jueves, 13 de marzo de 2025

PSICOMITOS

«Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad», decía mi admirada Ana María Matute, cuyo centenario celebramos este año. Es una frase sugerente que se enciende rápidamente en la imaginación de la mayoría de las personas sensibles y deja un sendero de chispas por el que resulta muy apetecible transitar. Me encanta la frase. La pintaría en alguna pared. La llevaría a una manifestación (cualquier reivindicación cabe en ella). Si fuera novelista, la pondría en boca de algún personaje en todas mis novelas. Me hechiza como todo lo bonito y brillante de la vida. Y, como todo lo bonito y brillante de la vida, encierra su pequeña trampa: la trampa de proyectar la subjetividad hasta que la objetividad desaparece.  

En este pequeño ensayo divulgativo, tremendamente fluido y asequible, Fátima García Doval hace una crítica de los excesos de la subjetividad a la hora de analizar las conductas humanas. Y son precisamente estos excesos los que llevan a tanta gente a desconfiar de la práctica psicológica y a decir que para qué ir a terapia si puedes hablar con tus amigos. En torno a la psicología se han tejido desde siempre multitud de mitos que conviene desmontar para ver la psicología como la ciencia que es y poder apreciar y respetar su inmenso y necesario valor terapéutico y de autoconocimiento. 

«Dime en qué crees y te diré qué recuerdas». Esta cita me gusta casi tanto como la de Matute, y me ha hecho pensar en aquello de que los recuerdos son en realidad ficciones basadas, en el mejor de los casos, en hechos reales, y, muy a menudo, en simples anhelos. Pensar que la propia juventud que recordamos se parece más a quienes somos en el momento de recordar que a quienes fuimos es una buena forma de desmitificar nuestra autopercepción y acoger con más flexibilidad los puntos de vista de los demás (sobre todo cuando las versiones de un hecho vivido por varias personas no coinciden). 

La autora escribe sobre la potencia de los recuerdos falsos en nuestra forma de narrarnos, sobre el inflado prestigio de la inteligencia y de las personas consideradas inteligentes, sobre nuestra tendencia a pensar que somos mucho más libres de lo que en verdad somos, sobre la importancia del pensamiento automático y lo poco que reflexionamos en realidad las cosas que hacemos, sobre la infinidad de sesgos cognitivos en los que caemos a diario para sentirnos bien y que a menudo nos llevan a conflictos irresolubles, sobre la cantidad de bulos de la psicología no científica que han conformado nuestra educación y en los que a menudo creemos porque resultan más tentadores que el análisis racional. 

«Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad». Sigo enamorado de esta frase. Y sigo estando de acuerdo. Siempre y cuando no olvidemos nunca que la estamos inventando y que la verdad resultante solo merecerá la pena si nos evita dolor y nos eleva a una actitud más generosa con las verdades inventadas de los demás. 




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