lunes, 3 de enero de 2022

EL PAÍS DE LOS OTROS

El lenguaje es un campo ilimitado, un terreno de juego inacabable que explorar. Ponerle vallas o vivir con las mismas palabras sin incorporar nuevas es como resignarse a vivir para siempre en el mismo metro cuadrado. Es construirse una jaula invisible que asfixia nuestros pensamientos. Algo parecido ocurre cuando leemos siempre el mismo tipo de libros. La repetición termina siendo tan satisfactoria como la rueda para el hámster. Esta novela de Leila Slimani ha sido para mí como un palo entre los radios de la rueda. Tras la caída, me he encontrado con un montón de palabras nuevas, palabras que me han abierto los ojos a nuevos espacios y sabores y colores, y que han pulverizado cualquier jaula lectora hecha por la costumbre que pudiera tener en mi cabeza. 

Mathilde, trasunto de la abuela de la autora, es una joven francesa, enamorada de Amine, un oficial marroquí que ha conocido en los últimos meses de la segunda guerra mundial. Cuando llega al Marruecos colonial en 1946 se encuentra un país inesperado. Todo le resulta diferente de aquello que había conocido hasta entonces. Tan diferente que, para poder describirlo, necesitaría palabras nuevas, todo un vocabulario liberado de su pasado para expresar las emociones, la luz cegadora, el estupor diario ante tanto misterio y tanta belleza. Mathilde podría trasplantar su cultura francesa en la colonia marroquí, podría tratar de mirar su nuevo hogar con sus ojos de alsaciana. Pero decide no hacerlo. Decide no mirar su nueva vida desde la jaula de sus costumbres. Y se arriesga a buscar palabras nuevas para describir todo lo que no comprende. Aprende árabe. Lo acomoda a su boca. A su volumen. A sus gestos. Aprende nuevas formas de vida, no sólo para apropiárselas sino también para combatirlas. Sobre todo cuando atentan contra la dignidad de las mujeres. Y aprende que el amor por la belleza es común a todas las personas en todas las partes del mundo, pero para que no se extinga y se convierta en indiferencia, es necesario aprender las palabras necesarias para expresarlo y compartirlo. 

El país de los otros es una novela épica de la intimidad. En eso me ha recordado a Hamnet, de Maggie O'Farrell. Las batallas se libran en las cocinas, en la penumbra de las habitaciones. El heroísmo se esconde en las manos de las madres que cuidan de sus hijos heridos. La revolución tiene más que ver con la angustia de los que se resguardan de la violencia que con el arrojo suicida de los que son capaces de inmolarse por una idea. 

También es una novela sobre el mestizaje, y la discriminación que siempre acarrea. A Amine le discriminan sus compatriotas por haber ido a luchar por una Francia colonial que les oprime y encima haberse casado con una hereje extranjera. Y le discriminan los colonos franceses porque, a pesar de todas sus condecoraciones de guerra, a sus ojos no deja de ser "el moro" al que cualquiera tutea. Mathilde, por su parte, siempre será la blanquita extranjera para los marroquís. Y, para los franceses, la que se rebajó a casarse con un "moro" y vivir en la pobreza. Cuando el nacionalismo señala al diferente, las parejas mixtas son siempre el blanco perfecto de la ira de los fanáticos. Y hace falta mucho amor para sobrevivir a tanto desprecio. 

Por último, es una novela sobre un pueblo que exigió libertad e independencia, pero no fue capaz de otorgársela también a las mujeres. Los hombres gritaron y se rebelaron, y la revolución triunfó. Las mujeres gritaron y se rebelaron, y ni ellas mismas lograron escucharse. Marruecos se independizó de la ocupación colonial francesa, pero las mujeres no consiguieron liberarse ni un poquito de la ocupación masculina de sus cuerpos y sus vidas. 

El país de los otros es la primera parte de una trilogía inspirada en la familia de la autora, y que abarcará probablemente todo el siglo XX. Su final abierto me ha dejado con ganas de más. Con ganas de seguir abriendo nuevos horizontes a mis lecturas. Con ganas de seguir rompiendo con la jaula de lo aprendido y seguir incorporando nuevas palabras y miradas a mi forma de ver el mundo. 






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