jueves, 20 de junio de 2024

PALESTINA. CIEN AÑOS DE COLONIALISMO Y RESISTENCIA

Tras la caída del Imperio Otomano en 1918, las naciones que lo componían se conformaron de forma natural en entidades políticas cuyo objetivo era la independencia. Los británicos prometieron la independencia a todos los árabes de los dominios otomanos durante la primera guerra mundial a cambio de su apoyo. Por ejemplo, Siria, Líbano o Irak obtuvieron diversos grados de autonomía hasta convertirse entre los años treinta y cuarenta en los países soberanos que son hoy. Pero Palestina no. La tierra de Palestina había sido prometida a los judíos por los británicos mediante la Declaración Balfour en 1917, la primera declaración de guerra a Palestina del siglo XX. En 1917 la población árabe de Palestina era el 94%. Pero los judíos sionistas aspiraban a convertir esa nación en su nación: una tierra dominada por ellos y para ellos, a cualquier precio. Hasta hoy. 

Este ensayo traza una historia de la resistencia palestina a la guerra declarada por el sionismo y sus valedores internacionales (Inglaterra primero y Estados Unidos después). Una guerra que dura ya más de cien años y que se ha recrudecido hasta límites inconcebibles desde el 7 de octubre de 2023, tras los espantosos atentados de Hamás en Israel. Es un relato histórico interesantísimo, entreverado de anécdotas personales del autor y sus familiares, algunos de ellos muy involucrados en la política palestina durante todo el siglo XX, con el que he aprendido a situar mejor en el tiempo esa hostilidad permanente y tan desigual y asimétrica entre israelíes y palestinos. 

Los sionistas negaron siempre la identidad palestina y su carácter de nación árabe multiétnica desde antes de la creación del Estado de Israel. Con el lema propagandístico de «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», que usaron para fomentar la llegada de judíos a su «tierra prometida», negaron a los palestinos no solo su derecho a la autodeterminación y a su propia tierra, sino incluso la realidad de su propia existencia. Como dice Rashid Khalidi, «la forma más segura de eliminar el derecho de un pueblo a su tierra es negar su conexión histórica con ella». El movimiento sionista no decía que estuviera creando un hogar, decía que lo estaba reconstruyendo. En esta mentira histórica se han apoyado una y otra vez los dirigentes sionistas para reivindicar su derecho a la tierra palestina y para justificar todo tipo de violencia para conseguirlo. 

La mejor forma de justificar la apropiación de un bien ajeno es sostener que en realidad ese bien te pertenece (porque lo dice la Biblia o porque lo necesitas para sentirte a salvo de la persecución) y, por lo tanto, no te lo estás apropiando, sino que lo estás defendiendo. Esto vale tanto para el colonialismo israelí como para la vulneración de tus derechos laborales en tu oficina o la violencia cotidiana de quien considera que su pareja le pertenece.  

El genocidio de Gaza actual no es algo esencialmente nuevo. La filosofía de matar primero y preguntar después es una característica esencial de la política israelí desde antes de la creación de su Estado. Y la han puesto en práctica gobiernos israelíes de toda ideología desde 1948 hasta hoy. Los sucesivos gobiernos israelíes han apostado por acabar con las reivindicaciones palestinas mediante la fuerza de las armas. Pero eso solo provoca que estas reivindicaciones se vuelvan más poderosas. Y más violentas. La violencia solo engendra más violencia. Aterra pensar en qué respuesta está gestándose para los meses o años venideros, cuál será el golpe del bumerán que puede golpearnos a todos los países que no han condenado el gobierno israelí y han seguido comerciando con él. 

Israel es un país cuya existencia lleva toda su historia dependiendo de que la comunidad internacional cierre los ojos a sus desmanes. Viven de su capacidad de engañar al mundo respecto a su condición de víctima eterna y su expansión colonialista a costa de los palestinos y los países árabes circundantes. Y han sido muy eficaces a la hora de cuidar su reputación y sus vínculos diplomáticos y económicos con las grandes potencias mundiales, algo que a los palestinos nunca ha preocupado especialmente y que ha sido fundamental para perpetuar su sometimiento, como denuncia el autor. Los políticos palestinos a menudo han demostrado ignorar que la reputación internacional de Israel es la salvaguarda de su existencia. Y que para sostenerla es capaz de cualquier invento, montaje o bulo, porque sabe que sin la complicidad internacional sería inmediatamente juzgada y condenada por sus repetidos crímenes, y su proyecto de Estado judío etnocrático acabaría en el vertedero de la historia como el de la Sudáfrica blanca del apartheid. 

Rashid Khalidi defiende que es urgente e indispensable abrir de una vez por todas un debate por la convivencia pacífica en igualdad de condiciones. «Aunque es forzoso reconocer la naturaleza fundamentalmente colonial de la relación entre palestinos e israelíes, hoy hay dos pueblos en Palestina, independientemente de cómo hayan llegado a existir, y no puede resolverse el conflicto entre ambos mientras cada uno de ellos niegue la existencia nacional del otro. Su aceptación mutua solo puede basarse en la plena igualdad de derechos, incluidos los derechos nacionales, y pese a las cruciales diferencias históricas que existen entre ambos. No es posible ninguna otra solución que resulte sostenible a largo plazo, salvo la opción impensable del exterminio o la expulsión de un pueblo por parte del otro. Superar la resistencia de quienes se benefician del statu quo a fin de garantizar la igualdad de derechos para todos en este pequeño país situado entre el río Jordán y el mar: eso dará la medida del ingenio político de todas las partes involucradas». 






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