Recordamos con angustia las novelas de posguerra que leímos hace años. Especialmente Nada, de Laforet, cuyo centenario de este año pasado la ha vuelto a poner en el centro de la literatura española de posguerra.
Pero el de Nada es un recuerdo angustioso. Con ese recuerdo amargo de una época durísima de nuestra historia, nos zambullimos en esta novelita maravillosa, Violeta y barro. Y con ella nos sacudimos la amargura y la angustia de esa posguerra urbana, para acoger la ternura de los personajes de esta novela que solo se entiende desde la sororidad y el amor. Una historia ambientada en una pequeña villa que nos hace imaginar en Cataluña, quizás cerca del Pirineo, porque aparecen montañas y partisanos y cuevas y huidas.
Desde un tono ligero y una carga poética en las descripciones de los personajes y la evocación de los diferentes pasajes, la autora, Alicia Rubio, nos presenta a una muchacha llamada Violeta que pasa de la infancia a la adultez con todos los despertares que van asociados a ese salto: el despertar sexual y también el de conocimientos. A través del hueco de su habitación, Violeta escucha las conversaciones de fuera e intenta descifrar los códigos del mundo adulto, un mundo que no llega a comprender del todo, pero que desea ardientemente conocer. Quiere ser adulta. Quiere que dejen de esconderle los secretos. Quiere saber.
Esta es una historia de posguerra con final feliz, aunque nosotros sabemos que no todos los finales de la posguerra lo fueron. Es una historia de clandestinidad y compromiso. De generosidad. De pobreza y hambre. De huida. Y siempre, en el centro de todo, la figura de una mujer valiente y ambiciosa, la maestra de Violeta y de muchas más mujeres y hombres del pueblo, que se agarró a las armas más poderosas de todas para enfrentarse a la desolación de los vencidos: la educación y el amor.
Violeta y barro se termina de leer con una sonrisa. Con el recuerdo de tantas personas que perecieron en la huida. Con el pesar de saber que las guerras dejan muerte y destrucción y las posguerras dejan hambre y dignidades intactas. Como la de Violeta y el resto de mujeres con las que convive. Como la dignidad de doña Pilar, la maestra, comprometida con la causa de la educación hasta las últimas consecuencias.
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