jueves, 25 de enero de 2024

NO QUEDA NADIE

Empecé 2024 leyendo una novela un tanto enigmática. Me fui con el narrador a un Nueva York asfixiado por el calor, y con él busqué documentación para una tesis sobre la colonización de zonas rurales y desplazamientos forzosos de población durante el franquismo. Aprendí que hasta cincuenta mil personas (¡cincuenta mil personas!) tuvieron que dejar sus casas y trasladarse a otro lugar por motivos diversos, a menudo por las construcciones de embalses y presas (el sueño de la modernidad franquista) que condenaban las raíces de toda esa gente a una muerte por ahogamiento. Entre búsqueda y búsqueda, entre voz y voz de esas migraciones interiores olvidadas, disfruté mucho perdiéndome entre líneas, "orbitando en torno a intuiciones diversas", divagando por los márgenes del tema, prestando más atención a "las reverberaciones secretas de algunas palabras" que a cualquier otro propósito. 

Esta es una novela sobre emigrantes. Sobre la emigración como huida y también como destierro. Como expulsión y arrancamiento. Sobre la emigración como silencio. "Los emigrantes nos familiarizamos enseguida con los silencios y, por ello, un libro de emigrantes es siempre un libro cercado de silencio, como el paseo tranquilo de un padre y un hijo a la orilla del mar". 

La mayoría de las personas que hemos vivido un tiempo lejos de nuestro lugar de origen hemos pensado en cómo nos afectan las raíces. En lo difícil que es echar raíces en otro país, en la suave hostilidad que nos encontramos cuando tenemos suerte, suave porque en la amabilidad, e incluso en el entusiasmo por la inclusividad, también se esconde un señalamiento: nos gustas porque eres distinto, porque vienes de fuera, porque no eres de los nuestros y nunca lo serás. Hay lugares fantásticos para vivir, el París que me acogió o el Nueva York de esta novela, que, sin embargo, son hostiles a la permanencia. Son tierra fértil para todo tipo de maravillas, pero arisca para nuevas raíces. Al final, para tener derecho a un lugar, unas raíces, un sitio donde vivir y que reivindicar como propio, hay que adaptarse a lo que el poder (el urbanismo, la empresa, la cultura, la burocracia, la familia) impone. 

Me han gustado los meandros de esta novela. Las vueltas que da. Es reflexiva, poética y divagante. Deambula por ideas haciéndose preguntas, buscando respuestas como un entomólogo descubriendo mariposas. Me ha parecido impresionista en la belleza estática de ciertas imágenes, como el pelo rubio de una chica "que brilla como la paja seca a punto de incendiarse". Es una novela sobre partir y buscar un nuevo lugar, con todo el sufrimiento y la expectativa que supone. Y también sobre volver a casa, un regreso que, cuando has estado fuera el tiempo suficiente, nunca terminas de completar del todo: "volver a casa no se parece a recuperar algo intacto, sino a dejar un rastro más de sedimento, como un río que sigue fluyendo". 

 


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