Llegar a casa de unos amigos para cenar, abrir la puerta y respirar el buen rollo ya desde el umbral, esa mezcla de risas, distensión y hospitalidad que vibra en el aire y que inmediatamente te descarga una corriente de alegría por las venas. Algo así es leer este cómic.
Étienne Davodeau, autor de cómics que lo ignora todo del mundo del vino, le propone a Richard Leroy trabajar gratis en su viñedo durante un año para que le enseñe los secretos de su oficio. A cambio, el viticultor, que lo ignora todo del mundo del cómic, acompañará a su amigo por los entresijos de la creación literaria. Este libro, verdadero homenaje festivo a la amistad, es la crónica de esta iniciación cruzada en la que ambos descubren que sus respectivas pasiones no son tan diferentes: ambas precisan de esfuerzo, tiempo, maduración, ambas pueden llevarse a cabo de múltiples maneras, ambas requieren creatividad y curiosidad, y ambas tienen "ese poder, precioso y necesario, de unir a los seres humanos".
No tengo ni idea de vinos. Pero ni idea. Y zambullirme en el día a día de Richard, ese druida barbudo que habla con sus viñas y puede pasarse horas y horas eligiendo la madera exacta de sus barricas me ha abierto la puerta de un mundo apasionante. Ya no volveré a llevarme a la boca una copa de vino sin acordarme de las viñas de las que procede, esas hileras exuberantes de vegetación en verano, llenas de encanto y aroma solar, que seis meses después se convierten en el "rostro de un viejo feroz y sombrío, anclado a la piedra con sus pies sarmentosos".
Tampoco tengo mucha idea de cómics, a pesar de haber leído varias docenas en los últimos años. De la mano de estos dos encantadores ignorantes he podido acudir a ferias, a las casas de autores importantes, a las imprentas y a las editoriales especializadas, he podido sentarme con autores y mirar por encima de su hombro mientras trabajan y hablan de sus dibujos y sus historias. Y he aprendido, entre otras cosas, que los dibujos, por sí solos, también pueden contar historias. También pueden ser escritura. Que leer cómics como tiras de diálogos ilustrados es perderse toda la capacidad narrativa y expresiva que esconde la ilustración.
Esta historia me ha recordado, quitando los dramas sentimentales, a la película Entre copas. Tiene el aire disfrutón y desenfadado de esos pequeños placeres de la vida que sólo se disfrutan de verdad cuando se comparten. El blanco y negro del dibujo es cercano, no necesita de ningún color para ser acogedor y cálido. Y al cerrar el libro tras pasar la última página, he sonreído, satisfecho, como tras una comilona en buena compañía, y ahí estaba, ese olor, esa paz, esa mezcla de risas, distensión y hospitalidad que vibra en el aire y que inmediatamente te descarga una corriente de alegría por las venas.
Étienne Davodeau y Richard Leroy |
No hay comentarios:
Publicar un comentario