A menudo, releer un libro es un desafío. Es volver a un lugar visitado hace tiempo (generalmente hace mucho tiempo), buscando encontrar las mismas cosas que antaño me gustaron y sobre todo encontrar otras nuevas que quizá se me pasaron por alto, o no estaba en condiciones de apreciar. Pero el tiempo nos cambia las perspectivas a todos y lo que hace años me parecía asombroso y revelador, ahora puede parecerme infantil y vacío. Por eso releo con mucho cuidado, casi con recelo, y sólo aquello que sé que aún puede guardar algo escondido, sólo esos libros que esconden en sus páginas perfumes reacios a evaporarse.
En ausencia de Blanca tiene muchos de esos perfumes.
Uno de ellos es el desconcierto, la perplejidad al leer ese principio del libro, igual a la perplejidad de Mario, el protagonista, al descubrir en Blanca una mujer distinta pero casi idéntica, una mujer que no es Blanca pero que se viste con la ropa de Blanca, se mueve al ritmo de Blanca y sonríe y besa con los labios de Blanca. ¿Quién es Blanca, en realidad? ¿Y quién es Mario, su marido, ese hombre que la busca y no acaba de encontrarla?
Uno de ellos es el desconcierto, la perplejidad al leer ese principio del libro, igual a la perplejidad de Mario, el protagonista, al descubrir en Blanca una mujer distinta pero casi idéntica, una mujer que no es Blanca pero que se viste con la ropa de Blanca, se mueve al ritmo de Blanca y sonríe y besa con los labios de Blanca. ¿Quién es Blanca, en realidad? ¿Y quién es Mario, su marido, ese hombre que la busca y no acaba de encontrarla?
Blanca es una mujer joven, culta, sofisticada, llena de inquietudes artísticas y culturales, refinada hasta la obsesión y de una belleza pálida y esbelta.
Mario es un hombre sencillo, de pueblo, apegado a sus rutinas, ordenado, meticuloso en sus carencias intelectuales y generoso en su admiración.
Ella es el eterno deslumbramiento, lo inalcanzable, la máxima ambición que puede albergar Mario.
Él es la estabilidad, la cordura, el anclaje a la realidad que la rescata a ella de cualquier naufragio.
Sus vidas pertenecen a mundos que en la realidad nunca se cruzan, pero que el amor deslumbrado de él y la necesidad de protección de ella logran conciliar. Sin embargo el desequilibro persiste. Blanca se ahoga en la rutina y busca siempre lejos de él una vía de escape, y Mario se aferra a su propio sentimiento, al asombroso privilegio de compartir su vida con la mujer de sus sueños, mes tras mes, año tras año, aunque el suyo sea un amor dolido del que Blanca sólo pueda compadecerse, y tenga que aceptar que ella cambie, que su afecto se disperse, que abrace de nuevo el torbellino de su vida inestable en busca de una luz ilusoria, que deje de ser la Blanca conocida aunque lleve su ropa y se mueva como ella, que se instale una ausencia dentro de ella y se convierta en otra Blanca tan parecida a la primera, y quizá más alegre, más desenvuelta, menos perfecta, tan parecida y tan distinta.
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