jueves, 8 de febrero de 2024

ALISON

Alison no aprendió a soñar hasta los veinte años. O, mejor dicho, sí soñó, pero no se daba verdadera cuenta. Siempre pensó que no tenía personalidad. Que mientras los demás se volvían resolutivos, atrevidos, desenvueltos, ella seguía encerrada en su burbuja de timidez que le impedía sentir el mundo y ser vista por los demás. A los veinte años, después de una vida demasiado tranquila en Dorset y sus acantilados blancos y de un temprano matrimonio que la había convertido imperceptiblemente en una versión joven de su madre, un pintor de renombre se fijó en ella. La cortejó. Le enseñó a posar. Le enseñó a pintar. Le enseñó a verse como la veía él. Y ella sucumbió al hechizo. 

Alison llegó a Londres y sintió que empezaba a vivir. Pero el pájaro que llevaba dentro todavía no se atrevía a volar de verdad. Había otro pájaro más grande que le decía que no podía. Que el nido era su hábitat natural. Que adónde quería ir, si él podía traerle lo que necesitara. Que sus plumas no eran suficientemente fuertes, que su pintura no era aún suficientemente buena. Que tenía que seguir practicando. Practicando. Era tan joven, todavía. Tan inexperta. Una niña. 

Patrick, el pintor famoso, "se declaraba antisistema con ese orgullo que solo podía permitirse una persona tan adorada por ese mismo sistema, que ponía en sus manos el dinero, y con él, la libertad para consagrar su vida a la pintura. Patrick no tenía tiempo para quienes no vivían exactamente como querían, igual que él; no concebía por qué los demás se ceñían a las convenciones. Ignoraba que a la mayoría de la gente no le queda otra, que el margen de maniobra solo existe para unos pocos escogidos". 

En Londres, Alison aprendió a amar y a que el amor se transformara en una jaula. Aprendió a luchar por su libertad. Aprendió que la lógica, el rigor y la precisión no tienen que ser el único enfoque para alcanzar algo que merezca la pena en el arte. Cada uno tiene que buscar su propio enfoque. Uno que no sea una jaula, una camisa de fuerza que te obligue a ser alguien que no eres, que te castre la improvisación, el deambular fuera del camino marcado. Si el enfoque sacrifica la alegría, entonces no merece la pena. 

Esta es una historia sobre encontrar tu propio lugar en el mundo y negarte a permitir que dependa de otras personas y se diluya en las necesidades ajenas. Me ha gustado mucho la reflexión sobre el talento y la meritocracia, que conecta con el ensayo de Michael J. Sandel: cómo pensar que puedes ser bueno en algo si te has criado en un entorno en el que nadie es especialmente bueno en nada, y en el que cualquier talento especial se sofoca y se minusvalora para que no se salga de la norma ni deje a los demás en evidencia. 

Me ha recordado a la historia de la pintora sueca Berta Hansson en el libro El pájaro que llevo dentro vuela adonde quiere. La historia de Alison es una aventura de vuelos y caídas. Y de búsqueda incesante de libertad personal a través de los colores y las formas. Es una forma radical de vivir libre. Parece muy obvia y muy simple, pero poca gente logra ponerla verdaderamente en práctica: el aire es de todos y todos tenemos derecho a que nuestro pájaro interior vuele adonde quiera. 




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