Llevo más de un mes leyendo, releyendo, reflexionando, sufriendo, concenciándome con este libro que ha escrito Alfonso Verdú, coordinador de Médicos Sin Fronteras. A medida que iba conociendo los escenarios de estos quince contextos, estas cinco problemáticas, estas docenas de historias, mi profesión y vocación de librera me decía: tienes que recomendar este libro, es necesario, imprescindible. Pero cuando llegaba el momento de ofrecer argumentos para convencer a un cliente, en cuanto empezaba a contar su contenido notaba el rechazo, la voluntad de no querer saber nada de asuntos tan dramáticos; preferían que les ofreciera cosas más suaves, amables, divertidas a ser posible.
Y el caso es que no me extrañaba, me parecía normal, pero cuando llegaba a casa y sentía la llamada de ese libro, que interrumpí varias veces para leer otros que se me cruzaron por la novedad o por el interés literario o por cualquier otra circunstancia, era como que sus personajes me pidieran ser escuchados, que conociera sus vidas, que las divulgara, que era absolutamente necesario, que no podemos vivir de espaldas a sus realidades si queremos sentirnos personas.
Las historias que aquí se cuentan ocurrieron en Perú, Marruecos, Palestina, Yemen, México, República Centroafricana, Etiopía, República Democrática del Congo, Guatemala, Somalia, Colombia, Siria, Darfur-Sudán, Irak y Kenia. No tengo palabras suficientes para describir esas realidades, por favor lean el libro y vivirán unas vidas en conflicto que no podemos ignorar.
Llevo más de treinta años colaborando con Médicos Sin Fronteras, una ONG por la que siempre he sentido una gran admiración y un gran respeto. La fundaron un grupo de médicos y periodistas en 1971, entre ellos Bernard Kouchner y Jacques Mabit. Algunos provenían de la Cruz Roja, donde se habían visto frustrados ante la obligación que les impusieron de guardar silencio ante las atrocidades que pudieron ver, por ejemplo, en Biafra. Consideraron que era necesario, además de aportar ayuda médica y humanitaria, denunciar la violación de los Derechos Humanos, profesionalizar esa ayuda y crear corrientes de opinión.
Desde su fundación ha conseguido más de cinco millones de socios, dos mil voluntarios en tareas humanitarias en setenta países y mil voluntarios en tareas administrativas. Tiene centros operacionales en París, Barcelona (de donde procede el autor de este libro), Bruselas, Amsterdam y Ginebra. En 2014 recaudaron 1280 millones de euros de los que el 89% era de financiación privada. Sin el trabajo de esta ONG, como de tantas otras, la vida de millones de personas en el mundo sería todavía aún peor.
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