Hay gente que lleva muchos años viniendo a la librería con frecuencia. Sé cómo se llaman, sé qué libros prefieren, recuerdo muchos de sus gestos y reconozco su voz cuando dicen "hola, Óscar" por teléfono. Los conozco bien, o eso me digo cuando les recomiendo algún libro y se despiden con una sonrisa expectante. Sin embargo, ¿qué sé de ellos? Poca cosa, en realidad. No sé cómo se dirigen a sus madres o a sus hijos. No sé si les gusta su trabajo o si sueñan en otros idiomas. No sé qué voz ponen cuando hablan con alguien sin un mostrador de por medio. Doy por hecho quiénes son, pero lo que conozco de ellos es una esquinita de su identidad, la máscara de amante de los libros que se ponen para charlar con este librero que finge que les conoce y dejarse recomendar.
Con algunos escritores me pasa un poco lo mismo. A fuerza de ver sus títulos con frecuencia pienso que los conozco bien. Como leí alguno de sus libros hace tiempo, hablo de ellos dándolos por hecho, como si su literatura formara ya parte de un paisaje cotidiano al que ya no interesa prestar atención, como si su belleza, al tenerla siempre a la vista, hubiera perdido su capacidad de fascinación. Los libros de Delibes forman para mí parte de ese paisaje cotidiano. Son los inmutables de la estantería de clásicos que se mueven sobre todo por imposición de los profesores de instituto y a los que llevaba años pensando que ya no hacía falta asomarme. Que ya los conocía. Qué equivocado estaba.
He leído este Libro de Miguel Delibes del tirón, fascinado por este autor que creía conocer tan bien y que en realidad no conocía. No conocía su faceta de periodista contestatario con el régimen, de su dimisión como director del periódico El Norte de Castilla por presiones políticas, de cómo lo que no le dejaban publicar como periodista lo escribía en sus novelas (Las ratas, Cinco horas con Mario), a menudo de una forma mucho más dura y contundente. No sabía las tretas literarias tan complejas y tan inteligentes a las que recurría para eludir la censura, su avidez humilde por ver, por oír, por conocer, por ensanchar constantemente su mirada sobre el mundo, partiendo siempre de una humildad espontánea y honesta.
Me ha gustado leer la importancia que Delibes le daba a encontrar un trabajo en el que uno pueda sentirse a gusto con quien es. Un trabajo en el que uno pueda aportar algo enriquecedor a los demás que a su vez le enriquezca. Me ha gustado sentirme identificado en esa búsqueda de un trabajo que no sólo sea un medio indispensable de subsistencia sino una fuente de satisfacción y un cincel que pueda ir perfilando los rasgos de tu identidad. Y me han emocionado las fotografías junto a Ángeles, su mujer, especialmente después de haber releído Mujer de rojo sobre fondo gris, en la que recuerda de una manera tan sencilla y emocionante a la mujer de la que toda su vida estuvo "tenazmente enamorado".
El libro de Miguel Delibes es un rendido homenaje a uno de los escritores españoles más populares del siglo XX. Acompañados de multitud de fotografías, cartas, entrevistas y extractos de sus obras, los textos biográficos de Jesús Marchamalo me han permitido sacar los libros de Delibes de sus eternas estanterías de clásicos y quitarles el polvo de las lecturas obligatorias de instituto para empaparme de ellos, de las ganas de releerlos con otros ojos y, despojados de la máscara de la costumbre, conocerlos de verdad.
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