lunes, 25 de junio de 2018

UNA MUJER DESPOSEÍDA

Este es de esos libros que pasan desapercibidos. Autora desconocida, de nombre extraño, relatos cortos, publicado en junio (2017), un mes en el que la gente ya está pensando quizá en lecturas ligeras para verano, y los libreros saturados por la feria del libro que no se acaba o por meses y meses de colocar y colocar pilas de novedades: lo tiene todo para no llamar la atención. Y a pesar de la faja que habla del premio que ha recibido, y esos adjetivos de las críticas ("espectacular", "memorable", "feroz", "conmovedor", "esencial") brillando todos como estrellitas parpadeantes, el libro pasa el verano agonizando en la esquina menos accesible de las librerías para morir en el brutal barrido de devoluciones otoñales. 

A mí me llamó la atención desde el principio. Lo asocié a mi querida Jhumpa Lahiri (El intérprete del dolor) por aquello de los relatos cortos con temática india y paquistaní, y me lo reservé en la memoria para volver a él en algún momento. Hacía falta calma. Hacía falta una predisposición especial para embarcarse en lo que P. llama literatura del desastre: personajes zarandeados por diversos traumas que sobreviven aferrándose a amores frágiles y recuerdos luminosos. Y aquí está. Este libro, por fin, dentro de mí. Su delicadeza, su derrota y brutalidad, dentro de mí. 

La autora explica en el prólogo que la traumática partición de India y Pakistán en 1947 es el hilo conductor que une los doce relatos. Las prisas y la ceguera con que se trazó la frontera tras la salida de los británicos provocó la emigración de más de ocho millones de personas en busca de la relativa seguridad de una mayoría religiosa. El éxodo masivo propició una violencia descontrolada: cerca de un millón de personas murieron por el odio religioso. La mayoría de estos relatos están protagonizados por mujeres víctimas de esta violencia: raptadas en los saqueos, esclavizadas, repudiadas por sus familias cuando logran escapar de su cautiverio. Mujeres desposeídas de su integridad, de su identidad y de su futuro por la violencia de los hombres. 

"La melancolía de su voz me hizo sentir como si alguien me llevara a la orilla tras largo tiempo en el mar". Sí, hay una música melancólica en la escritura de Shobha Rao. Algo de la pasión evocadora que usó la cineasta Deepa Mehta en su trilogía Fuego, Aire y Agua, un grito de rebeldía feminista con una estética sensual y delicada. Me ha emocionado la fragilidad de los personajes. Por debajo de la rabia, de las corazas que se construyen para protegerse y sobrevivir a los golpes, una sensibilidad especial tiembla en su interior, una fina membrana de emociones que vibra con cada sensación y que la más leve brisa puede agitar y desgarrar. Y siempre, agazapada, la rebeldía. En algunas mujeres brillando como una hoguera perpetua en sus ojos. En otras, como un "pequeño bote salvavidas amarrado en el puerto de su corazón, a la espera de echarse al agua". 

Shobha Rao
Estos doce relatos son poéticos, crueles y emocionantes. Íntimos, como pequeños rincones de luz en un mundo hecho de penumbra. Por momentos, su crudeza se vuelve insoportable. Hay latidos en la memoria que se empeñan en seguir despiertos. Palpitan y duelen. Duelen. Y cualquier distracción es buena si consigue acallarlos. Mirar el mar durante horas. Contar las mismas 956 lentejas todas las tardes sobre el suelo del salón. Cantar a la noche canciones infantiles. Cualquier cosa, con tal de acallarlos. Hay momentos sobrecogedores. Momentos de cerrar los ojos y esperar que pase ese escalofrío, esa sombra helada en la piel. Pero siempre aparece una mano abierta, en algún momento, para ofrecer una salida, un descanso, aunque sea en el olvido o en la muerte. 

Un ejemplar de Una mujer desposeída pasó el verano del año pasado en nuestra librería, durmiendo. Lo salvé de la guadaña de la devolución en otoño por instinto y siguió aquí, imperturbable, mirando el paisaje con la sabiduría de esas mujeres que ya lo han visto todo en la vida. Hasta que un año después de su publicación por fin ha caído en mis manos y, poquito a poco, relato a relato, casi en silencio y sin darme cuenta, ha terminado robándome el corazón.




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