miércoles, 14 de agosto de 2013

LA SOLTERONA

Los libros de Edith Wharton son el refugio perfecto de la buena literatura. Siempre recurro a ellos cuando acumulo varios libros abandonados, por desidia, ausencia de emoción o simplemente mediocridad literaria. Leer a Wharton es siempre delicioso, su lenguaje es exquisito, elegante, preciso, y siempre me sorprende la perspicacia emocional con la que profundiza en las derivas sentimentales de sus personajes. Estos últimos días he encadenado varios libros decepcionantes seguidos y La solterona me ha reconciliado con el verdadero placer de la lectura. Y a eso hay que añadir la cuidadísima edición de Impedimenta, con una traducción impecable y, como siempre,  una estética preciosa. A veces es difícil resistirse a libros con un acabado tan bonito.

Como en la mayoría de sus libros, Wharton comienza su historia con un dilema moral, aparentemente sencillo, que va trenzando, ramificando y volviendo cada vez más complejo e inextricable. Delia Ralston y Charlotte Lovell, dos mujeres de la alta sociedad neoyorquina de mediados del siglo XIX, comparten un secreto relativo a la maternidad de una niña huérfana que marcará sus relaciones familiares, su capacidad para moldear el estricto código moral establecido y sus vidas para siempre.
La aristocracia norteamericana de aquella época era un mundo cerrado. Cerrado para los que aspiraban a entrar en él y cerrado para sus integrantes por su rigidez de buenas maneras y comportamiento. En esta jaula de oro, las mujeres tenían por lo general un papel ornamental, pero las protagonistas de este libro sienten una sensible rebeldía contra ese patrón de vida. "Por aquellos días, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodía inaudible." Y es a escuchar esa melodía a lo que se van a dedicar Delia Ralston y Charlotte Lovell en los momentos cruciales en los que tengan que decidir su destino y el de la niña cuyo secreto comparten. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer sensible en sus sutiles rebeliones cotidianas contra la intransigencia de las convenciones sociales?

Me maravilla en este libro la importancia de lo que no se dice, de lo que la sociedad y las costumbres condenan al silencio y que sin embargo subyace, como una íntima tragedia, a lo largo de todo el libro. La frustración de contemplar cómo ese mundo alternativo en el que podrían actuar sin traicionarse pasa de largo por delante de sus vidas una y otra vez sin que puedan alcanzarlo.
Y también la forma que tiene la autora de utilizar la ironía como color de fondo, convirtiéndola en mordacidad cuando critica la rigidez moral, y en compasión cuando acompaña a sus heroínas en sus íntimas desdichas.
Por último, me ha llamado la atención el papel de los niños en el libro, y la enfermiza devoción que siente por ellos Charlotte Lovell. La inocencia de los niños, ajenos a las tragedias silenciosas de sus madres. Su fragilidad y su luz. Y he recordado este cuadro de Sargent de 1885 que vi por primera vez en la Tate Britain de Londres y que me cautivó instantáneamente, anclándome al suelo durante unos minutos detenidos en el tiempo.


1 comentario:

  1. Un placer maravilloso leer de nuevo a esta escritora adelantada a su tiempo. Exquisita. Un recuerdo especial para "Las hermanas Bunner" otra obra maestra suya.

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