Pues no, claro que no. El rojo no está enfadado ni el azul está triste. Los colores expresan emociones de una forma libre, y cada uno los puede entender a su manera. Y ellos mismos, los propios colores, pueden explicar mejor su libertad que cualquiera.
Un día, Osa, Ciervo y Ardilla están disfrutando de una tranquila tarde en el bosque cuando aparece su amigo Zorro. Ay, pobrecito, le dicen, qué te pasa, seguro que hablando te encuentras mejor, cuéntanos. Pero ¿qué ocurre? ¿Por qué me decís esas cosas? -pregunta Zorro extrañado. Porque estás vestido de azul. ¡Llevas el color de la tristeza!
El color de la tristeza. Parece una metáfora, una de esas frases que dicen los adultos cuando se las quieren dar de interesantes y te miran de reojo y no hay quien los entienda. Porque, en serio, ¿quién entiende eso del color de la tristeza? ¿Qué color es ese? Para entender que estamos tristes no necesitamos ponernos de un color. Podemos vestirnos de amarillo aunque no tengamos un buen día. Y el rojo puede ser nuestro color favorito por más que seamos personitas muy muy tranquilas.
¿Os imagináis tener que esperar a estar enfadados para poder poneros vuestro abrigo rojo? ¿O tener que sufrir una constante disonancia, con la alegría y la tristeza de un lado para otro como en un partido de tenis, al poneros vuestro jersey favorito que mezcla el azul y el amarillo?
Y mucho cuidado, Osa, Ciervo, Ardilla y Zorro, que ese pajarito con la cara rara, vestido de muchos colores, a lo mejor no está ni triste ni enfadado ni alegre ni tranquilo. Quizá le pasa algo que no podéis ni imaginar. ¿Os atrevéis a descubrirlo?
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