesoros de la doble página siguiente. Y al pasar la hoja, vemos que el niño está rodeado por sus amigos y amigas bajo la mesa de un comedor: «Juntos, tenemos recuerdos». 

«A solas, contamos. Juntos, compartimos. 
A solas, crecemos. Juntos, florecemos. 
A solas, tenemos intereses. Juntos, somos apasionados. 
A solas, pensamos. Juntos, construimos». 

Y una de mis favoritas: «A solas, tenemos todo el espacio», y aparece la ilustración de una abuelita arropada en una cama enorme, tan tranquila. Y, al girar la hoja, vemos que está rodeada de un montón de gatetes azules encantadores que hacen que «juntos, estamos calentitos». 

Este es un libro tierno y cálido sobre el valor de compartir, de buscarnos en los demás para no solo poder crecer, sino para florecer. 



lunes, 4 de noviembre de 2024

EL FACTOR RACHEL

—¡Hola, Óscar! ¿Qué tal? Venía a por una recomendación porque es el cumple de mi nuera veinteañera y, como le gusta mucho leer, he pensado que un libro sería... 
Le tiendo un ejemplar de El factor Rachel sin decir ni pío. 
—¿Este? 
Asiento efusivamente. 
—¿Así sin más? 
Asiento más efusivamente aún, si es posible. 
—No te veo muy hablador. 
—Es que lo acabo de terminar justo ahora y me puede la emoción. ¡Qué libro!
—¿Sí? ¿De qué va?
—Uy, de tantas cosas. De... De...
—Venga, dime una. 
—De la amistad, sobre todo de la amistad. De los amigos que haces a los veinte años y se convierten en personas importantísimas diez minutos después de conocerlos y..., y... Y su amistad supera en intensidad e importancia a cualquier novio o novia y, por mucho que tu vida sea una tormenta constante, ellos siempre son la tabla de salvación, lo que siempre te rescata de cualquier cosa que te pase. 
—Suena intenso. 
—Pero no lo es. ¡Lo mejor es que no lo es! 
—¿No?
—No, este libro es pura ligereza, y más que de amigos en plural, habla de una amistad en concreto. Porque no tenemos tantos amigos indispensables y cercanísimos. A menudo no es más que uno, o dos. 
—Mm-mm. ¿Autora irlandesa?
—Sí, todo transcurre en Cork, o casi todo, década de 2010, plena crisis económica...
—¿Cork?
—Sí, un lugar lejos de todo en un país lejos de todo. Me ha encantado cómo describe la precariedad, los trabajos temporales, la maternidad, el derecho al aborto, y la confianza brutal entre personas que se acaban de conocer y que sienten que pueden contarse cualquier cosa, y cómo asusta a veces esa confianza, lo vulnerable que te deja. 
—Ya. La verdad es que de historias de amor está repleta la librería, y la historia de la literatura, de amor romántico, me refiero. Pero de historias de amor entre amigos, del amor de la amistad, no tanto. 
—¡Exacto! Y de eso habla también la novela. De cómo hemos aprendido a sobrevalorar el primero e infravalorar el segundo. 
—Pues nada, ¿me lo envuelves para regalo?
—Eso está hecho. Le va a encantar, ya verás. Y qué capacidad tiene para reírse de sí misma. La protagonista, me refiero. Pero reírse de verdad, quitando capa a capa toda la seriedad y la trascendencia de los veinte años para señalarlas y partirnos la caja con lo exaltadamente ridículos que podemos llegar a ser cuando nos consideramos el centro de una historia increíblemente importante. 
—Te ha gustado, ¿eh?
—Me ha encantado. Y además es justo lo que necesitaba ahora mismo. Un soplo de aire fresco. Se lee como quien se tira toda la tarde viendo capítulo tras capítulo de The Gilmore Girls o cualquier otra serie ligera, cómica, cálida y rebosante de diálogos inteligentes. 
—Pues nada, ya te diré si le gusta. 
—¡Y además la prota trabaja en una librería!
—Ah, amigo, ya sé por qué te ha gustado tanto. Te pillé. 
—Qué le voy a hacer. ¡Si es que lo tiene todo!