A menudo, cuando uno defiende la igualdad de género se topa con un muro de escepticismo. Un muro hecho de ideología. Muchísima gente tiene tan asumidos los roles de género sexistas que para aceptar el daño que producen tendrían que aceptarse a ellos mismos como perpetuadores de ese daño. Y esto hace que se sientan atacados por algo que no alcanzan a distinguir de su forma natural de entender la vida y que no admitan la necesidad de un cambio.
Pero, ¿y si defendiéramos la igualdad de género no sólo por ética o justicia sino por simple interés económico? La necesidad de una economía sana es algo que hasta la persona menos receptiva a los derechos de las mujeres puede compartir. Y a menudo, es un tema que interesa especialmente a aquellos que menos inclinación tienen por las cuestiones sociales. Este ensayo es para ellos. Para todos los que piensan que la igualdad de género es una tontería o algo del pasado y que lo que importa es la economía. Ay, amigos, pero ¿qué economía puede importar si de una manera estructural desestima la participación de la mitad de la población?
Linda Scott sostiene en La economía Doble X que la igualdad de trato económico para las mujeres pondría fin a algunos de los males más costosos que existen, y generaría al mismo tiempo prosperidad para todo el mundo. Suena improbable porque parece demasiado fácil. Suena a slogan de campaña electoral populista. Pero Linda Scott argumenta, con una cantidad abrumadora de datos, que la teoría es así de simple. Basta repartir de forma más equitativa el control económico del mundo entre hombres y mujeres para generar riqueza y resolver conflictos. Así de simple. De terriblemente simple.
La economía es el campo más dominado por hombres en las universidades de todo el mundo. En las universidades los economistas aprenden que su especialidad está muy por encima de las desigualdades de género y tienden, a menudo inconscientemente, a menospreciar y a desestimar a las mujeres como colectivo. Teniendo en cuenta el impacto descomunal que los economistas tienen en la configuración de nuestras sociedades, esta misoginia tradicional tan arraigada sólo puede perpetuar la desigualdad.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Foro Económico Mundial han estudiado la correlación entre la igualdad de género y la viabilidad económica de las naciones, con un resultado recurrente: a mayor igualdad de género, mejor nivel de vida. Pero la igualdad no es la consecuencia de un buen nivel de vida, sino la causa: es la liberación de las mujeres la que enriquece la economía de los países, y no la prosperidad de las naciones la que trae consigo la igualdad de género.
Linda Scott demuestra que los gastos sociales en mejorar la vida de las mujeres y equipararlas en salarios, derechos y oportunidades, no es un gasto sino una inversión. Una inversión que, además, siempre provoca unos beneficios gigantescos. Y si los economistas lo rechazan no es por falta de datos, de estadísticas y de ejemplos: es simple y llanamente por ideología.
Como ya insistía Caroline Criado Perez en La mujer invisible, combatir la desigualdad ya no es sólo una cuestión básica de ética, justicia y dignidad. Este ensayo nos enseña que es una cuestión económica urgente. El coste económico que supone en todo el mundo la violencia contra las mujeres y no tenerlas en cuenta en la toma de decisiones a nivel público es brutal y lo puede entender cualquier hombre que entienda un gráfico con estadísticas, aunque carezca de toda moral y empatía. Ya no hay excusa. Sólo prejuicios y el deseo de permanecer en la ignorancia para perpetuar un privilegio masculino criminal.
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