En 2014 se lanzó el proyecto Hogarth Shakespeare con el objetivo de que escritores contemporáneos eligieran una obra de Shakespeare para usarla como inspiración en una novela-homenaje al bardo inglés. De momento se han unido al proyecto autores como Jeanette Winterson, Jo Nesbo, Anne Tyler, Tracy Chevalier, Edward St. Aubyn, Howard Jacobson y Margaret Atwood. Yo he empezado por la novela de esta última y me he quedado impresionado: si todas son así de buenas, ¡tengo festín literario para rato!
Me apasiona cómo está construida la trama. La autora utiliza la representación de La tempestad, llevada a cabo por un grupo de presos en una cárcel canadiense y dirigida por un director de teatro caído en desgracia, para desarrollar los paralelismos entre la obra de Shakespeare y sus propios personajes, todo unido por la idea de venganza. Los personajes de Shakespeare, al igual que los actores que los representan, están presos, náufragos en una isla que es su cárcel; y el personaje principal de la novela, al igual que Próspero en La tempestad, busca la venganza por haber sido desposeído de su poder y su influencia. Es un juego de planos narrativos verdaderamente cautivador. Irónico, y por momentos, desternillante.
Por orden del director, las únicas palabrotas que los presos pueden usar son las que aparecen en La tempestad. Y es hilarante leer los insultos isabelinos en la boca de criminales canadienses de hoy en día.
¡Que te den, perro pecoso!
¡Inmundo pestífero!
¡Monstruo escorbútico!
¡Cabeza de ciénaga!
¡Semilla de bruja!
No hay nada como ampliar el vocabulario arrojadizo para hacer las delicias de un grupo de hombres recluidos que no tienen nada mejor que hacer que lanzarse palabras unos a otros.
El protagonista, este genio del teatro, se ha pasado varios años solo, en una cabaña, rumiando su derrota. La nieve, el silencio y el aislamiento le han llevado a confundir la realidad con el deseo. "Somos del material con que se hacen los sueños". Ve cosas que no existen, personas que murieron. Y lo sabe. Se da cuenta. Pero no se resigna. No quiere resignarse. Resignarse significaría ceder, rendirse al desánimo, aceptar que su destino se reduzca a no volver nunca a experimentar la adrenalina de un estreno, a no salir nunca más de la isla a la que llegó naufragado. Y él quiere recuperar su vida. Su pasión. Qué demonios, quiere su venganza.
La semilla de la bruja es un fantástico homenaje al teatro. Al teatro como espectáculo, como creación, como forma de escaparse de sí mismo, de desdoblarse, de ser otros. El teatro como redención, también. Qué mejor catarsis que un asesino interpretando a Macbeth. Que un hombre de teatro sediento de venganza utilizando el arte de las mil caras para cambiar la realidad y recuperar su razón de vivir.
Margaret Atwood |
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