lunes, 30 de noviembre de 2020

LA MUJER SIN NOMBRE

El olvido que ha sufrido María Lejárraga me sorprende hoy muchísimo. Mi interés por la generación del 27 fue siempre una constante durante años. Más allá de Lorca, Salinas, Cernuda, Alberti, Guillén o Aleixandre, detrás estuvieron mujeres tan importantes como María Zambrano, Rosa Chacel, María Teresa León, Marga Gil o políticas como Clara Campoamor o Victoria Kent. De todos ellos se ha hablado mucho, de ellas menos, pero de María Lejárraga muy poco, solo la idea generalizada de que había escrito todas las obras que había firmado su marido, Gregorio Martínez Sierra, o sea un papel de víctima y la imagen de una injusticia machista. 

Siento un profundo agradecimiento a Vanessa Montfort por esta novela que nos aporta tanta información, para mí desconocida, de un personaje tan interesante, más allá de su relación con Gregorio al que llevaba siete años y le consideraba su "niño", en una relación casi materno-filial. Se casaron, él con 19 años y ella con 26, profundamente enamorados. Ella le cuidaba porque la salud de Gregorio era muy frágil. Para mantener el matrimonio ella aceptó un trabajo de maestra, que en aquella época era tremendamente degradante, y que además no le permitía publicar ninguna obra con su firma, motivo por el que acordaron que pondrían la firma de Gregorio. Ese fue el inicio de una iniquidad. 

Gregorio era un hombre de teatro. Lo que le gustaba y hacía era dirigir y le pedía libretos a su mujer a un ritmo vertiginoso. El éxito de las obras hizo que ella abandonara su trabajo de maestra después de diez años. Escribió más de un centenar de títulos, Tú eres la paz alcanzó las cincuenta ediciones, Canción de cuna se llevó varias veces al cine. De alguna manera, y es una paradoja, ella se inventó el personaje de Gregorio Martínez Sierra y como le quería no le importó quedar en la sombra, pero no era una víctima.

María no sólo fue maestra y dramaturga, la más importante de su época. También tradujo a Shakespeare, Stendhal, Ibsen y Sartre, fue diputada de la Segunda República por Granada, diplomática y formó parte del grupo que fundó el Lyceum Club Femenino. Mantuvo siempre una amistad profunda con Juan Ramón Jiménez y Zenobia Cambrubí, con Falla, con quien colaboró escribiendo los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos, con Turina, con García Lorca...

Cuando empezó la guerra civil se exilió a su casa de Niza, para entonces ya se había separado el matrimonio porque Gregorio había iniciado una relación con Catalina Bárcena, la primera actriz de su compañía, con quien tuvo una hija y a quien presentaba como su mujer haciéndose pasar por viudo en América, adonde se llevó la Compañía. Esa fue una etapa durísima para María, pasó hambre en Niza, perdió veinticinco kilos y él, en su egoísmo, inconsciencia o crueldad, no se ocupó de su mujer, de la que nunca se divorció, más que para seguir pidiéndole libretos. La censura franquista borró su nombre por ser republicana, fue fácil porque no aparecía en ningún lugar y su marido se ocupó de no declararlo más que en una carta privada que le envió. Afortunadamente, ahora contamos con una circunstancia favorable: se han recuperado ciento cuarenta y cuatro cartas que permiten reconstruir la vida de esta admirable mujer.

Gregorio murió de cáncer en 1947 pero María vivió casi cien años, murió en 1974, le faltaron seis meses para cumplirlos en su exilio de Buenos Aires. Una lástima que no pudiera conocer la muerte de Franco, un año más tarde. Allí en Buenos Aires se le tributaron homenajes que aquí inexplicablemente ni siquiera se divulgaron. Sólo el año pasado, en 2019, se estrenó una obra de teatro, Firmado Lejárraga, en el Centro Dramático Nacional, escrita también por Vanessa Montfort. Ojalá sea el inicio de un reconocimiento tan merecido.




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