En 1897, año de publicación de esta novela, la idea de igualdad era poco más que una palabra en las fachadas de los ayuntamientos franceses. Una palabra acompañada de otras dos (libertad, fraternidad) que seguían alimentando los sueños de muchos y los discursos de unos pocos pero que ya nadie creía que se pudieran reivindicar de una forma integral y creíble para mejorar ninguna sociedad. Nuestra constitución de 1978 le habría parecido un sueño al más revolucionario de los contemporáneos de Galdós. ¿Los ricos y los pobres son iguales ante la ley? ¿La vivienda es un derecho? Venga ya. Sueños y utopías. Y tendrían razón: tristemente, una constitución no garantiza que todo lo que dice tenga que aplicarse si otros intereses más poderosos están en juego.
De la igualdad entre seres humanos, y de esos otros intereses que siempre han luchado contra ella, trata, entre otras cosas, este clásico de uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos.
"Miseria, vergüenza, humillación, deber a todo el mundo, no pagar a nadie, vivir de mil enredos, trampas y embustes, no encontrar quien te fíe valor de dos reales".
Ya bien entrados en el siglo XXI pensamos que casi nada de esto existe ya. Que las calles de Madrid llenas de mendigos y de pobreza extrema que describe Galdós son agua pasada, y que la modernidad ha pasado la bayeta a la miseria antigua para hacer brillar la pulcritud de esta nueva sociedad globalizada. Pero más que pasar ninguna bayeta, parece que lo que ha hecho en realidad es barrer esa miseria hacia donde no la veamos, hacia los rincones oscuros bajo los muebles donde no nos duela y se convierta en poco más que una frase que ya a nadie sobresalta pero que nunca está de más recordar: uno de cada cuatro españoles en 2020 sigue en riesgo de pobreza y exclusión.
"-Es que tú no tienes vergüenza, Nina; quiero decir decoro, quiero decir dignidad.
-Yo no sé si tengo eso, pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva y no para que me deje morir de hambre".
Y de esto trata también esta novela. De la falta de dignidad que asociamos con la mendicidad, como si hubiera algo indigno en querer sobrevivir y tener el valor de pedir ayuda para conseguirlo. Y de aquellos que, acostumbrados a vivir de las rentas o de sus apellidos o de la consideración que creen que merecen de los demás, miran con repugnancia el esfuerzo diario de todos los que no tienen rentas ni apellidos ni consideración que exigir a nadie para salir adelante.
Y, como siempre, aunque en las páginas de Misericordia desfilan multitudes ladrando de hambre y la piedad por su sufrimiento es el motor de toda la historia, Galdós no deja de reservar reflejos brillantes para el humor y esa inigualable ironía marca de la casa con la que dibuja a sus personajes y que convierte cada novela suya, incluso las menos logradas, en galerías de personajes inolvidables.
Ya tengo a Benina, la maravillosa protagonista de esta novela, conviviendo con Doña Perfecta, Marianela y Miss Fly en mi cabeza. Diciéndome, con su sonrisa bondadosa y libre de rencor, que los únicos que ven indignos e indecorosos a los mendigos son aquellos que piensan que si piden para comer es por su culpa. Los únicos, en fin, que no los conocen.
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