Esta es una novela para detener el tiempo, sentarse tranquilamente, una tarde de frío, en el lugar más cómodo de la casa, y dejarse llevar tranquilamente por su corriente imparable. Comienza en Kerala, en la costa de las especias, al sur de la India, a principios del siglo XX. Cuenta la historia de una niña a la que casan con doce años. Pero aquí no se trata de la tragedia típica, del sometimiento habitual de las mujeres que nos lleva tanto tiempo indignando que a menudo ya ni nos escandaliza. Aquí se trata de otra cosa. de un hombre que calla y espera, porque sabe reconocer la diferencia entre una niña y una mujer. Aquí se trata de encontrar preguntas por debajo de las respuestas habituales, de escuchar el rumor del agua, que lo envuelve todo, y de mirar alrededor siempre con ojos de asombro.
Al igual que Hijos del ancho mundo, la anterior novela de Abraham Verghese y uno de mis libros favoritos de todos los tiempos, El pacto del agua es delicado, evocador, jocoso. Y, como aquel, uno de sus temas centrales es la práctica de la medicina. Y los vínculos profundos y duraderos que se establecen entre las personas cuya vida depende de la suerte y de la genética, y aquellas médicas y médicos que ofrecen sus manos y su conocimiento para dignificar sus vidas y aplacar su dolor.
Esta es una historia poderosa que avanza aparentemente mansa, pero implacable. Tiene un ritmo profundo, a tierra y a vida y a naturaleza irrefrenable, un ritmo interno que solo se percibe cuando uno le dedica el tiempo necesario, la atención y la tranquilidad necesarias, para poder percibirlo. Si uno lee a trozos cortos, se pierde la verdadera melodía de esta novela, que se despliega sutilmente, por debajo de todas las peripecias que cuenta. La melodía del agua, de su rumor y su violencia, de la vida que regala y que arrebata, del don que trae y la maldición que a veces esconde.
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