Cada año, por estas fechas, P. me regala un cómic. Parece una tontería, pero es como regalarle un buen pescado a un pescadero. ¿Cómo lo escoge? ¿Cómo consigue encontrar tan fácilmente algo que yo no conozca y me guste? El caso es que lo hace y siempre me sorprende. Y este año, con El piano oriental, se ha superado.
Las páginas de este libro suenan. Pío, pío, scrouitch, scrouitch, taca taca. La ilustración vibra de vida desde el primer dibujo. De vida y de amor. Y de belleza. Desborda fantasía e imaginación. Es uno de los cómics más bonitos y felices que he leído nunca.
"Si existiese un metrónomo para el corazón humano, habría indicado que Abdalah era allegro, con repentinos picos de presto". Abdalah fue el bisabuelo de la autora y el creador del "piano bilingüe", un instrumento capaz de producir los cuartos de tono característicos de la música oriental, algo imposible para los pianos normales. Abdalah fue también, en el dibujo de su bisnieta, un pez volador tierno e hiperactivo, siempre sonriente. Porque en este libro los hombres pueden ser peces, y como peces hablan. Y habla la luna. Y hablan las corbatas.
El piano oriental es un homenaje a un hombre que imaginó la música como un puente entre dos culturas, la libanesa y la francesa, la árabe y la occidental. Y es que es un privilegio que dos culturas formen parte de ti. Que dos idiomas se entrelacen en tu percepción del mundo y configuren tu sensibilidad y tu identidad. Que sean las hebras frágiles y valiosas de lo que eres.
El piano oriental es una historia de amistad que cuenta cómo un allegro saltarín puede ser amigo del alma de un adagio con bigotes. Es preciosista y dulce. Sencillo y perfecto como un pájaro cantando contigo un aria de Mozart. Es abrir una ventana en París y escuchar el murmullo del mar.
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