Hueles el polvo. La sequedad de la tierra. La llanura que te rodea como un mar quieto y amarillo sin olas ni mareas. Ves esa gasolinera aislada, una isla a punto de hundirse en la llanura que, sin embargo, insiste en mantenerse a flote año tras año. Tocas los billetes usados, traídos por amigos que se han puesto de acuerdo en ese proyecto loco, un grupito de boludos sin nada que perder que van a apostarlo todo a una carta la víspera de la tempestad del siglo. Un grupito de boludos en la pampa argentina que saben arrimar el hombro cuando hace falta. Hasta cuando el plan es tan descabellado que ni en las películas americanas parece verosímil.
Sacheri tiene el poder de hacerte oler, ver y tocar. Y oír en cada página ese acento que a mí siempre me dibuja una sonrisa. Inmediatamente me voy allá, a ese país de gramática luminosa capaz de sufrir un corralito y de abrigar personajes con una humanidad que desarma y emociona.
La Noche de la Usina es un secreto. Casi nadie me pide ya esta novela, a pesar de ser un Premio Alfaguara no muy lejano, y por eso guardo los ejemplares como en secreto, medio escondidos, como un licor dulce de contrabando. Y sólo lo saco cuando hay confianza, cuando alguien me pide recomendación de un libro que te atrape y te haga reír y no te deje hecho polvo y no sea la típica novela superficial de usar y tirar y con el que puedas aprender algo. Algo como qué hacer cuando un banquero te estafa y se va con la ilusión de tu vida y la de todos tus amigos más cercanos. Algo como respirar el duelo como si fuera líquido, líquido de un mar que cada día te arrastra más hacia el fondo. Algo como la idea loca de volver a levantarse y reunir al grupito de boludos que lo perdieron todo y decirles eh, lo apostamos todo a una carta y nos la jugaron. Pero la partida no acaba hasta que nosotros lo digamos. Algo tan dulce y embriagador como la venganza.
La Noche de la Usina es un thriller, un western, una comedia negra y la mejor historia de una venganza después de El Conde de Montecristo. Nunca la épica tuvo un sabor tan cotidiano y nunca sonó tan alegre la búsqueda de la justicia social.
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