Hay un abrazo escondido en este libro. Un abrazo hecho de esas palabras tan frágiles que los personajes de esta novela no se atreven a pronunciar. Un abrazo que dice ven y dice te quiero y dice te perdono. Hay un abrazo que va cambiando al final de cada capítulo, a medida que la imagen completa de esta historia va cobrando forma con cada pieza del puzle que leemos. Un abrazo cambiante, frágil, mudo, hecho de capas y capas de secretos que me ha dejado blando y conmovido, desubicado como al recuperar un recuerdo valioso. Que me ha dejado, sobre todo, agradecido.
Lydia ha muerto. La han encontrado ahogada en el lago. Ahogada. Con dieciséis años. ¿Cómo es posible? Era muy inteligente, tenías muchas amigas, era la chica perfecta. ¿Cómo es posible? Quizá estaba un poco deprimida, sus notas se resentían, la habían visto con un chico de mala fama. ¿Cómo es posible? Sus padres se lo preguntan. Sus hermanos se lo preguntan. Cada uno con su dolor y sus sospechas, todas insoportables y todas diferentes, como las esquirlas de cristal de un escaparate hecho pedazos. ¿Cómo es posible que alguien a quien quieres tanto pueda desaparecer así sin más, llevándoselo todo, tu cariño, tus abrazos, su futuro, tu futuro, llevándoselo todo?
Todas las familias guardan secretos. Emociones que nos abruman y que pesan demasiado para convertirse en palabras. Hechos enterrados en lo más profundo de nuestra memoria, transformados con el paso del tiempo en una extensa e imperceptible red de fragilidades y dependencias. En pequeñas bombas de relojería sin explotar. Desde fuera parecen nimiedades. Una madre insistiendo en los deberes de su hija. Una adolescente que sólo recibe libros por sus cumpleaños. Un chico que pide un telescopio para Navidad y recibe una radio en su lugar. Una niña que se esconde bajo la mesa para llamar la atención durante la cena y nadie se da cuenta de su ausencia hasta tres horas después. Nimiedades. Detalles que apenas agrietan la superficie de una vida familiar. Pero que se convierten en fallas tectónicas capaces de hacer temblar continentes enteros de afecto y confianza.
Hay muchos secretos en este libro. Muchos malentendidos. Queriendo ofrecerle a Lydia la vida que ella nunca tuvo, su madre insiste año tras año en que tiene que ser médico. Y para ello, tiene que estudiar. Física, química, biología. Tiene que sacar las mejores notas. Y, sobre todo, perseverar. Allí donde ella fracasó, su hija tiene que triunfar. Es una lección de vida que la madre quiere que atesore, para que su hija sea feliz. Es decir, para que su hija alcance la felicidad que ella quiso y perdió. Pero, ¿coincidirá con la felicidad que Lydia quiere para sí misma? Disfrazados de amor y de orgullo, los miedos y las expectativas frustradas de su madre van presionando año tras año a una niña incapaz de defenderse de ese torrente de atención, van desalojando los deseos y caprichos infantiles para hacer que lo que su madre desea para ella ocupe todo el espacio, contaminando su relación de un amor inconmensurable construido sobre un chantaje.
Hay un abrazo escondido en este libro. Un abrazo que explota en un sinfín de emociones con cada secreto desvelado, con cada matiz que va descubriendo la profundidad insospechada de los personajes. Un abrazo que me gustaría devolverte, Celeste Ng, feliz y conmovido, para darte las gracias por esta novela tan emocionante.
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