jueves, 26 de noviembre de 2020

APUNTES PARA UN NAUFRAGIO

Esta novela cabe en una mano abierta. Sus 240 páginas entran en un bolsillo y uno puede llevarlas en el abrigo sin que nadie sospeche que esconde un tesoro inmenso e inabarcable. Una explosión de vida, dolor y amor que todavía siento cada vez que cierro los ojos y evoco ese nombre: Lampedusa. 

"Lampedusa, de lepas, la roca erosionada por la furia de los elementos, que resiste en la vastedad del mar abierto. O Lampedusa, de lampas, la antorcha que brilla en la oscuridad". Lampedusa es una condena y una salvación. Una fosa común y un renacimiento. Y las páginas de esta novela son un homenaje a los que tratan todos los días de convertir esa condena en salvación, a los que llegan huyendo del infierno y encuentran en ella la posibilidad de volver a vivir. 

En la escena inicial del primer capítulo de la serie Eden (Filmin), un grupo de turistas en una playa del Mediterráneo contemplan el desembarco de una lancha llena de inmigrantes subsaharianos. Mientras estos se tiran al agua y corren hacia la orilla dando grandes zancadas, los europeos reaccionan de maneras muy diversas: su perplejidad, su curiosidad, su miedo y su instinto de ayudar son los mismos que sentiríamos cualquiera de nosotros si pudiéramos ver de cerca el terrible espectáculo de esta tragedia cotidiana con nuestros propios ojos. El instinto del miedo lo tenemos desde que nacemos. El instinto de ayudar se aprende toda la vida. Para que el segundo venza sobre el primero hacen falta series como Eden y novelas como esta. Muchas, muy buenas, cuantas más mejor. 

Los cinco mil habitantes de Lampedusa viven del turismo pero su isla es conocida por la llegada de inmigrantes. Lampedusa es un símbolo pero también un espacio árido donde "el cielo está tan cerca que casi se te viene encima. La voz omnipresente del viento. La luz que golpea por todas partes. Y ante los ojos, siempre, el mar, eterna corona de gozo y espinas que lo circunda todo". Belleza y muerte, placer y sufrimiento. La prosa de Davide Enia se desnuda en estas páginas hasta cortar como una lámina de metal. Y la poesía surge espontáneamente, a ráfagas, en frases cortas de una belleza jadeante. Parece escrita con urgencia. Por momentos parece una crónica periodística, un poco al estilo de los libros de Svetlana Aleksiévich, en la que el narrador da voz a varios personajes que cuentan su contacto con la llegada de inmigrantes en una serie de testimonios sobrecogedores. 

Un buzo de rescate: "Aquí salvamos vidas. En el mar cualquier vida es sagrada. Si alguien necesita ayuda, nosotros lo salvamos. No hay colores, etnias ni religiones. Es la ley del mar". Una ley que dice que no siempre se puede salvar a los que piden ayuda. Que muchos brazos alzados acaban desapareciendo bajo el mar, poblando de pesadillas las noches de aquellos que no llegaron a tiempo para salvarlos, pero sí para oír sus gritos y ver cómo poco a poco se iban apagando para siempre.

Los que se dedican al salvamento marítimo "llevan escritos encima los sonidos y los olores de la guerra". Parecen impasibles, silenciosos, o a veces también cordiales y habladores. Pero hay un abismo en su mirada cuando dejan de hablar, cuando evitan seguir describiendo y tiran de elipsis para mantenerse a flote. Y terminan las conversaciones con frases brutales como tajos. Frases que conmocionan no tanto por lo que dicen, sino por lo que ocultan: "no hay nada más hermoso que ver llegar a los niños, vivos". 

Pero Davide Enia no sólo ha escrito una novela sobre los refugiados que llegan a Lampedusa. Estos Apuntes para un naufragio tratan también sobre la relación entre el narrador y su padre, una relación definida por él mismo como una "Siberia emocional": "En el sur expiamos una tara comunicativa hija de una cultura secular en la que callar es sinónimo de virilidad. Omo di panza es la manera lisonjera de definir a aquel a quien se le supone un estómago tan recio que lo guarda todo dentro: las dudas, los secretos, los traumas". Y poco a poco, con cada viaje que realizan juntos a Lampedusa, el hielo silencioso de su relación se va resquebrajando, y por esas grietas empiezan a infiltrarse las palabras de ternura y de afecto de las que está hecha esta esplendorosa y durísima novela de amor. 

Esa "Siberia emocional" es muy compleja y tiene muchos deshielos. Hay belleza y hay ternura. Hay todo un lenguaje de amor que se desarrolla sin palabras, tenaz como los peces bajo el hielo, como plantas en el desierto. Los hombres de esta novela no saben cómo hablarse pero son conscientes de compartir un mismo vocabulario y una misma forma de afrontar la alegría y la angustia, de percibir la belleza. Quizá la antesala de la muerte, con esa Lampedusa bella y terrible batida por el viento, sea el escenario más propicio para que todos ellos encuentren el tono y la cadencia de la ternura perfecta. 





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