"Cuando los arqueólogos occidentales abrían las tumbas del antiguo Egipto, se decía que las almas de sus ocupantes se liberaban tras milenios de silencio. En cierta forma, lo mismo ocurre con nosotros. No hemos hecho más que esperar en silencio durante más de setenta años. Esperamos casi cuarenta años que muriese la dictadura y volviese la democracia. Y esperamos cuarenta años más para que la democracia se preocupase por devolver la dignidad a sus muertos".
En la librería recomiendo mucho este cómic desde que se publicó a finales del 2023 y, cuando la gente me pregunta de qué va, digo que trata sobre las fosas de la guerra civil. Es una apuesta arriesgada decir eso, hay gente que arruga el ceño. Imposible, por otro lado, obviar esas palabras. Fosa. Guerra civil. Realidades tangibles e históricas que, ochenta años después, nos siguen manchando de sangre las manos.
Mucha gente querría dejar a los muertos en paz. Asumir lo que ocurrió y pasar página. Es la misma táctica que en las discusiones familiares, en las meteduras de pata y en cualquier conflicto de cualquier tipo: volver la cabeza y a otra cosa, como si no hubiera ocurrido. Pero ningún conflicto se resuelve ignorándolo. Ninguna herida sana si no se empeña uno mínimamente en tratar de curarla. Y la tierra de nuestro país está sembrada de decenas de miles de heridas que nunca sanaron porque nunca nadie tuvo la voluntad (ni la valentía) de hacerlo.
Sí, de valentía. Para sanar una herida hace falta repartir responsabilidades. Culpas. Hace falta que alguien asuma que se equivocó, que hirió, que provocó dolor. Hace falta que alguien pida disculpas por lo que hizo. O que, en su ausencia, haya una verdad consensuada sobre la que construir la reconciliación.
Esta historia de Rodrigo Terrasa convertida en viñetas por Paco Roca habla sobre el consuelo de poder despedirse al fin con dignidad de un padre asesinado y arrojado a una fosa junto a otros cientos represaliados. Y también, de la angustia de no poder hacerlo. Durante la reciente pandemia de covid todos lo tuvimos muy presente cuando a tantos miles de personas se les negó la posibilidad de morir cerca de sus seres queridos y a estos, el consuelo de despedirse y apoyarse en los rituales básicos de cariño y aceptación sobre los que se sustentan las raíces del duelo.
Esta es la historia de un héroe discreto, uno de tantos que sobrevivieron a la dictadura callando y conservando la dignidad mediante pequeñas sublevaciones que además ayudaron a mucha gente a conservar la suya. Un héroe republicano que trabaja de sepulturero tras la guerra, enterrando a otros republicanos con peor suerte, y que se dedica a guardar clandestinamente objetos personales y ropa de los muertos para dárselos a sus familiares a escondidas y que así puedan guardar algo tangible de ellos junto a sus recuerdos. Y que, además, lleva un registro meticuloso de la localización de los cuerpos que entierra en las fosas, por si algún día alguien pregunta por ellos y se les permite enterrarlos con dignidad.
Un régimen asesino quiso condenar al abismo del olvido a todas las personas que no se sometieran a sus dogmas. Y muchas nunca consiguieron volver de él. La lucha por conservar la memoria y restituir la verdad de lo que ocurrió es una tarea diaria que nos dignifica. En 1940 en España, en 1945 en toda Europa, en 1995 en Bosnia y en 2023 en Gaza.
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