viernes, 6 de noviembre de 2020

ZENOBIA CAMPRUBÍ. LA LLAMA VIVA

Hace años la poesía de Juan Ramón Jiménez me deslumbró, con versos como estos de Platero: "Mira cómo el sol, pasando su agua espesa, le alumbra la honda belleza verdeoro, que los lirios de celeste frescura de la orilla contemplan extasiados... Son escaleras de terciopelo, bajando en repetido laberinto; grutas mágicas con todos los aspectos ideales que una mitología de ensueño trajese a la desbordada imaginación de un pintor interno."

Me acerqué, como hago con frecuencia, al autor, y descubrí un ser neurótico, enamoradizo, depresivo e hipocondríaco. Seguí admirando su obra, pero no a la persona. En cambio, la humanidad de Zenobia Camprubí me atrajo de inmediato. Como ya afirmaban sus contemporáneos, sin ella Juan Ramón no hubiera podido hacer su obra porque no estaba dotado para hacer frente a la vida. Ella le amó, porque sin amor habría sido imposible que hiciera todo lo que hizo por él. Fue su apoyo económico, material, emocional, lo fue todo para él. Creo que Zenobia debió de ser la compañera ideal para cualquier persona, con la que podemos soñar para transitar por la vida seguros de ser apoyados, respetados y amados.

Cuando conoció a Juan Ramón tenía veintiséis años y una vida intensa ya vivida. De una rica familia burguesa descendiente de puertorriqueños y norteamericanos, había viajado a Estados Unidos, a Francia, a Suiza. Nació en un precioso palacete de Malgrat, en Barcelona, y tuvo una maravillosa abuela materna y una madre protectora con la que contó siempre, incluso para pedirle dinero prestado cuando sus ingresos no alcanzaban para mantener su matrimonio.

Era valiente, emprendedora y muy generosa. Desde el inicio colaboró con su marido en la traducción de la obra de Tagore, inició empresas exportando artesanía española a Estados Unidos y vendía allí libros artísticos sobre los jardines en España con la única ayuda de postales y referencias que le enviaba Juan Ramón. Dependieron económicamente siempre de los ingresos de ella y tuvo carnet de conducir. Conducía por Madrid paseando a su marido, al que le encantaba, y realizó varios viajes desde Florida a Nueva York. No le gustaban el calor del sur ni el ambiente snob de Miami pero como él lo prefería se sacrificó. La última etapa de su vida transcurrió en San Juan de Puerto Rico, donde murieron ambos con una diferencia de dos años. 

A partir del año 1931 los primeros síntomas del cáncer hicieron su vida más difícil y el final, en 1956, fue un delirio. Tres días antes de su muerte tuvo la alegría de que a su marido le dieran el premio Nobel de Literatura y Juan Ramón Jiménez le dedicó ese premio diciendo que era ella la que lo merecía. Le ayudó en todo.

Esta es una biografía que me ha emocionado mucho. Me ha acercado aquella España de la guerra civil cuando en los primeros días el matrimonio acogió a doce niños a los que luego, cuando se vieron obligados a exiliarse, siguieron manteniendo. No es sólo el perfil espléndido de una mujer tan especial como Zenobia, también es un retrato del momento que le tocó vivir, la primera mitad del siglo XX, cuando una generación como la del 27 enriqueció la vida intelectual de este país, a pesar de que la cruel dictadura obligara a la mayoría de sus componentes a exiliarse.

Una llama viva sin duda que iluminará unos años oscuros de la España franquista para el lector que quiera acercarse a esta historia. 



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