Temblor. Fragilidad. Dulzura. Un cuerpo que antes era firme y resuelto ahora se ha convertido en esto. En este amigo poco fiable. Vulnerable, débil, vacilante. Se ha convertido en otro cuerpo. Otro cuerpo que es el mismo, pero transformado, a veces, en la sombra de aquel. En su recuerdo.
Marie y Jérôme van a visitar a Michka a la residencia. Marie es su vecina, la nieta que nunca tuvo. Jérôme es un ortofonista que ayuda a Michka a no perder las palabras. Ambos saben que sus visitas no se deben sólo al deber ni al trabajo. Que hay algo más. Algo en la forma que tiene Michka de moverse, de mirar atentamente cuando le cuentan una historia. Algo que se parece a la gratitud.
Hay algo en la coquetería instintiva de Michka que conmociona a Jérôme. Algo en esas señoras que se miran en el espejo y se recolocan un mechón rebelde y se frotan una mancha invisible de la chaqueta para recibirle con dignidad en ese lugar sin intimidad donde es tan fácil olvidarla. Con esos gestos Michka intenta mantener a raya la realidad. Que no se le escape. Porque lo cierto es que cada día nota que pierde cosas, ideas, frases, palabras. Nota que las mezcla, que las confunde. Tiene la sensación recurrente de haber extraviado algo y se pone a buscar, sin darse cuenta de que no sabe qué ha perdido. Guiada por esa sensación de pérdida, de extravío, busca algo sin saber qué es.
Cada vez que Marie la visita lo nota. Las palabras de Michka se tropiezan, se confunden. Parten de su cabeza de una manera pero al pasar por su boca salen transformadas, rebeldes, desordenadas. Palabras que necesitan ser controladas, domesticadas de nuevo, acariciadas, para que obedezcan a una voluntad que está siendo asaltada por la revolución de la enfermedad. Asaltada y desertada. Las palabras se rebelan y abandonan sus puestos. Se van. Desaparecen. Y Jérôme sabe que su tarea no consiste en vencer la enfermedad ni en tratar de recuperar todas esas palabras en desbandada, sino en retrasar la pérdida, en contener el silencio, en conseguir darle a Michka más días, más semanas de palabras antes de que todas terminen por abandonarla.
Delphine de Vigan ha escrito una novela emocionante, de una sensibilidad exquisita, sobre la pérdida y sobre la necesidad de expresar la gratitud. Sobre la urgencia de rescatar las palabras que nunca nos decimos, esas que siempre se quedan mudas y desordenadas en el borde del pudor, para tendernos las manos y tocarnos y decirnos, al final de todo: gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario