jueves, 9 de noviembre de 2023

VIVIR CON NUESTROS MUERTOS

En este mundo cada vez más polarizado, en el que cualquier vecino encantador te puede abordar en el portal para decirte con sonrisa inocente que ojalá volviera la dictadura, este librito de la rabina Delphine Horvilleur es una bocanada de tolerancia y aire fresco: un homenaje a la convivencia no solo pacífica sino colaborativa y hermanada entre culturas y religiones distintas. 

La autora se reconoce en la definición de "rabina laica", una judía francesa cuyo trabajo la acerca constantemente a personas moribundas y a sus familias, a los cementerios y al dolor. Con su papel de acompañante en el dolor, despliega una prosa bella y compasiva, de una humanidad humilde y cálida que desarma y emociona. Una prosa que ve a los demás, que escucha y reconoce y valida la vulnerabilidad humana. Es un don esa capacidad de desprenderse de sí misma para poner todo el foco en la persona que tiene delante, renunciar a contarse a sí misma y a la vez poner todo lo que es en contar los relatos ajenos, comprender, sentir, entregarse a los demás. 

Deposita su fe en una sociedad que defienda siempre un espacio para creencias que no son la nuestra. Defiende la laicidad francesa como "un espacio de nuestras vidas que nunca se satura de convicciones y garantiza siempre un vacío hueco de certezas. Impide que una fe o una pertenencia acaparen todo el espacio. Siempre hay en ella un territorio más amplio que mi creencia, capaz de acoger la de otro que ha llegado a él para respirar". 

Vivir con nuestros muertos trata sobre la importancia de los relatos para que la muerte no tenga la última palabra. Para que el dolor vivido a solas y en silencio no impida que el legado de la persona muerta se ramifique, prospere y florezca de las maneras más impredecibles en las personas que la recuerdan. Es vital hablar de los muertos con respeto y con cariño, con el mismo respeto y cariño que nos debemos a nosotros mismos, pues los vínculos que en vida sembramos con ellos los han convertido en parte de nosotros. 

El momento de la muerte a menudo rompe los relatos en dos. El trauma genera un antes y un después, marcados ambos por el dolor, nuestro dolor. Los relatos que incorporan la muerte como un elemento imprescindible y natural de la vida pueden impedir que la pérdida sea percibida como algo inconcebible y que el dolor abrupto secuestre el conjunto de una existencia que siempre es mucho más que su desenlace. Qué triste es ver el recuerdo de toda una vida reducido a las circunstancias de su final, como si toda nuestra vida pudiera caber condensada en lo único, quizá, que no está en nuestra mano decidir. 

¿Qué es la muerte? ¿Qué significa? ¿Cómo se sobrelleva? Son preguntas que no tienen respuesta. Nadie puede dárnosla. Ni siquiera una rabina laica. Delphine Horvilleur escribe que la muerte de alguien es una pregunta que los vivos tenemos que aprender a responder, cada uno a nuestra manera. Esa respuesta individual e intransferible es el relato íntimo con el que hacemos crecer el legado que esa persona ha dejado en nosotros, la semilla de algo que podrá seguir creciendo en nosotros a través del recuerdo.  

"La palabra hebrea jaim, la vida, es un plural; y es que en esta lengua la vida no existe en singular. El hebreo proclama que cada uno de nosotros tiene muchas vidas, no sucesivas sino trenzadas, como hilos que se cruzan a lo largo de la existencia y aguardan el desenlace para distinguirse. En hebreo, nuestras vidas conforman un tapiz hasta que podamos deshacer los nudos contando nuestras historias". 

Las vidas de Delphine Horvilleur son múltiples. Francesa, laica, rabina, judía, periodista, liberal, feminista. Su amor por las palabras, por su etimología, por sus hermanamientos más allá de los idiomas y su inmensa capacidad para definirnos es una faceta más de su amor por la libertad. Amor por las palabras que acompañan, que nos importan, que nos permiten vivir sin violencia y que, más allá de la muerte, nos trascienden en los relatos de los demás.  



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