lunes, 10 de abril de 2023

LOS HOMBRES QUE ODIAN A LAS MUJERES

"¿Y si la violencia contra las mujeres se ha convertido hasta tal punto en el papel pintado de nuestra vida que se ha camuflado a la perfección?" Al fin y al cabo, quienes la cometen no son monstruos, son hombres normales y corrientes. Parecen extraños, radicales, difíciles de creer. La palabra violador evoca en el imaginario colectivo a un ser sacado del bestiario, una mitología de ficción. Menos cuando son nuestros primos, nuestros sobrinos, o aquel medio ligue un poco raro con el que no llegamos a más porque encontramos a otro mejor. 

En 2012, con veintiséis años, la británica Laura Bates fundó el proyecto Sexismo Cotidiano. Empezó con una página web que invitaba a la gente a contar anécdotas de la discriminación sexista que sufrían en su día a día. En poco más de un año había recabado más de cien mil historias, desde acoso callejero hasta violaciones en grupo. Montones de pequeños incidentes que, puestos todos juntos, muestran cómo diariamente miles de mujeres son toqueteadas, perseguidas, acosadas, maldecidas, increpadas, amenazadas, menospreciadas, atacadas y violadas en todo el mundo, por el simple hecho de ser mujeres. 

Plasmó sus ideas y experiencias sobre este tema en un ensayo titulado Sexismo cotidiano, uno de los libros que más influencia ha tenido en mi forma de entender cómo los estereotipos de género desembocan en violencia contra las mujeres. Y ahora vuelve a la carga con un libro de investigación sobre la machoesfera, esa comunidad misógina de millones de integrantes que, desde distintos foros, webs, chats y redes sociales alimentan y propagan el odio contra las mujeres en todo el mundo, y que ha permeado desde la educación de los adolescentes en vídeos de Youtube hasta los medios de comunicación más populares y los discursos en la tribuna de muchos parlamentos en todo el mundo. 

Empieza con los incels (abreviatura de la expresión inglesa involuntarily celibates, célibes involuntarios), quizá la comunidad misógina más violenta, consagrada a odiar con virulencia a las mujeres. Es una subcultura violentamente antifeminista cuyo auge ha coincidido con la cuarta ola del feminismo y que promueve la violencia contra las mujeres hasta el punto de perpetrar con ese fin asesinatos masivos en Estados Unidos. Sus influencias ideológicas beben del nacionalismo y el supremacismo blanco, promueven la victimización de las personas blancas, la idea de que el multiculturalismo y la corrección política están atacando la identidad blanca, el desprecio por el feminismo, denuncian que los derechos de las mujeres están poniendo en peligro los derechos de los hombres, y tienen una correlación política directa con buena parte de las políticas de extrema derecha. 

Laura Bates


La ideología incel se alimenta de un rencor furibundo y se legitima por un supuesto derecho de todos los hombres a tener relaciones sexuales con mujeres, derecho del que se sienten desposeídos. Son hombres blancos jóvenes, insatisfechos con sus vidas, solitarios, a menudos frustrados por una vida laboral precaria, una vida emocional sin desarrollar, una vida familiar conflictiva, que se sienten humillados cada vez que las feministas sacan a colación el supuesto privilegio del hombre blanco sobre el resto de grupos demográficos. No se sienten nada privilegiados. Al revés, se sienten parias de la sociedad, aislados, deprimidos. Y en la comunidad incel sienten que pueden formar parte de un grupo de gente similar a ellos en el que pueden expresar sin trabas aquello que sienten pero que no se atreven a decir. 

Muchos de estos jóvenes blancos de verdad necesitan ayuda. Pero se empeñan en identificar a las mujeres como el origen de todos sus males, cuando en realidad es la idea tóxica de su masculinidad, basada en un batiburrillo de roles de género tradicionales, la que a menudo los lleva a sentirse fracasados, amargados y humillados. Idea tóxica que precisamente el feminismo, al que perciben como su enemigo número uno, lleva muchas décadas combatiendo. 

La influencia de la ideología incel se ve claramente en un aumento de la misoginia entre los hombres jóvenes en la última década, en el vínculo entre violencia y sexo, en el rechazo al feminismo, en la necesidad de encontrar una comunidad de hombres para sentirse arropados y poder por fin denunciar una supuesta conspiración mundial de las mujeres para sojuzgar a los hombres. No se trata de diminutos reductos virtuales habitados por un puñado de pringados desquiciados que se han entregado a un delirio misógino. Son cientos de miles de hombres dedicados, tanto fuera como dentro de internet, a una industria que mueve sumas millonarias con el objetivo de empoderar a los hombres cosificando, denigrando, sojuzgando, maltratando y, en última instancia, matando a las mujeres. 

Pero no solo de incels habla Laura Bates. La misoginia militante tiene otros grupos que comparten su victimismo y su odio desde distintos puntos de vista. Están los hombres seductores que aprenden predatorias estrategias de caza sexual para sentirse poderosos. Están los hombres paranoicos que se sienten víctimas del feminismo y renuncian a todo tipo de relación con mujeres para "seguir su propio camino". Están hombres que acosan y amenazan a las mujeres en internet, especialmente a las mujeres influyentes, especialmente si son feministas, racializadas, del colectivo LGTBI o migrantes. 

El odio al feminismo y todo lo que representa ha calado en amplios sectores de la sociedad. Cualquier profesor o profesora con sensibilidad feminista lo sabe: los gestos, los desprecios, los bufidos, las salidas de tono, las proclamas eufóricas proliferan en clase en cuanto se nombra el feminismo. Laura Bates defiende que para contrarrestar esta ola misógina que amenaza la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres es imprescindible más educación afectivo-sexual desde el inicio de la adolescencia, educar en la importancia del consentimiento para detectar conductas tóxicas y desterrarlas de las relaciones amorosas y sexuales. Es imprescindible que la lucha antiterrorista incluya a la misoginia como delito de odio contra un colectivo discriminado, para poder desactivar las amenazas del terrorismo misógino con la misma efectividad que se desactivan las amenazas de otros tipos de terrorismo. Y es vital que nos tomemos más en serio el ciberacoso, las amenazas de violencia y de muerte que reciben miles de mujeres en todo el mundo, mujeres como Laura Bates que lo único que hacen es defender públicamente la igualdad de derechos y oportunidades para hombres y mujeres, que es la base de una convivencia saludable y fructífera. 

Me ha gustado mucho este ensayo. Me ha dado mucho miedo, también. Da escalofríos ver la cantidad de violencia que muchos hombres pueden llegar a justificar con tal de defender la idea que tienen de sí mismos. Me ha gustado especialmente la traducción de Paula Zumalacárregui, con sus notas aclaratorias al pie de página en las que a menudo describe la jerga misógina para que podamos entenderla pero se niega explícitamente a encontrar un término ingenioso en español, lo cual se agradece: hay ciertos conceptos que es mejor no acuñar. Me parece muy valiente el activismo y la labor de Laura Bates. Su exposición constante, en medios de comunicación y sus charlas semanales sobre feminismo en colegios de Gran Bretaña. No debe de ser fácil, con la cantidad de amenazas que recibe, mantener el optimismo, a pesar de lo que se encuentra. Pero lo mantiene. El optimismo en la fuerza de las historias para transformar la realidad, para redimir el dolor y encontrar mejores formas de estar en el mundo, con nosotros mismos y con los demás. 







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