Cuando tenía siete u ocho años, un niño de nuestra clase se dedicaba a aterrorizar a los demás. Era el típico matoncillo de recreo, el que levantaba las faldas a las niñas, te tiraba un vaso de agua en tu dibujo justo antes de entrar en clase o te arrinconaba en el baño amenazándote con pegarte y no te dejaba salir hasta haberte obligado a suplicárselo entre lágrimas.
Un día, para consolarme de alguna fechoría sufrida en mis tiernas carnes, no recuerdo qué adulto me dijo que en realidad el muy bribón era muy débil. Muy frágil. Que necesitaba amedrentar a los demás para no sentirse inferior, para ocultar su fragilidad. No lo entendí del todo pero sé que me hizo bien. Le perdí parte del miedo. Y, sobre todo, el respeto que se había ganado en toda la clase a base de golpes.
Esta novela está dedicada a todos aquellos que han sido humillados públicamente en el colegio. Aquellos que han recibido golpes, zancadillas, empujones. Que han sido forzados a meter la cabeza en un váter sucio lleno de pis y que han pasado media hora después tratando de limpiarse la cara y la ropa para tratar de volver a clase con algo de dignidad. Aquellos que han recibido amenazas delante de todo el mundo y han visto cómo nadie salía a defenderles, por miedo a convertirse ellos en víctimas también. Aquellos que han preferido pensar que se habían vuelto invisibles y que los demás no los veían para tratar de explicar que sus amigos no reaccionaran a su sufrimiento.
Abusones los hay por todas partes. En la librería también, qué remedio. Su violencia se transmite en el tono de voz, en el uso de imperativos, en los gestos y miradas. Yo procuro fijarme bien para que la cordialidad con que se envuelven no me despiste. Hay pocas cosas que me molesten más que reírle las gracias a un matón de patio de escuela. Y a partir de ahora voy a recomendar mucho esta novela, sobre todo para chicos y chicas de entre doce y quince años, porque de una manera tremendamente entretenida señala una realidad que la mayoría de nosotros hemos vivido y ante la que pocos hemos sabido reaccionar a esas edades.
Cuando hace unos años reapareció aquel abusón de mi infancia en un grupo de whatsapp de antiguos alumnos, con la misma actitud chulesca y avasalladora, todo el mundo le hizo el vacío hasta que uno de los administradores se hartó y le bloqueó. Fue algo natural, compartimos todos un silencioso suspiro de alivio. Y me alegré. Me alegré mucho. En algún momento de nuestras vidas todos habíamos interiorizado lo que señala Eloy Moreno en esta novela, todos habíamos aprendido a desconfiar de la violencia de los débiles y a ponerle freno sin dudar.
Qué gran reseña y cuánta verdad hay en lo que comentas. Y qué buena idea recomendar una novela así a niños en edad de sufrir este tipo de situaciones tan terribles. ¡Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti por leer y comentar, Guille.
EliminarAbrazos.