¿Cómo lo hace? ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo logra Mayte López crear un lenguaje que suena a sol, que transmite calor y alegría y baile en las venas para contar una historia que rabia y entristece y te hiela la sangre?
Lo vemos todos los días. Las sonrisas de esos señores, de esos viejitos, de esos chavales que vienen a saludar, a comprar un libro, tan mansos, tan cordiales. Te dan una sensación estupenda. Como de salir a la calle en manga corta aunque apriete el invierno. Y sin embargo la temperatura puede ser otra. Es otra, muchas veces, y no nos damos cuenta. ¿Quién lo sabe? Uno sale de casa con un jersey finito porque ahí dice que 16 grados y para qué más. Pero luego el viento ruge y la humedad te congela la mitad del hueso y la sensación es otra muy distinta, muy alejada de las sonrisas de esos señores, esos viejitos, esos chavales que vienen a saludar tan educados, tan simpáticos, y nunca sabremos qué hacen con sus mujeres, cómo las tratan, qué ocultan, qué sensación térmica real esconden bajo su aparente temperatura.
Sensación térmica es una bomba de relojería. Trata sobre la vulnerabilidad de las mujeres frente a la violencia de los hombres. La violencia de esos novios posesivos que una noche quieren fiesta y su chica no tanto y se frustran y la acusan de ser muy amiga de no sé quién y de dejarles en evidencia y quién te has creído que eres a mí no me engañas más, y les cogen el bolso con el móvil y las hacen bajarse del taxi en plena noche helada de invierno y las dejan tiradas para que se apañen y aprendan, sencillamente porque sí, porque pueden, para que ellas sepan que pueden. Si total, no pasa nada, al día siguiente se disculpan compungidos, compran una flor o ni eso, lloran un poquito o ni eso, y se hacen las víctimas, es que el paro, el jefe, la economía mundial, mi madre mayor, se revuelcan, se rebozan en su victimismo machito y ya está resuelto, asunto olvidado, hasta la próxima.
La violencia de los abuelos sentados en los porches que fuman y fuman y ríen y ríen y parecen locos, dulces loquitos, perdidos en su demencia, pero miran con insistencia las falditas de sus nietas, las cinturitas de sus nietas, y comen con la boca abierta y se rascan la entrepierna, y cuando se quedan solos y la nieta pasa a su lado y nadie mira la agarran y la soban toda y palpan pellizcan aprietan con sus manos sarmentosas hasta que la nieta consigue al fin escurrir su cuerpo diminuto de esas manos enormes y se separa aturdida, por qué ha hecho eso el abuelo, qué juego es este, y nadie dice nada, nadie oye, nadie sabe, y el abuelo mira para otro lado, suspira, vuelve a sus cigarros y a su locura, dulce loquito, y se ríe de nuevo.
La historia reúne a tres estudiantes latinas en un Manhattan helado. Las tres comparten una fascinación por la ciudad, no exenta de nostalgia, y las oportunidades que promete, y todas están expuestas a la ansiedad que provoca la precariedad laboral y la precariedad emocional. Un filo que corta y por el que parece que no se puede caminar sin caerse. Son mujeres jóvenes, como tantas en todo el mundo, en busca de alegría, libros, fiestica y amores paladeables, mujeres que se adentran en una vida llena de espinas y trampas de masculinidad tóxica.
Una vida de ansiedad, ojeras, cansancio, alerta permanente, uñas mordidas, dudas para todo, inseguridad por las nubes, euforias repentinas seguidas de bajones infernales. Insomnio, insomnio como el estribillo pesadillesco de una canción en bucle. A pesar de las olas del mar que salen de esa aplicación del móvil para dormir, una vida de ojos abiertos a la nada, al pasado, al abuelo sentado en el porche, al padre frágil sádico, a su amiga perdida en la misma historia de maltrato, a su amiga de piernas largas como carreteras, a sí misma, al frío, a la nada.
Una vida de acudir a una psicóloga y hablar de su amiga, su amiga feliz y vocinglera que está perdiendo las ganas de vivir por culpa de un maldito psicópata, elegante y carismático psicópata. Hablar de su amiga porque cómo hablar de ella misma, aunque la psicóloga la apremie let's go back to you, cómo hablar de sí misma sin mentir ni adornar nada ni omitir nada, cómo ser franca con alguien si no ha podido serlo nunca consigo misma. Y a pesar de que sus amigas le digan que es igual, que lo importante es hablar aunque no digas toda la verdad, porque ¿quién no le miente un poco a su psicóloga?, ella piensa ¿y entonces para qué sirve?, ¿qué sentido tiene ir a terapia?, pero hablar, hablar de verdad, cómo hacerlo si cada palabra es una imagen, una aguja, una brasa que la perfora, la quema, la aplasta, la deja muda, cómo hablar si cada palabra desaparece cuando reúne el valor de extender la mano para agarrarla.
Mayte López ha escrito un libro radiante y glacial. Un prodigio de rabia y color y maravilla que deja un sabor extraño en la boca. Una mezcla de admiración y horror, de alegría y rabia, de temblor que es a la vez terremoto y esperanza.
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