Se ha escrito muchísimo sobre esta fascinante mujer, incluso se han hecho películas, y esta biografía creo que nos ofrece una visión muy completa de sus luces y sus sombras. Estudió para ser compositora y pianista pero, por la presión social de su época y también de Gustav Mahler, su primer marido, sacrificó una carrera musical que prometía muchísimo para dedicarse a ser la musa e inspiración de hombres tan destacados como Gustav Klimt, Gustav Mahler, Walter Gropius (segundo marido y arquitecto fundador de la Bauhaus), Franz Werfel (escritor y tercer marido) y Oskar Kokoschka, con quien mantuvo una relación apasionada y tormentosa (cuando dejaron la relación, Kokoschka se hizo construir una muñeca exactamente igual a Alma con la que convivía. Fue una paranoia, pero Alma recurría con frecuencia a seguir relacionándose con él incluso estando casada con Mahler).
Alma Mahler nació en 1879 en Viena y murió en Nueva York en 1964. Vivió una época que comprende las dos guerras mundiales y la guerra civil de España, en la que su último marido, Franz Werfel, tomó claro partido por la República y en cambio Alma sentía mayor afinidad por los fascismos, tanto de Italia como de España. Aunque no de forma clara, también se dejó influir por simpatizantes de los nazis, y, a pesar de que se casó con dos judíos, Mahler y Werfel, manifestó en muchas ocasiones un antisemitismo relativo, tan extendido en Austria en los años treinta. En 1938, cuando se percataron del gravísimo peligro que corrían, en una huida rocambolesca por el sur de Francia atravesaron a pie los Pirineos para pasar a España y llegar a Lisboa, desde donde embarcaron hacia Nueva York y su exilio dorado.
Fue contemporánea de brillantes intelectuales y artistas con los que se relacionaba en los salones de sus casas, donde recibía de forma habitual a personajes como Thomas Mann, Elías Canetti, Joseph Roth, Erich María Remarque, Bruno Walter o Marlène Dietrich. Fue conservadora y monárquica, vivió el final del Imperio Austrohúngaro como una tragedia y tuvo la suerte de tener una infancia feliz al lado de su padre, el pintor Emil Jakob Schindler, protegido por la Corte, aunque en sus inicios pasara muchas penurias. Su padre murió cuando Alma tenía solo trece años, y su madre, cantante, se casó de nuevo con Carl Moll, un nazi que al final de la Segunda Guerra Mundial se suicidó junto a dos familiares más, al ver derrotado el nazismo. Alma nunca congenió con su padrastro, tuvo a su padre en el altar de su memoria.
El recorrido de esta biografía me ha llevado a recordar a otro insigne vienés, Stefan Zweig, contemporáneo de Alma y uno de mis escritores favoritos, que se exilió cuatro años antes que Alma y que no pudo soportar la idea de que el nazismo fuera a conquistar toda Europa. Después de trasladarse a Inglaterra y Estados Unidos, se fue a Petrópolis, Brasil, donde el 22 de febrero de 1942 se suicidó a los sesenta años. Si hubiera podido resistir tres años más, los que tardó en ser derrotado Hitler, habríamos podido disfrutar de muchas obras literarias más de este gran escritor. Sus biografías son maravillosos retratos que nos acercan no solo al alma de la persona biografiada sino, de una forma magistral, a su entorno. Fueron muchas, solo por poner tres ejemplos, las de María Estuardo, María Antonietta y Fouché. Su ensayo El mundo de ayer retrató esa primera mitad del siglo XX en ciudades como Viena, Berlín, París de una forma inigualable.
He disfrutado mucho con esta biografía siguiendo los pasos de Alma por una ciudad, Viena, que he visitado dos veces muy distintas. En la primera ocasión, hace varios años fue una visita rápida dentro de un recorrido por toda Austria llegando al Tirol, Baviera, Nuremberg, Munich y acabar en Praga, una ciudad que me deslumbró. No hacía mucho que tenía el recuerdo de París que sí he visitado varias veces y que siempre me ha parecido una de las ciudades más bellas del mundo.
Quizá no le presté la atención debida porque fui con una licenciada en Arte que me hizo disfrutar muchísimo de todo el viaje en su conjunto, arte y naturaleza. El segundo viaje lo dedicamos exclusivamente a Viena, sus cafés, sus museos, el precioso Prater, las dos orillas del Danubio, las huellas de Mozart, Beethoven, Goethe, Freud, los palacios imperiales, la catedral de San Esteban, el tranvía de la Ringstrasse. En la época de Alma, Viena era la capital cultural de Europa y hoy, por décimo año consecutivo, consigue el primer puesto como la mejor ciudad para vivir gracias a su calidad de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario